miércoles, 2 de noviembre de 2011

En términos cordiales

Ella quería terminar con él.  Pero no sabía cómo.
Él quería terminar con ella. Pero no sabía cómo.
Ambos acordaron platicar. Y hablaron de todo menos de lo que tenían que decirse.  Un tercer hombre los miraba desde lejos. Adivinó sus intenciones desde que los vio. Notó que se tomaban de la mano con demasiada delicadeza… con cuidado incluso. No había naturalidad en sus gestos. Cordialidad sí. Pero no aquella que es escudo frente al ser amado, quien, con sólo mirarnos parece atravesar nuestra alma. En casos así –nos hace reflexionar nuestro tercer hombre– no sabes dónde meterte porque sientes que todo tu ser grita lo mucho, mucho que le quieres. Y no quieres que lo sepa. Bueno, sí quieres, pero no. ¿Me explico? Entonces eres cordial, cuidadoso. Porque tu corazón está en juego y no quieres perderlo, aunque sabes, sabes muy bien que ya no es tuyo.
Pero no era esa cordialidad la que existía entre ellos. Era la otra. La que es una puerta que se abre pero nunca de par en par. La que invita a la relación pero no invita a pasar a la sala ni ofrece una cerveza, un café, vaya, ni siquiera un vaso de agua. Nada. Nada real. Todo es correcto. Nada más.
Ellos quieren despedirse de esta farsa, pero no saben cómo. Han vivido en ella por demasiado tiempo. Su cordialidad es tanta y tan absoluta, que se han acostumbrado a llevar su sonrisa congelada a donde quiera que van. Y con su fría sonrisa salen del restaurant. Nada cambió. Él fue cordial al abrirle la puerta del auto y ella cordial al dar las gracias.
El tercer hombre, el de nuestro interés, está sentado frente a una silla vacía. Mira a la pareja desde la ventana y ve el auto gris al que han subido encender las luces. En cualquier momento se echará en reversa. Pero ya no ve más. La voz de una mujer ha interrumpido su mirar. Voltea a encontrarse con ella y la saluda. Su sonrisa es, por supuesto, cordial. Su corazón –que parece haberse instalado en su mano- tiembla. La invita a sentarse. Platica con ella de todo y de nada. Nada que importe de verdad, porque lo que quiere decirle es lo que ella no quiere escuchar. O eso sospecha. Hay demasiada cordialidad en su actuar. Frente a él, ella no es ella. No es la 479608_shaking_handsmuchacha risueña y juguetona que la ve ser cuando no sabe que la mira. Y él no logra salir de sus modos correctos y bromear como siempre lo hace con todos.
El encuentro fue un éxito. Por decirlo en términos cordiales. Pero él sabe que ha sido un fracaso. El mayor de todos sus fracasos.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Así pasa cuando nos volvemos rehenes de un escrúpulo.