Le pedí a Dios que los
perdonara. 
El dolor era total, real,
infinito. 
“En tus manos encomiendo
mi espíritu.”
Perdí la voluntad, gané la
muerte. 
Dejé de importar y tener
importancia. 
Fui nada, tal y como
siempre fue
desde el principio: polvo
que vuelve a casa.
Llegué al vacío, a la
ausencia de Ti.
Donde ya nada importa. 
Donde todo es ganancia
porque nada se tiene. 
Agradecí morir a la
ilusión de estar viva. 
Agradecí que tu amor fuera
tan grande
que no me permitieras
perderme en mi grandeza. 
Agradecí mi incapacidad de
sostenerme. 
Tu vacío invadió mi
voluntad, 
y quise ser nada contigo. 
Dejé de luchar y dí mi
último respiro. 
…
Al inhalar volvió la vida
a mis pulmones, 
Volví a sentir el peso de
mi cuerpo 
y el hambre en mis
entrañas. 
Pero yo era otra. 
No era mejor, ni peor.
Sólo otra. 
Hoy exhalo y muero, 
Incapaz de encontrar ni de
dar el perdón. 
Hoy inhalo y vivo, 
y soy otra, la que nunca
tocaron, 
la que existe sin daño ni
perdón que invocar. 
Y Dios… 
Dios es la fuerza
inenarrable 
de mi espíritu péndulo. 
Es Dios quien me quita la
muerte, 
para darme la vida. 
Es Dios quien toma mi vida
y comparte su muerte. 
Y en Sus manos encomiendo
mi espíritu. 

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