jueves, 28 de junio de 2012

Que la Voluntad sea contigo

Querida Amida, Algunos años atrás cuando era un joven estudiante de psicología, tuve el privilegio de estar en un seminario con el reconocido psicólogo polaco, Casmir Dabrowski. Acababa de dar una conferencia en lo que él llamó “desintegración positiva”. Su teoría es que para crecer, primero debemos desintegrarnos (en inglés: falling apart, es decir, caer y rompernos, separarnos, hacernos pedazos). Él creía que al final, son nuestras inferioridades las que construyen nuestra alma. Por lo tanto, un importante ejercicio en la vida espiritual es aprender a escuchar a nuestras inferioridades.
Ron Rolheiser, OMI (Inferiority builds the soul)
Las palabras que sirven de introducción a la meditación del Padre Rolheiser se asomaron en aquel correo como una diminuta lucecita de esperanza. Quizá haya salvación después de todo. Y no se crea, por favor, que hablo de la vida eterna. La necesidad urgente no está en el más allá, sino en este mundo, en esta vida, en este cuerpo, en esta realidad. Aquí y ahora. 
 
Según explica Rolheiser, no son nuestras fortalezas las que nos dan profundidad y carácter, sino nuestras debilidades. Sí, ahí, justo ahí donde la obscuridad parece total, la luz de la esperanza y el perdón –el recibido y el dado– tienen mayor sentido. 
 
¿Qué nos hace personas profundas? ¿Qué nos ha enseñado compasión? ¿Nuestros logros?, pregunta Rolheiser. Y puede darse el caso de que exista alguien que tranquilamente responda sí. Esa persona dirá: sí, son mis logros, mis cualidades, mis grandezas, mis habilidades, mis fortalezas las que me han enseñado lo que es la compasión, las que me han llevado a la profundidad del alma, las que me han abierto la puerta a la necesidad de amor y aceptación por sobre todo, y más aún, las que me han llevado a la voluntad de amar y aceptar a mi vez por sobre todo. Sin embargo, hay demasiados “mis” en semejante afirmación. Demasiados. 
 
Porque en la obscuridad del alma, en las sombras del corazón, los “mis” son escasos, si no es que nulos. Nada parece ser tuyo. Todo se te escapa de las manos. La vida misma se siente más como un traje impuesto, que ni te abarca ni acabas de llenar por mucho que te esfuerces en lucirlo. 
 
En la obscuridad de la noche, insisto, los “mis” no existen porque en realidad no quieres aquello que se te presenta como tuyo. No quieres tus defectos, no quieres tus debilidades, no quieres amar a quienes te han herido ni quieres perdonar ni aceptar que has participado en aquel desastre que es tu vida. No quieres ser responsable ni quieres, por increíble que parezca, la libertad que se te ofrece para cambiarlo todo. Y no lo quieres porque simplemente parece imposible cambiarlo todo. Es un sin sentido total que te come las entrañas, y sin esa fuerza vital la voluntad corre el riesgo de morir aniquilada en un suspiro de añoranza. Y cualquier día, cualquiera, la vida acaba a fuerza de no querer vivirla.
 
No voy a decirte que vivir esa obscuridad te impulsa necesariamente a la profundidad del alma y al desarrollo de nuestro carácter. No. Por sí solo no sucede. Son muchas las personas que se instalan en esa obscuridad y aprenden a vivir con ella, en ella, a partir de ella y a través de ella. Y puede que digan que la vida es amor y que viven agradecidos con Dios, pero odian incluso levantarse en las mañanas, y son incapaces de dar gracias a quien les sirve el café y van más lejos aún y se molestan si quien se los ha servido olvida que lo toman negro, sin azúcar ni leche: como debe tomarse el café. La vida la viven como un deber, no como el gozo y el regalo que es. 
 
Hay también quienes viven sus caídas de desintegración (falling apart) como un auxilio y una súplica, y han, por ello, experimentado el amor de Dios. Saben que son hijos amados y saben que hay perdón para ellos. Mas, y esto es lo triste, siguen la luz sin verdadero sentido, porque no han hecho suyo el conocer que los guía. Les basta repetir y repetir y repetir. Son felices, sin duda lo son, pero no pueden comprender el amor que existe oculto en las trémulas sombras que les rodean a partir de la luz. Y sienten amenaza por todo cuando no alcanzan a ver. No hay fe absoluta, vaya. La luz aún no está en el ser. 
 
Y luego están los menos, los que no sólo siguen la luz, sino quieren ser luz. Son ellos para los que caer en la desintegración implica vivir a fondo sus caídas y encontrar en el misterio de la imperfección lo que tiene de divino. Saben que Dios está en todo, es todo y lo domina todo, incluso su mal. De modo que lo ven y viven de frente, de lleno, con mucho miedo de por medio, pero con la total convicción de que el amor, que es finalmente lo que los impulsa a enfrentar la verdad de su defecto, sabrá ayudarlos a transformar esa obscuridad en luz. 
 
En todo el proceso el elemento clave es uno: la voluntad, que se expresa en humilde solicitud, constante empeño, agresivo esfuerzo y dócil obediencia. Voluntad que es imposible explicar, pero que bien hacemos en pedir, en fomentar, en usar y en seguir. 
 
De modo que sólo me queda desearte que la Voluntad sea contigo y conmigo, para que la Paz de su transformación llegue a convertirnos en Luz. De todo corazón te lo deseo. De todo corazón lo solicito. Que así sea, Dios mío. Por favor, que así sea.








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