Silencio. Me enteré de que un hombre de 77 años, Don Alejo Garza Tamez, murió por defender su rancho. Lo único que cupo fue el silecio.
No quiero decir que lo admiro, pero lo admiro. No quiero decir que me encabrona, pero me encabrona. No quiero decir que me invadió la tristeza, pero estoy triste, No quiero decir que este es el país en el que vivo, pero aquí vivo.
Lo admiro por la misma razón que lo admiramos todos: ¡Qué ganas de poner en su lugar a quien busca despojarnos de lo nuestro! Porque todos hemos estado ahí, frente a la injusticia. Y casi me atrevo a decir que todos hemos pensado e incluso dicho: “ni hablar, ni modo, no hay nada que hacer.” Este hombre no lo pensó ni lo dijo. Este hombre hizo algo al respecto.
Me encabrona que digan que “murió como hombre”. Ningún hombre debería morir por defender su tierra, su esfuerzo, su vida. Me encabrona porque se supone que ya, hace 200, 100 años, hubo quien murió para que fuéramos libres, y para que la injusticia no fuera el común denominador de nuestra existencia. ¿No? Pues no. Resulta que no.
Me encabrona porque sé que no podría hacer lo mismo. No podría. Yo sí tomaría a mi familia y me iría lo más lejos posible. Yo sí lo perdería todo, empezando por la dignidad.
Este hombre recuperó un poco de esa dignidiad que todos hemos perdido. Por eso lo admiramos, pero también por eso el silencio que me invadió no fue sólo el saludo obligado a un héroe. El silencio fue tristeza, una profunda tristeza porque tuvo que morir. Nadie debería verse obligado a morir.
Me invadió el silencio porque tuve miedo. ¿Si me sucediera a mí? ¿Qué arma podría yo tomar? ¿Cómo me defendería? ¿Tendría yo también que morir? ¿Me atrevería a hacer algo?
Recordé lo que nos sucedió a mi esposo y a mí una noche en que nuestra hija estaba en casa de su abuelita. Yo iba manejando. Regresábamos de hacer las compras de la semana y me detuve en un alto que está a una cuadra de nuestra colonia. De pronto, una camioneta negra, vidrios polarizados, se pega a nuestro auto por detrás, nos echa las luces altas una y otra vez, toca el claxón varías veces y en actitud amenazadora acelera y desacelera. El mensaje es claro: pásate el alto que tengo prisa. Yo no me muevo ni un ápice. No me voy a pasar el alto sólo porque este idiota quiere que lo haga, pensé. Se pone el verde y por fin avanzamos para ser rebasados a toda velocidad por la camioneta en cuestión. Una vez que detuve el auto frente a la casa, mi esposo tomó mi mano y me dijo: “amor, te quiero un chingo, y lo que decidas siempre te apoyaré, pero si nos vuelve a pasar lo que nos pasó con la camioneta esa, y vamos con la niña, pásate el alto. No hay manera de saber qué loco con arma pueda ir en el interior de camionetas así, y no vaya a ser que justo ese día no esté de humor y saque el arma.”
Sus palabras fueron un balde de agua helada. Es verdad, este es el país en el que vivo.
Silencio: Un hombre de 77 años muere por defender su rancho… y nuestra dignidad.
1 comentario:
"Me encabrona que digan que “murió como hombre”. Ningún hombre debería morir por defender su tierra, su esfuerzo, su vida"
A mí también me encabrona y aterroriza este país. Me avergüenza.
Un abrazo fuerte, pa ti y tu familia.
Publicar un comentario