domingo, 6 de noviembre de 2011

Derretirse con todo lo que ama

La película es una reverenda tontería. Nunca la habría visto si no fuera porque en algún lado leyó que a Quentin Tarantino le gustaba. Así que se topó con ella en el súper y la compró. Sorpresivamente fue una buena compra. Valió mucho más que los veinte pesos que pagó por ella. Mucho más.
En 1983, Valley Girl fue un éxito. ¿Por qué nunca la vio? ¡Claro! Él tendría unos 13 años cuando salió y a esa edad todavía no se le dejaba tomar decisiones. Ni siquiera en el cine, donde sus hermanos menores eran, generalmente, los beneficiados.
Valley Girl es la historia de un Romeo intento de punk y una Julieta fresa. El Romeo resulta ser Nicolas Cage, quien con su carita de perrito triste interpreta a un adolescente punkete ochentero, ícono del único sufrimiento válido: el del amor que buscar ser distinto precisamente porque es único.
En otras palabras, es un asco. Pero está bien contada desde lo que es: una “teen movie” de la época. Lo cual también significa que de original no tiene nada. Todo esto revolotea en su cabeza mientras apaga el televisor y la video. ¿Por qué diablos le gustó entonces? ¿Sería que la vio un sábado por la tarde en que la casa estaba en completo silencio porque los niños y su esposa se fueron sin él a un cumpleaños?
No, no fue eso. Pero ese es su primer argumento para justificar lo injustificable. Y está tan acostumbrado a tener razones para todo –vendedor al fin- que incluso llega más lejos y “aprecia” en el guión los muchos modismos sin fondo que reflejan la realidad social de sus personajes: un vacío que se llena de “bluff”. ¡Genial!
Oh, sí, ha utilizado la palabra genial. Está a punto de comprender porque gustó la película a un director de la talla de Tarantino. Está a punto de convencerse de que Valley Girl es una de esas películas que de tan malas, son buenas. Oh, sí. Está a punto de convertirla en un film de culto.
Pero la verdad es más simple, y por eso mismo nunca podrá reconocerla. A él le gustó la película porque por un momento volvió a sentir que es posible detener el mundo y derretirse con todo lo que ama al grado del absurdo.
Sí. Por un momento volvió a ser el adolescente que fue, y volvió a sentir que el futuro estaba por delante y no detrás. Volvió a verse con su copete largo, muy largo, su chaqueta y su música. Volvió a enamorarse de MTV –cuando MTV era Music Television– a entusiasmarse con los cassettes que intercambiaba con sus amigos y a levantarse de buen ánimo con las rolas con que Martín Hernández –legendario locutor de los ochenta en la ciudad de México– lo despertaba todos los días.
Vaya, volvió a sentirse vivo, por el sólo gusto de vivir.








1 comentario:

Anónimo dijo...

Es absurdo amar hasta derretirse...

Es amor derretirse hasta el absurdo...