Eres demasiado.
Un cúmulo de “tienes que…”
Un rosario de pesares sin
gratitud.
Lamentaciones sin
respuesta.
Eres mujer sin cuerpo.
Lo ahogaste entre las
culpas
de lo hecho y lo no hecho.
Eres también tigre herido,
que arremete sin ver,
ciego de dolor,
y destruye, muerde,
lastima,
porque siente que, de otra
forma,
si se queda quieto,
será destruido él, será
destruida ella.
Ella, tu alma de niña.
A la que nadie le dio
consuelo.
La muñeca fea, la que se
esconde
en los rincones del mundo,
porque tiene miedo de ser
vista,
porque ser vista es ser
juzgada: fea.
Pero mi dulce niña, no
eres fea.
Y no son arañas ni ratones
ni recogedores ni escobas
quienes te quieren.
Te quiero yo. Te ama Dios.
Y si te dejas guiar sabrás
amarte tú.
Sabrás por fin que el
dolor se ha ido.
Que ya no tienes por qué
temer.
Que es inútil defenderte
de este amor,
porque este amor no
quiere,
ni busca, lastimarte.
Estás en casa. Eres hogar.
Vientre lleno de vida:
mujer amada.
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