Tiroteos
Escolares: Un intento de colocar el punto sobre la i
Lic.
Amida Araceli Castro Lechuga
Empezar a escribir este ensayo ha
sido una tormenta silenciosa. La pantalla del documento de Word parece burlarse
de mi total incapacidad de colocar el punto sobre la i entorno a lo ocurrido el
pasado 10 de enero del presente año (2020) en el Colegio Cervantes, en Torreón,
Coahuila: un niño de 11 años introduce dos armas en su colegio, abre fuego, hiere
a 4 personas, mata a una maestra, y se suicida.
Mi primer impulso es hablar de otra
cosa, cualquier otra cosa –el tema es libre, después de todo-, y supongo que
eso es lo que podría hacer. Pero la realidad es que desde que escuché la
noticia, esa silenciosa i sin punto, sin sentido, sin una clara razón obvia, me
ha dejado convencida aún más de que ya es urgente buscar no sólo un punto, sino
todos los que sean posibles para enfrentar un reto que se antoja, no sólo
enorme, sino a ratos, imposible de enfrentar: la violencia, el enojo, la
injusticia, el trastorno mental, la descomposición familiar y social, la muerte
y el suicidio.
Este ensayo busca ser académico,
pero con la libertad de expresar nuestro ser y nuestra visión. Bien, pues mi
ser se confiesa de visión nada clara y llena de dudas: ¿Qué puede llevar a alguien
a matar y/o a buscar morirse? ¿Es simplemente un asunto de maldad o es el
resultado de vivir en un mundo indiferente y distante? ¿Qué lleva a alguien a
reaccionar con tal violencia, con tal capacidad de destrucción? ¿Es realmente
una reacción? ¿Acaso no fue una acción deliberada y planeada, que buscaba, por
desgracia, hacer aún más daño del que logró hacer?
Una de las primeras declaraciones
realizadas por el gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme, especuló sobre la
posibilidad de que el niño hubiese estado influenciado por el video juego Natural Selection, pues traía puesta una
playera con el nombre de dicho juego. (British Broadcasting
Corporation [BBC], 2020) Por supuesto que eso inmediatamente llamó la
atención de medios y especialistas. Y no tanto por la explicación demasiado
utilizada y reduccionista de que los video juegos provocan violencia, sino por
la vinculación con lo que fue la matanza que para muchos marcó un antes y un
después en lo que a violencia escolar se refiere: Columbine.
El
menor había cambiado su uniforme por un pantalón oscuro, tirantes y una playera
con la leyenda Natural Selection, en
una posible referencia a Eric Harris, estudiante de preparatoria que junto a
Dylan Bennet cometieron un tiroteo escolar el 20 de abril de 1999 en la llamada
Masacre de la Escuela Preparatoria de Columbine (en Denver, Colorado, Estados
Unidos). (Sinembargo. 10 de
enero 2020, párr.1)
Desde aquel fatal año de 1999, los
tiroteos en escuelas han sido una constante amenaza en nuestro vecino país y
ahora lo es también para nosotros. Esta amenaza ha tenido diversas
explicaciones que van desde los video juegos, vidas en extremos difíciles y
tormentosas, bullying, drogas, la música de rock pesada, en fin. El común
denominador de estas explicaciones, a mi entender, es que son reduccionistas en
el sentido de que buscan “una causa” cuando en realidad, es un asunto
multifactorial que se debe enfrentar de la misma manera: con frentes sociales,
mediáticos, económicos, escolares, familiares, psicológicos, médicos,
espirituales, morales, religiosos, en fin. No creo que exista un ámbito social
y humano que no tenga un papel en dicho fenómeno. De ahí que este sea un asunto
de responsabilidad de todos.
Será
imposible, por supuesto, definir todas las responsabilidades aquí, pero
intentaré delimitar en la medida de lo posible la responsabilidad social,
familiar y escolar. Todas estas responsabilidades no son excluyentes sino
dependientes una de otras. Sin embargo, para acercarnos a estas
responsabilidades, debemos hablar, antes que nada, del posible perfil psicológico
y psiquiátrico de quienes pudieran realizar un acto semejante –aunque no
exclusivo, pues la violencia tiene muchos más rostros y puede manifestarse como
bullying, actos vandálicos, robos, extorciones, violaciones, abusos, venta y
consumo de narcóticos, alcoholismo, entre otros tantos actos que afectan a
nuestra sociedad.
