Este fin de semana terminé por aceptar algo: reconocer
abiertamente que vives con un trastorno mental siempre te dejará al margen de
muchos otros. No debería, pero por ahora así va a ser.
Explico: Si yo le digo a alguien que tengo un
trastorno mental y necesito que tome en cuenta mis necesidades, que ponga
atención en sus palabras y la manera en que me lastiman, o que podría ser más
empático hacia mí, recibiré una de tres cosas:
1) Un diálogo no siempre fácil, pero siempre posible,
en el que podamos hablar ambos de lo que necesitamos, podríamos hacer mejor,
podríamos modificar de tal forma que ambos obtengamos algo de lo que
requerimos. Una relación abierta y dispuesta a ayudarme a darme cuenta si es
que hago algo para lastimar o lastimarme, y disposición a que yo le ayude a
darse cuenta de cómo me lastima o contribuye a disparar eventos o crisis. En
fin, en una palabra: se establecen pautas de relación sana para ambos y se
establece un compromiso de ayuda y crecimiento mutuo.
2) Un ataque directo: No soy yo, eres tú. Tú te lo
imaginas. Tú te sientes la víctima. Tú crees que todo gira alrededor tuyo. Tú
necesitas un psicólogo, tú, no yo. Tú eres la/el manipulador(a). Tú estás mal.
3) Total y absoluta indiferencia. No me interesa. No
es mi problema. No haré nada por ayudarte. No me importa.
El escenario dos y tres duelen, pero sobre todo de
quienes amamos y/o necesitamos. El uno, no siempre se da, pero cuando se da es
una bocanada de aire. Toma tiempo aprender a interactuar de manera sana y
constructiva, y requiere mucha práctica. Pero es camino de vida, sin duda.
Ahora, por desgracias las posturas más comunes son las
últimas dos. Y no es fácil aceptar las últimas dos posturas. Y a veces, sólo a
veces, son las posturas que pesan mucho para lograr encontrar “motivos” para
vivir. Cuando gente que amas y necesitas te dicen cosas como que “todo es mejor
sin ti” y colocan en tus espaldas “todo” lo que estuvo mal en la relación.
Recuperarte es muy difícil. El peso de esa cruz puede ser aplastante.
Sin embargo, hace falta tratar de comprender las
últimas dos posturas. Aquello que Jesús dijo en la cruz es completamente
cierto: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Así que, si necesitas un
motivo para vivir, he aquí un motivo muy noble: aprender a recorrer el camino
del perdón.
Recuerda que después de esas palabras (“perdónalos
porque no saben lo que hacen”) y según nos cuentan, Jesús se sintió abandonado
hasta por Dios (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), aun así,
colocó su Espíritu en manos de Dios, y bajó a los infiernos, sólo para
resucitar. Seguramente no te tomará tres días, y definitivamente será un infierno.
Pero vales la pena. Empieza por ahí. Guarda silencio ante el juicio que te
hacen y recuerda: vales la pena porque dentro de ti hay vida y donde hay vida está
Dios y donde Dios está, hay amor.
Bajar a los infiernos no es sólo sufrir, sino conocer
y comprender de donde viene el dolor y cómo se enfrenta. Bajar a los infiernos
es conocer tu lado obscuro, ponerlo a raya, no permitirle que te lastime ni que
lastime a otros. Es conocer lo que te hace humano, te limita, te encapsula y te
esclaviza. Bajar a los infiernos no es malo y siempre será obligatorio para
verdaderamente integrarte como un ser humano que trasciende. No hay santo que
no haya tenido su noche obscura. Así que deja de lado la idea terrible de que
tener un trastorno mental es lo peor que te puede pasar. Lo peor que te puede
pasar es nunca enfrentar tus demonios y vivir dominado y ciego ante ellos. Abraza tu cruz y recorre
el camino. Vales la pena.
Ahora, es verdad que quienes te enjuician “no saben lo
que hacen” pero, tú sí tienes que comprenderlo. De otra forma te juzgarás tú
también con la misma severidad, o los juzgarás a ellos, y eso es muy peligroso.
