lunes, 18 de febrero de 2013

¿Por qué lloras?


- ¿Por qué lloras?
- Tu abuelita está muy enferma y estoy triste. Ven, vamos a pedirle a Dios que la ayude.
- Pero eso no funciona, eso sólo sucede en las películas.
- No mi niña, sí funciona, es bueno pedir. Pedimos ayuda pase lo que pase.
La niña con sus 5 años bien puestos, accede y reza.
Al día siguiente recibo la noticia de la muerte de mi mamá.
- ¿Por qué lloras?
- Tu abuelita murió y estoy triste.
- Lo ves, te dije que no funciona.
- Mi amor, sí funciona, pero Dios no está ahí para hacer lo que queremos. A veces no sucede lo que queremos, pero siempre sucede que Él nos da lo que necesitamos para enfrentar lo que nos pasa. Por eso rezamos.
Esta fue la primera vez que realmente comprendí lo que significa tener una relación adulta con Dios. Cuántas veces no he sido yo esa niña que piensa: “Dios no hace lo que quiero, no me ayuda, no me da, no me resuelve, no escucha…”
Mi hija así lo dice: “tú no me escuchas mamá”. “Claro que te escucho”, le respondo yo, “pero eso no quiere decir que voy a hacer lo que quieres”.
Yo quería que mi mamá estuviera en paz para que su presión se estabilizara y pudiera viajar a Mérida, tal y como lo había planeado. Yo quería visitarla, no ir a su funeral. Y quizá ha sido todo tan sorpresivo que no he tenido tiempo para que el golpe me duela con toda su crudeza. Estoy, lo sé muy bien, anestesiada. No me atrevo a estar a solas aún, pero me consuela pensar que cuando lo esté, el Espíritu estará ahí conmigo, y, lo más importante, yo estaré con Él. Y espero acercarme esta vez no como la niña que pide, sino como la adulta que recibe, porque empiezo a comprender que el Espíritu es mucho más que satisfacción. Es verdadera Paz. La paz de saberme amada y escuchada, aún cuando no se cumplan todos mis deseos. La Paz de saber que la vida no dejará de ser vida, pero yo sí dejaré de ser un títere de mis emociones y de los sucesos que la vida da a manos llenas y sin recato ni consideración.
Hoy me vi en las palabras de mi hija y me expliqué al intentar explicarle a ella, que Dios no es el genio de la lámpara, pero sí es luz y fortaleza y tranquilidad y amor. Y eso lo cambia todo. Con eso, lo puedo todo. Y aún cuando no pueda, todo lo acepto. Porque si no puedo hoy, podré mañana, encontraré la forma mañana, tendré una respuesta mañana, pero si no lo acepto hoy, nunca dejaré que la vida me enseñe la grandeza de mi propia alma, ni la bondad del Espíritu que la toca, la habita y la transforma.
Así que Dios mío, mi mamá está en tus manos. Permítele habitar mi corazón y susurrar en él su cariño, de forma que su voz y su rostro me acompañen siempre, me den su consejo y su ayuda. Y Dios mío, quedo yo también en tus manos. Permite que la vida me transforme y haga de mí su discípula. Sé mi camino, que bajo tu amparo, aún en el error, aún en la tragedia, aún en el lamento, gano. Que así sea, en nombre de tu hijo Jesucristo y por el Poder y la Gloria de tu Espíritu Infinito. Gracias.

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