Para
acercarnos a este aspecto, nos centraremos, en los autores de la matanza de
Columbine, pues esa playera de Natural
Selection no es moda, sino desde aquella matanza, representa una postura
ante la vida y una creencia con matices casi religiosos. Así lo explica
Peterson (2019) en su libro 12 Reglas
para Vivir, un Antídoto al Caos. En la primera página del sexto capítulo
del este libro encontramos las siguientes palabras escritas por uno de los
jóvenes autores de la matanza de Columbine: “No vale la pena luchar por la raza
humana, sólo merece la muerte.” (citado por Peterson, 2019, p. 195.)
Las
personas que piensan de este modo tienen una visión del Ser como algo injusto,
cruel y corrupto, y del Ser humano en particular como objeto de desprecio. Se
designan a sí mismos jueces supremos de la realidad y la condenan como algo
defectuoso. Son los críticos definitivos. (Peterson, 2019, p. 195.)
Por su parte, el psiquiatra Dr. Frank Ochberg, y el psicólogo clínico y
principal agente investigador del FBI del caso Columbine, Dwayne Fuselier,
identificaron a Eric Harris como un psicópata con un complejo de superioridad
que no sentía nada más que desprecio por la especie humana. (Eckel, D. y Herling,
B.L., 2011, p. 116) Entre las características del psicópata delimitadas por
Clerkley (1941) según lo citan López Miguel, M.J. y Núñez Gaitán, M.del
C.(2008), se encuentra el encanto externo y notable inteligencia, inexistencia
de pensamientos irracionales, ausencia de nerviosismo, mentiras, falta de
remordimiento, incapacidad de sentir empatía, y egocentrismo patológico.
En cambio,
el segundo asesino de Columbine, Dylan Klebold, no ha sido identificado con un
trastorno de psicopatía. Se sabe, incluso desde antes de la matanza, que era
retraído y sufría estados anímicos depresivos. Venía de una familia pacifista, manifestó
en sus diarios una búsqueda espiritual y de sentido de vida, tenía excelentes calificaciones,
había sido aceptado por diferentes universidades y llegó a estar en el programa
escolar Chips (Challenging High
Intelectual Potencial Students /Alumnos con un desafío de alto potencial
intelectual). En resumen, era un alumno excepcional. Sin embargo, como ya se
dijo, sufría de una evidente depresión. Por información obtenida de su propio
diario se sabe que tenía años fantaseando con suicidarse, se auto-medicaba, y
tomaba alcohol para mitigar su condición. (Cullen, D. 2009)
Estos dos
perfiles nos brindan luz entorno a los diferentes factores que pueden llevar a
alguien a cometer una atrocidad como la de abrir fuego en un lugar público. Por
un lado, tenemos al psicópata, con características muy específicas de absoluta
falta de empatía y remordimiento. Se sabe ahora que fue precisamente Harris
quien orquestó el plan que además del tiroteo incluía bombas que
afortunadamente no detonaron según planeado.
Por otro
lado, se encuentra el suicida potencial, que, en un intento por encontrar
sentido a su existencia, puede ser influenciado, manipulado y convencido de que
matar y matarse es un proceder con mayor sentido que la búsqueda de la vida,
tanto propia como ajena. El grado de dolor e incapacidad de lidiar con la
existencia, puede llevar a estos pozos sin fondo en el que se manifiestan
grados peligrosos de tristeza, pero sobre todo enojo hacia uno mismo y hacia el
mundo, que tampoco ha sido capaz de dar respuesta al sinnúmero de necesidades
físicas y emocionales no satisfechas, y en muchas ocasiones, ni siquiera
reconocidas.
¿Y quién
era el niño de 11 años que abrió fuego en el Colegio Cervantes? ¿Un psicópata?
¿O era un niño en un proceso de depresión que vio en los actos de estos dos
jóvenes, una salida que pudiera darle sentido a su despedida final de un mundo
al que ya no quiere pertenecer? Esta imitación no es ni la primera ni creo, por
desgracia, que llegue a ser la última. Lo sucedido en Columbine ha dejado su
marca en nuestra sociedad y se ha convertido para algunos, en un estandarte, en
una postura contra el mundo.
