Era la hora sexta, que es decir mediodía. El sol estaba en su más alto esplendor y su cuerpo, empapado de cansancio y de sed, se reusó a dar otro paso. Despidió a los suyos con la sonrisa de siempre y un: aquí los espero. Se sentó entonces a la orilla de un pozo con la expresión de quién ha tomado la determinación total de no escuchar razones. De modo que los suyos ni siquiera hicieron el esfuerzo por convencerlo de seguir y continuaron sin Él su camino hacia la ciudad en busca de comida.
Al poco rato, muy poco rato, llegó ella. Cansada también. Arrastrando su cuerpo empapado y sediento a su vez. Llevaba un cántaro para sacar agua del pozo, y nada más. Nadie le acompañaba y nadie le ayudaría a cargar su cántaro una vez lleno. Llegó sola. Ella y su cántaro. Un vacío y una mujer.
¿Qué hacía una mujer con un cántaro a mediodía junto al pozo? Eso nadie se lo explica. Ninguna mujer de Samaria iría al pozo a una hora tan poco prudente. En un desierto los pozos se visitan temprano o ya tarde, para que el sol no acabe con los ánimos, para que el aire sea ligero y para que otros te acompañen. El extraño comportamiento de aquella mujer puede empujarnos a simplemente considerarla insensata. Pero la realidad es que la sensatez de esta mujer no respondió nunca a la lógica de su tiempo ni de quienes la rodeaban. Ella era una mujer que buscaba lo que necesitaba cuando lo necesitaba. Y al momento de tomar el cántaro para salir a buscar agua, ella necesitaba huir y olvidar que las horas queman más que el sol cuando nos caen encima sin sentido.
Dio los primero pasos y las lágrimas empezaron a confundirse con el sudor. Era mejor así: caminar con el dolor que quedarse quieta en un rincón a que el dolor la inmovilice, y luego lo peor: tratar de dar explicaciones que no tenía, y escuchar a familiares y amigos decirle lo absurdo de su sentir y darle la receta del “echarle ganas” que tantas otras veces se había tenido que tragar a fuerza de que la dejen en paz. Por eso se armó de su cántaro y se fue a buscar agua, y quizá respuestas, al pozo de sus antepasados.
Fue un hermoso coincidir: ella salió a buscar agua y Él se sentó a lado de un pozo, en espera de que alguien le de agua. Un encuentro hecho en el cielo.
Al verla llegar Él le sonrió y la miró directamente a los ojos: Dame de beber. Ella sintió esa mirada tan familiar y escuchó esas palabras tan directas, que no pudo más que sorprenderse. Ningún judío le hablaría así a una samaritana. Vaya, ningún hombre le hablaría así a una mujer. Y ella era ambas: samaritana y mujer.
Mas no se crea que ella se dejó intimidar por aquella familiaridad poco común. Con la misma mirada y el mismo tono le increpó: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?
Ah, respondió Él, porque yo soy como tú y actúo según lo necesito, y ahora necesito agua y tú traes un cántaro, y ambos estamos junto a un pozo. Así que tú me das agua, y mientras bebo charlamos, y me cuentas quién eres, por qué estás tan triste, que dolor te acompaña, y yo te escucho mientras bebo, y al hacerlo, te sirvo yo de agua viva para que bebas también y puedas por fin secar la sed de tus lágrimas.
¿Charlamos para que tú me sirvas de agua viva?, preguntó ella. ¿Cómo es eso? ¿De dónde sacarás agua viva si ni un cántaro traes contigo? ¿Y cómo puede el agua estar “viva”? Mira, mejor toma ya un poco de agua que el sol y la sed están alterando tu cabeza. Lo dijo con una carcajada, le dio agua y se sentó a su lado, divertida.
Ya con la sonrisa dibujada en el rostro de ambos, con la familiaridad establecida y con el buen humor de haber compartido un cántaro para beber, los ánimos se relajaron. En ese ambiente Él soltó las preguntas: ¿Quién eres mujer? ¿Cómo te llamas?
Soy Eraside, samaritana, mujer, hija del pueblo de Jacob, quien nos diera este pozo. ¿Y tú? (Oh sí, le hablaba de tú, no hubo nunca un Señor ni un usted entre ellos.) ¿Quién eres tú?
¿Yo? Yo soy el Agua Viva del que aún no te animas a beber. Pero cuéntame más, ¿por qué estás triste?
Ella no dijo nada, porque no podía decir nada. La realidad es que no sabía. Y sin decir una sola palabra abrazó su cántaro, medio vacío, medio lleno, y empezó a llorar.