Así que necesitas primero comprender que escuchar
cosas como “trastorno mental” nos hace pensar en un “Joker”, en una persona
“loca”, “enferma”, en un “problema”. Y nadie quiere problemas.
Escuchar cosas como “me lastimas”, tu actitud también
contribuye a que esto se presente, no me digas eso o aquello, coloca a quien lo
escucha en una postura de victimarios y solemos pensar que los victimarios son “malos”,
así que se sienten tan enjuiciados como tú y reaccionan de manera defensiva.
Además, no será fácil darse cuenta de que contribuyen a
que se “disparen” situaciones. Para ellos, su “buena voluntad” y sus “buenas
intenciones” son lo que cuenta. Los modos, las palabras, la manera en que te
tratan, esos son… productos de tu imaginación y tu mente trastornada. No
alcanzas a ver la bondad de sus actos porque estás mal. Eso último es una
defensa ante el juicio al que sienten que caen. Y todos vamos a resistirnos al
juicio. A nadie le gusta terminar en la cruz. Y seamos sinceros, la realidad es
que muy probablemente para estas alturas ya perdiste el control y empezaste a
gritar y decir cosas ofensivas, estas abiertamente enojad@ o quizá ya estás llorando,
en una actitud derrotada, lastimada. Nada de eso ayuda.
Nadie quiere ser el “malo” pero dado que tú eres quien
ya ha sido diagnosticado con un trastorno, el malo, el loco, el enfermo, el que
tergiversa las cosas eres tú. La verdad es que nunca lo haces sólo, pero ante
el juicio es mejor callar.
Jesús calló, tomó su cruz y recorrió el camino del
perdón. Tú, gracias al cielo, no vas a tener que cargar con un peso tan grande,
pero tendrás que tomar tu cruz y caminar tu propio camino hacia la recuperación.
Incluso si te apoyan, la realidad es que nadie puede hacerlo por ti. Este es TU
camino.
Lo que sí es muy importante que comprendamos es que
los males nunca llegan solos. Siempre tienen, por lo menos dos caras: una
persona con tendencias depresivas y ansiosa suele relacionarse con alguien con
una personalidad más fuerte. Es normal, los opuestos se complementan en
relaciones sanas, pero también se alimentan en relaciones deficientes. Es fácil
ser fuerte frente a personas débiles. Y es fácil buscar protección con alguien
fuerte si crees que no puedes con la vida tal y como se te presenta. Si sueles
ser miedos@, te atraen personas intrépidas y atrevidas. Si eres demasiado
sensible, te gusta estar con personas más enteras, incluso algo indiferentes. En
fin, hay muchas combinaciones que pueden ser una bendición, pero también un
infierno.
En todo caso, si lo que tienes es un trastorno y las
personas que amas no están dispuestas a cambiar también para ayudarte, a ver
sus propios defectos y los modos en que “alimentan” tu problemática, es mucho
mejor que calles y aprendas a recorrer tu camino de salvación por ti mismo.
Lo que muchos no comprendemos es que el “trastorno
mental” no es exclusivo de “la mente” de una de las dos personas, sino que
tiene muchos factores que entran en juego y que son capaces de “trastornar” la
relación. Así que, dos personas que no tienen un trastorno pueden salir seriamente
dañadas de una relación y, ahora, con síntomas evidentes de un trastorno,
precisamente por la relación no sana que se generó entre ellos.
También es posible que dos personas que viven con un
trastorno mental, tengan una relación perfectamente sana y hermosa que les
ayuda no sólo a comprenderse mutuamente sino a darse el apoyo, la escucha y la
disciplina que les permita a ambos vivir mucho mejor.
El trastorno mental no te define ni tiene por qué
definir tus relaciones. Pero si atraviesas por un trastorno mental, el que sea,
sí debes comprender que habrá personas que ames profundamente y no puedan
aceptar que para ayudarte tienen que reconocer su papel en la relación porque
sentirán que los estás acusando de tener un trastorno como tú, o de ser la
causa de tus males.