Consciente
de que Wikipedia no es una referencia que académicamente muchos validen, pero
también muy consciente del valor social y cultural que tiene al reflejar lo que
muchas personas saben, sienten y alcanzan a ver, me aventuro a invitarlos a
revisar la entrada: The Columbine Effect
(Wikipedia, The Free Encyclopedia, 5 de febrero, 2020) en el que se presenta
una lista de cerca de cien eventos que pretendieron “copiar” esta actitud de
“venganza contra el mundo” que Columbine manifestó. Entre ellos el sucedido en
Torreón, el pasado 10 de enero. (Puede encontrarse el link en las referencias
al final).
Esta
entrada de Wikipedia pone de manifiesto que, tal y como se expresa al inicio
del artículo: El impacto de lo sucedido en Columbine ha encontrado su eco en
otros perpetradores de actos semejantes inspirados en Eric Harris y Dylan
Klebold, al grado de que hay quienes los definen como mártires. (Wikipeadia, 5
de febrero, 2020)
Esto no
es un hecho que nos deba dejar indiferentes. No es algo que esté sucediendo
sólo en otros países. Sí es, en cambio, algo que tiene el potencial de
convertirse en un acontecer cada vez más frecuente. Como sociedad necesitamos
ofrecer a nuestros jóvenes valores que contribuyan a verdaderamente brindar una
visión de vida que lleve a más personas al deseo de luchar por estar vivos, en
lugar de luchar para matar y morir.
Peterson
(2019) cita a Nietzsche al respecto: “El sufrimiento, ya sea psíquico, físico o
intelectual, no tiene por qué engendrar nihilismo (es decir, la negación
radical de todo valor, significado e interés). El sufrimiento siempre permite
diferentes interpretaciones.” (Citado por Peterson, 2019, p. 202)
Y
es aquí donde, pienso, radica la posibilidad de buscar alternativas al
sufrimiento y no dejar a nadie a la merced de mentalidades psicópatas incapaces
de sentir empatía ni de establecer lazos de interacción con otros, y que, en
lugar de eso, proponen la venganza, la destrucción y la total indiferencia
hacia el dolor ajeno como alternativas válidas y deseables.
El deseo
de venganza, por justificado que pueda estar, bloquea pensamientos más
productivos. […] Ha habido pueblos enteros que se han negado de la forma más
absoluta a condenar la realidad, a criticar el Ser y a culpar a Dios.
(Peterson, 2019, p. 203 y 207)
El
ejemplo obligado al que recurre Peterson es el pueblo Hebreo –del que hemos
heredado raíces ideológicas, morales y legales, importantes e innegables- pero
no es el único. Japón, tuvo que levantarse después de dos bombas atómicas,
Europa se vio en la necesidad de reconstruirse después de dos guerras
mundiales, en México donde la norma suele ser “el que no tranza no avanza”, se
han dado ejemplos de extrema solidaridad ante eventos catastróficos como
terremotos e inundaciones. Y si nos damos a la tarea de buscar a nuestro
alrededor, encontraremos sin duda muchos ejemplos de personas que todos los
días deciden cambiar su vida en lugar de culpar al destino de su desgracia. Lo
que casi nadie comprende es que detrás de estos ejemplos hay dos elementos
fundamentales: la convicción de que vale la pena el esfuerzo, y el apoyo mutuo.
La pregunta es, entonces, como sociedad, escuela y familia, ¿estamos
proporcionando una formación y educación que aliente el esfuerzo, lo reconozca
y le brinde incentivos? ¿Fomentamos el apoyo mutuo y la solidaridad siempre y
no sólo en la desgracia?
Necesitamos
por eso aprender del camino ya recorrido por Estados Unidos entorno a medidas
que ha implementado para tratar de evitar este tipo de tragedias. El libro Responding to School Violence: Confronting the
Columbine Effect (Respondiendo a la
violencia en la escuela: enfrentando el efecto Columbine), asegura que:
… Las políticas de anti-violencia han fracasado en
prevenir violencia en las escuelas y han transformado a las mismas de, ser
lugares de educación y desarrollo social positivo, a convertirse en ambientes
dominados por la falta de confianza, hiper-vigilancia, miedo, y agresión
simbólica. El centro de las políticas disciplinarias anti-violencia en las
escuelas consisten en políticas duras, de cero-tolerancia, características de
las políticas empleadas en el combate al crimen. (Muschert, G.W., Henry, S., Bracy, N.L.,
& Peguero, A.A., 2014, párr. 16).