Él lo comprendió todo de inmediato. Y la dejó llorar. Tomó el cántaro, lo puso a un lado en el suelo, y la dejó llorar. Colocó su rostro sobre su pecho, y la dejó llorar. La abrazó, y la dejó llorar.
Después, casi en un susurro, le preguntó sobre su marido. Y ella, lloró todavía más. No tengo marido, le dijo. Estoy sola.
Haces bien en decir que no tienes marido. Ni el que ahora está a tu lado ni los otros, ¿cuatro?, ¿cinco?... cinco antes que él fueron tus maridos. Siempre has estado sola. Sola te encuentran y sola te dejan. Y es bueno que sepas reconocer la verdad. Y sería mejor si aprendieras por fin también a aceptarla. Estás sola. Pero mira, mírame bien, aquí, directo a los ojos, Yo Soy Agua Viva, y puedo saciar la sed de amor que hay en tu alma. Tú eres una mujer enamorada del amor, y Yo Soy Amor. Un amor que no te hará daño, un amor que te dirá quién eres y que le dará sentido a tu vida y a tu ser.
Ella se liberó de golpe de sus brazos. Demasiadas veces había escuchado palabras de amor, y demasiadas veces había cometido el error de creerlas. Su ánimo ya no estaba para eso. Empezó a buscar su cántaro en el suelo, se aferro a aquel vacío, y se dispuso a tomar su camino de regreso. Pero sucedió algo, algo increíble, algo fantástico.
Él empezó a hablar, pero no de amor. Le habló de su vida. Le habló con la Verdad. Le dijo todo lo que su vida había sido hasta entonces. Le explicó de dónde surgían sus temores, qué eventos desencadenaron su pesar, cuáles liberaron su mente, y cuáles sujetaron su alma. Le puso nombre a todos y cada uno de sus sentimientos. Le dio razones de porqué habían sucedido tales o cuales hechos en su vida. Le dio santo y seña para reconocer dónde estaban sus errores. Vaya, le mostró un mapa de su ser, en el que se vislumbraba con toda claridad el origen de su caminar y el destino de sus pasos.
Conforme él hablaba ella soltaba el cántaro, hasta que por fin, al decir Él la última palabra, cayó al suelo y se hizo mil pedazos. El vacío había desaparecido y en su lugar ella se descubrió sosteniendo su corazón en el pecho. Lo descubrió vivo, tan fuerte latía. Lo descubrió lleno, tan grande era.
Veo que eres un profeta. Dime, dime ahora, suplicó la mujer, ¿dónde debo adorar a quien ha llenado mi alma? ¿En este monte, en Jerusalén?
Adórale en Espíritu y en Verdad, adórale justo donde tienes tus manos, y extiende ese amor por todo tu ser hasta que te sea imposible amarlo todo.
¿En Espíritu y en Verdad? ¿Cómo es eso? ¿Acaso no debemos esperar a que nuestro salvador llegue a develarnos… ?, no pudo seguir… lo comprendió justo entonces: Llegue a develarnos, repitió quedo, muy bajito, para confirmar su entender, para asimilar la verdad recién descubierta: develarnos.
Él le sonrió. Te lo dije. Yo Soy Agua Viva, Soy Amor, y Soy quién puede darle sentido a tu vida y a tu ser. Así que ya no dudes más mujer, y enamórate de Mí, que yo sabré amarte y sabré respetar tu existencia. Y en ese amar y respetar enalteceré el nombre de mi Padre, y tú serás mi hermana, mi novia, mi vida. Enamórate de Mí Eraside. De Mí.
2 comentarios:
Siempre he pensado que igual que el maestro llega cuando el discípulo está preparado, los mensajes llegan cuando son necesarios en la consciencia de cada persona. Esto lo escribo porque estoy necesitando de esa agua viva. A veces parece que, a pesar de que el amor está ahí en nosotros, para nosotros y hacia sí mism@s, se siente, el amor, en algo parecido a un compas de espera demasiado largo. El problema es que si pasa mucho tiempo puede convertirse en conformismo y falta de interés por los demás y por nosotros. Es en esos momentos en los que labúsqueda y EL ENCUENTRO son prioritarios.
Mamí, gracias por tus palabras. Se ve de donde saqué el gusto por la letra. I love you!
Y espero que tengas tantos encuentros como necesites, que por lo menos a mí, me han hecho falta miles, y los que vienen... Besitos.
lita.
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