No alcanzarán a ver que lo que quieres es pedirles que
te ayuden a establecer relaciones sanas que a su vez no te generen conflictos.
Asumirán que el único conflicto eres tú y que sólo tú puedes cambiarlo y que
sólo tú necesitas ayuda y que ellos no tienen nada que aprender ni de ti ni de
un terapeuta, ni de un libro o página web que les ayude a establecer formas de
interacción sanas. Ellos están bien y el trastorno es tuyo.
Aceptar esto es muy difícil y te llevará a gritar,
enojarte, llorar, pedir ayuda, no pedirla, alejarte, regresar, ofender, desear
lastimar, arrepentirte, necesitar al otro y no tener ni idea de qué puedes
hacer para mejorarlo. Y la verdad es que no vas a poder hacer nada para
mejorarlo. Si no quieren abrirse a la posibilidad de que quizá puedan encontrar
un mejor camino para ambos, es porque no pueden o no quieren o tienen miedo o,
y esto duele mucho, pero bien pudiera ser que no les importe.
En todo caso, pierdes el tiempo.
Pero mira, si tú crees que vale la pena perder el
tiempo, hazlo. Valora tu sentir, inténtalo, háblalo, grítalo, escribe un poema,
haz un dibujo, toma una fotografía, o canta una canción. Haz lo que tengas que
hacer, pero hazlo con la consciencia de que eres valios@, y mereces que te
valoren. Hazlo consciente de que la respuesta del otro no le quita ni le pone
valor a tu persona. Es sólo una respuesta que depende mucho más de lo que hay o
no hay en la otra persona que de ti.
Inténtalo si lo necesitas, pero, POR FAVOR, busca ayuda terapéutica que te guíe en mejores alternativas de relación. De
otra manera seguirás haciendo lo mismo y no será bueno para ti ni para ellos. Pon
en práctica esas alternativas nuevas, y ejercítalas con otras personas que
estén más dispuestas a relacionarse contigo de maneras productivas y sanas. Busca
a esas personas. Busca grupos de apoyo, busca nuevas alternativas de relación. Así
también experimentarás lo que es ser tratado bien y lo que es tratar a otros
bien. Lo que es ser valorado y visto. Lo que es ser amado.
A veces pensamos que el amor sólo puede venir del ser
amado, pero no es verdad. El amor es amor. Aprender a sentirte valorado y amado
por otros es aprender a amar y brindar amor. Y eso es exactamente lo que
necesitas.
Quizá las personas cuyo amor buscas también rompan sus
barreras internas y logren reconocerte y amarte. Pero quizá no. No tiene que
ver con que seas mala o estés enferma. Simplemente no pueden, tal y como tú no
pudiste controlarte en algún momento, o no lograste levantarte de la cama, o no
tuviste la fuerza para acallar tus voces internas.
Somos muchos los que vivimos relaciones trastornadas y
a casi nadie de nosotros se nos enseñó a relacionarnos mejor. Hablamos mucho de
“respeto” pero no sabemos ni qué es exactamente ni cómo se brinda, y no hemos
terminado de entender que implica mucho conocer al otro y reconocer sus
limitaciones y fuerzas para respetarlo a partir de ellas y no de lo que son mis
limitaciones y fuerzas y lo que yo creo es lo mejor.
Todo eso lo he tenido atorado este fin de semana. Con
una pandemia encima (covid-19) y la comprensión repentina de que podría darse
el caso de que personas que amo se contagien o que yo me contagie. Podría darse
el caso de que no volvamos a vernos. Eso debería bastar para hablar y decirnos
te amo y abrir posibilidades de relación.
Pero intentar romper rencores cuando no hay
disposición a hablar es peor que simplemente elevar una oración y mandar un
abrazo en la distancia.
Por ahora, no puedo con un “el problema eres tú”, “ya
vas a hacerte la víctima”, “no entiendo por qué necesitas empatía”.
No. No tengo la fuerza para pasar por eso. Y está bien
no poder. De verdad, está bien no poder. A veces, simplemente no depende de ti.
Haz lo que a ti te toca.
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