Este
trabajo colaborativo cita a varios autores que abogan a favor de una
aproximación “interactiva-acumulativa” que identifica tanto las causas
individuales como lo puede ser la existencia de un trastorno mental, el acceso
a armamento, asociaciones entre compañeros no muy alentadoras, y abuso y/o
negligencia de parte de la familia. Aseguran también que dado que la escuela es
una comunidad se deben cuidar las influencias que en ella generan enojo y
alineación en miembros de la comunidad. Y se deben cuidar las relaciones
maestros-alumnos y dejar de lado ideas de que el castigo es la respuesta
adecuada a problemas de comportamiento.
Algo que,
llamó particularmente mi atención es que proponen “promover contextos escolares
en los que los estudiantes sean respetados y dirigidos por conceptos que
surgieron de la justicia restaurativa”. (Muschert et al., 2014,
párr. 16)
Estoy
familiarizada con el concepto de justicia restaurativa porque trabajé en la
Pastoral Penitenciaria de Saltillo por más de cinco años y sigo contribuyendo
como voluntaria en el Centro de Internamiento Especializado en Adolescentes
Femenino de la ciudad de Saltillo (correccional para infractoras menores de
edad).
Sin
afán de profundizar demasiado en este concepto baste aquí decir que: “El
postulado fundamental de la justicia restaurativa es que el delito perjudica a
las personas y las relaciones, y que la justicia necesita la mayor subsanación
del daño posible. De esta premisa básica surgen preguntas clave: ¿quién es el
perjudicado? ¿Cuáles son sus necesidades? ¿Y cómo se pueden satisfacer dichas
necesidades?” (McCold, P. y Wachtel, T., 2003, p. 1)
La esencia de la justicia restaurativa es la
resolución de problemas de manera colaboradora. Las prácticas restaurativas
brindan una oportunidad para que aquellas personas que se hayan visto más
afectadas por un incidente se reúnan para compartir sus sentimientos, describir
cómo se han visto afectadas y desarrollar un plan para reparar el daño causado
o evitar que ocurra nuevamente. (McCold,
P. y Wachtel, T., 2003, p. 2)
Esta
reparación del daño no implica sólo culpar al delincuente y exigirle mejores
resultados, que asuma responsabilidades que quizá aún no comprende que tiene y
castigarlo si no hace lo que se pide. Implica adentrarse tanto en las
necesidades de la víctima como en las necesidades del victimario, reconociendo
así también el daño que a su vez ha sufrido sin que por eso se niegue la
responsabilidad que tiene ante el daño causado. Implica humanizar al criminal
sin convertirlo también en una víctima que justifique sus excesos, sino en un
individuo capaz y responsable de su propio bienestar, pero que no está solo en
la búsqueda de ese bienestar.
Bien,
si tomamos en cuenta que muchos de los criminales que hoy en día están detrás
de las rejas, alguna vez fueron alumnos, y revisamos el trato que muchos de
ellos recibieron en la escuela, nos daremos cuenta de que en demasiadas
ocasiones sus necesidades educativas, físicas y de seguridad fueron ignoradas,
rechazadas o vistas de menos, por ser alumnos “problema”. La realidad es que,
tanto en escuelas como en el hogar, solemos calificar a los niños como flojos,
groseros, hiperactivos, desorganizados, y tantos otros adjetivos, que pasan por
alto sus necesidades básicas fundamentales de motivación. Es un lugar común
decirle a un niño, por ejemplo, “pon atención”, sin que nadie trate de ver el
momento desde sus ojos para comprender qué le impide poner atención, o cómo es
esa atención que trata de dar, qué lo lleva a no atender, qué pensamientos
interrumpen sus intentos de poner atención. Vaya, ni siquiera nos tomamos el
tiempo de explicarle cosas tan simples y aparentemente obvias que quizá no
saben cómo hacer. Decirle algo así como, por ejemplo: para poner atención
necesitas ver hacia el pizarrón, poner tus manos sobre el escritorio,
escucharme y tratar de repetir en tu cabeza lo que estoy diciendo para
verificar que lo comprendes, y pedirme que diga otra vez lo que no te entendiste
porque no lo puedes explicar tú. Piensa también en algo de tu vida que tenga
que ver con esto que estamos aprendiendo, platícame qué es, cómo lo relacionas,
qué sentimientos te genera.
