viernes, 13 de enero de 2017

Abatida


 
Detalle de un cuadro de Omar Ortiz,

Abatida por la indiferencia y el cansancio
llego a ti en una pieza, desecha.
Sé muy bien que me sostienes
y que está ilusión de estar perdida
no es lo que parece. 
Y sin embargo, sé también lo poco,
muy poco que yo puedo
-más por falta de fuerza que de esfuerzo,
más por ser tan minúsculo mi ser-
y lo mucho, demasiado, 
que queda por hacer. 
La cruel indiferencia que me abate
me pide que renuncie.
No a ti, lucero de mis días y luz en mis tinieblas. 
Me pide que renuncie a la tristeza de insistir en tu condición 
de hombre, en vez de abrazar la dicha de saberte humano. 

Te llaman hombre y te hacen sólo hombre.
Como si ser hombre se defina 
como la cobardía de esconderse detrás de privilegios
y creerse excepcionalmente selecto. 
Olvidan que fue tu humanidad la que
sentada a nuestro lado, 
en una plática íntima y, aún hoy, 
escandalosa, 
nos pedimos y dimos de beber.
Nos abriste los ojos y las puertas, 
nos llamaste por nombre, 
nos hiciste discípulas, mensajeras:
"Ve y dile a mis hermanos".
Y fieles al reconocimiento de nuestra verdad
te seguimos ciegas de amor y agradecidas,
porque hemos amado mucho,
y mucho más hemos de amarte siempre.

Por eso duele y desanima,
ver aún hoy en manos de tus hijos elegidos
la piedra lanzada al vacío de una culpa inexistente, 
que insisten está aquí, en este cuerpo humano como tantos.
La piedra que cual puño, cual silencio
y negativa y anulación de aspiraciones
no ve el mucho amor y la enorme dignidad
de nuestra vida, regalo de tu Ser.

Es este amor que arde en nuestro pecho, 
-en el mío-
el que a ratos me abate y me hace desear no amarte tanto, 
-no amarlos. 
Perdona, amor, amarte tanto.
Perdona amarlos,
a veces -muchas veces,
en detrimento mío,
en desventaja nuestra.
Tolerando lo que nadie debería aceptar. 
Rogando por aquello que ya es nuestro.

Dame, dale a tu hija, hermana, madre y esposa, 
el dulce alivio de tu Ser, 
el tibio suspiro de tu presencia, 
la dicha enorme de saberme tuya,
de verte mío,
y la sencilla alegría de tenerte fe.  

Siéntate aquí a mi lado
que en la intimidad de nuestra plática
no necesito más que tu existir
y la firme certeza de que me amas,
nos amas, también.

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