jueves, 9 de agosto de 2012

Perdonar setenta veces siete


Perdonarte a ti, mundo negado que me niega;
padre y madre imposible que sólo otorga creer
en épocas, modas, tendencias –todas suicidas;
paradigmas para descansar en paz
el cuerpo y la consciencia.
Perdonarte a ti, mundo inhumano,
santo y divino, de bienes comunes
y sentidos dormidos,
de letargos resignados a no re-asignar
verdades y atrevernos a poner
acentos, puntos y comas donde van,
a fuerza de mejor no pensar bien dónde van:
¿En el cuerpo que habitamos?
¿En el alma que vivimos?
¿En la vida que deseamos?
Perdonarte a ti, alma asustada,
por elegir formar parte de este mundo.
Lo sé bien: no conoces nada más,
ni hay quien se atreva a caminar contigo.
O quizá sí…
Siempre y cuando no te vean tal cual eres.
Siempre y cuando tú no seas lo que eres.
Siempre y cuando no camines
y te quedes justo ahí:
donde es justo y necesario… justo ahí.
Perdonarte a ti, Espíritu libre,
que me inquietas y susurras,
y me quieres llevar a Tu presencia
sin tomar nada en cuenta,
porque nada cuenta que no seas Tú.
¿Y eso cómo lo explico?, te pregunto,
y me miras con extraño.
Y me ignoras como ignoras
el absurdo de explicarte.
Lo que hay, es lo que hay.
Lo que es, es lo que es.
Perdonarte a ti, alma mía,
por amarme al extremo
de aceptarme sin reservas
y saber que no sé nada
más allá de este amor
sin nombre ni camino
ni hogar ni vida ni esperanza.
Te perdono por amar de todas formas
y buscar de todos modos.
Perdonarte a ti, vida mía,
que no sabes vivir sin mi mirada
como no sé vivir yo sin la tuya.
Que me llevas hoy a cuestas
como cruz de olvido
que mañana volverás a pensar,
a extrañar y a desear;
porque sabes que es ley
no matar, y no puedes por eso
acabar con mi vida,
lo que implica que tampoco has de vivir
con lo que es tuyo
ni me dejarás vivir con lo que es mío.
Te perdono… vete en paz a seguir…
vete en paz…




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