Educar
no sólo implica transmitir información y pretender que los educandos puedan
repetirla, sino ayudarles a experimentar lo que es aprehender (con h), hacer
ejercicios, hacer conexiones, aplicar eso que parece haber comprendido, hacer
analogías, y comprender cómo eso mejora su autoimagen (por aquello de “lo
logré”) y permitirle experimentar participar en la educación de otros generando
comunicaciones asertivas y sanas entre los miembros de un grupo que
forzosamente tendrán problemas entre sí y que deberán general tolerancia y
buena voluntad los unos hacia los otros.
Y
al hablar de educar, no sólo me refiero a la escuela. El hogar es también lugar
de aprendizaje en el que se debe vigilar el crecimiento del menor con mayor
cercanía e interés. ¿Sucede? Lamentablemente la vida tan complicada que tenemos
hoy en día no siempre lo permite. Y problemas emocionales pueden pasar
fácilmente desapercibidos por juicios prematuros tanto en un sentido positivo
–como el pensar que todo va bien porque el niño no presente problemas
escolares- como negativo –como el pensar que todo va mal porque el niño no
logra tener buenas calificaciones.
Busquemos
pues la justicia y busquemos que sea “restaurativa”, es decir, que tome en
cuenta las necesidades de justicia de todos los actores: no sólo del maestro
–que necesita terminar un temario-, del padre de familia –que necesita que su
hijo esté bien y sea feliz, sin que le implique más trabajo del que ya tiene-,
del niño –que tiene sus propias necesidades muchas veces no comprendidas ni por
él mismo. Aprendamos estas estrategias de asertividad, mediación y resolución
de conflictos que pueden dar resultados más cercanos a todos los actores y no
sólo dan autoridad ciega y unilateral. La justicia debe buscar abrir los ojos y
considerar al individuo en su individualidad, en sus necesidades particulares y
en sus circunstancias únicas. Yo no creo en la justicia ciega. Creo en la
justicia que, consciente de sus límites, busca ver a detalle para acercarse lo
más posible al alma de lo humano.
Como se puede ver, ha sido muy complicado
dar respuesta a las preguntas planteadas al inicio y que aún están en mi mente.
¿Qué
puede llevar a alguien a matar y/o a buscar morirse?
En el caso de José Ángel, el niño de
11 años que, en el Colegio Cervantes de Torreón, Coahuila, queda claro que tomó
como ejemplo y modelo el establecido por los jóvenes de Columbine.
Sinceramente, dudo mucho que haya sido un pequeño psicópata. Diversos estudios
estadísticos señalan que en la población general sólo entre el 1 y 2 % de la
población es psicópata. (Pérez Soliva, M., marzo 2008) Creo que es más probable que estuviera atravesando
por una depresión, independientemente de que no haya habido señales de mal
aprovechamiento escolar.
Claro que definirlo del todo es imposible, primero
porque no soy psiquiatra, y segundo porque, incluso en el caso de que lo fuera,
no tendría suficiente información para determinarlo. Es fácil intentar hacer un
juicio desde estas líneas y decir cosas como que era un foco rojo el hecho de
que su madre haya fallecido, que su padre lo haya dejado al cuidado de sus
abuelos, que su abuelo haya tenido armas al alcance del niño, o que quizá
sufrió discriminación por parte de sus compañeros –algo que a veces les sucede
a los niños inteligentes y capaces en ambientes escolares- o quizá sufría
abusos de algún tipo en casa o en su comunidad. Incluso podríamos concluir de
manera demasiado ligera que efectivamente los video juegos, el acceso al
internet y toda la violencia que se ve en la televisión y medios, fueron las
causas de su desequilibrio. El caso es que, no sabemos más allá de lo poco que
se nos ha dicho y ese poco no sirve para tapar el pozo una vez ahogado el niño.
