“Nunca nadie
le muestre su amor,
nadie se
apiade de sus huérfanos…
[…] Se olvidó
de actuar con amor;
Persiguió al
pobre, al desdichado,
al de abatido
corazón para matarlo;
amó la
maldición, sobre él recaiga,
no quiso
bendición: que de él se aleje.”
Salmo 109,
12, 16 y 17.
Señor, Amor,
mi Bien,
líbrame
de la maldición
de este
odio incrustado
cual
espada en lo más profundo
de mi
alma hecha piedra.
Reclama
con ello el reino de mi espíritu
y
convierte la inusual frialdad de mi ser
en
llameante espada de lucha,
pluma de
alabanza y gloria,
y alas de
papel
que cual
paloma mensajera de amor,
llene los
cielos de confianza
y vuele a
horizontes de paz.
Así sea.
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