Lo que nos toca ahora es enfrentar
los casos que se nos presenten buscando también lo que la justicia restaurativa
busca: Identificar quién es el perjudicado y estar consciente de que pueden
incluso ser todos los actores. ¿Cuáles son las necesidades de cada actor? ¿Y
cómo se pueden satisfacer dichas necesidades?
En el artículo Tiroteos Escolares: Creando sentido del
sinsentido (School
shootings: Making sense of the senseless.) Wike, T.L. y
Fraser, M.W. (2009) indican que los estudios de caso que hasta ahora se han
hecho de los diversos tiroteos ocurridos en los últimos años, han empezado a
arrojar luz en torno, tanto a factores individuales como a características de
las escuelas en donde estos eventos han ocurrido. A partir de estos factores los
autores proponen seis estrategias de prevención:
1) Crear apego
escolar (school attachment), comprendida como la creencia de los alumnos de que,
tanto a los adultos y como a sus compañeros en la escuela, les importa su
aprendizaje y su persona, como ser individual y único que es.
2) Reducir la agresión
social.
3) Descomponer
códigos de silencio, es decir, ayudar a los alumnos a denunciar y hablar de los
que les sucede, piensan, sienten y creen.
4) Establecer
protocolos de intervención y diagnóstico para alumnos que sufren rechazo o
muestran problemáticas.
5) Reforzar la
seguridad física y humana de todos en la comunidad educativa.
6) Aumentar la
comunicación tanto hacia el interior de las instancias escolares como hacia
recursos locales que puedan brindar ayuda, apoyo u orientación. (Wike, T.L. y
Fraser, M.W., 2009)
Tal y como ya lo explicaron tanto Carl Rogers como
Abraham Maslow, los dos precursores de la psicología humanista: Hace falta escuchar
con empatía y hay que identificar la necesidad primaria y luego la secundaria,
y así sucesivamente, para motivar y ayudar a nuestros niños y jóvenes a
encontrar el deseo de la autorrealización, la lucha y la entrega a una vida
llena de retos, pero que vale la pena vivir.
¿Por qué
nos sorprende que alguien encuentre respuestas de violencia y venganza en
posturas de enojo y frustración como las ejemplificadas por un psicópata que, a
pesar de no ser capaz de sentir empatía, se convierte en la voz empática que
hace eco en toda esa frustración, tristeza y enojo con el que vive día tras
día, sin encontrar esperanza en nuestras acciones, intereses y deseos
superfluos, o por lo menos, aparentemente indiferentes a sus propios deseos y
necesidades?
¿O cómo pretendemos reducir el número de jóvenes que
se agregan a las filas del crimen organizado cuando bien que mal reciben ahí
posibilidades, no sólo económicas, sino de seguridad, pertenencia,
socialización y reconocimiento? ¿No será que tanto como familia, escuela y
sociedad no les estamos proporcionando modos de satisfacer esas necesidades
elementales? ¿Cómo culparlos entonces? ¿Cómo exigirles un comportamiento que no
fomentamos, alimentamos y promovemos con buenos salarios, buena educación –que
insisto, no sólo implica conocimientos- horarios decentes y entretenimiento de
calidad?
Lo dicho: no podemos reducirlo todo a una causa,
pero sí podemos intentar acercarnos a cada caso al que nos enfrentemos de
manera particular para identificar factores de riesgo (necesidades) y promover
factores protectores (manera de cubrir esas necesidades). Si podemos exigir
mejores políticas sociales y educativas, si podemos buscar la mediación y
resolución de conflictos dentro de nuestras comunidades, familias y nuestros
salones de clase, si podemos educarnos en formas y técnicas de escucha activa y
atenta, y aprender a desarrollar la empatía para enseñarle a nuestros niños y jóvenes
a desarrollarla en ellos mismos. En fin, es mucho lo que sí se puede hacer y
vale la pena dejar de lado las culpas y asumir la responsabilidad que nos toca.
Y es que no importa qué tanto quieran tapar el
pozo, si no creamos verdaderas estructuras que nos ayuden a sacar provecho de
todo el potencial en el que se están ahogando nuestros niños y jóvenes, el pozo
seguirá ahogándolos y nosotros seguiremos corriendo el riesgo de caer con
ellos.
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Tiroteo en Torreón, México: un estudiante dispara en su escuela y deja
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