domingo, 29 de abril de 2018

El que haya sido mordido


Lectio Divina: 
Entonces Dios mandó contra el pueblo serpientes-ardientes. Muchos de los Israelitas murieron por sus mordeduras. El pueblo fue a ver a Moisés y le dijo: ‘Hemos pecado, hemos murmurado contra Yavé y contra ti. Ruega a Yavé por nosotros, para que aleje de nosotros las serpientes’. Moisés oró por el pueblo, y Yavé le dijo a Moisés: "Hazte una serpiente-ardiente y colócala en un poste. El que haya sido mordido, al verla, sanará.’” Num 21, 6-8
Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna.” Jn 3, 14

El veneno del pecado, del dolor injustamente y justamente sufrido, del juicio, del murmurar, de la traición, la desesperanza, en fin, el veneno mata nuestra alma, nos hace insensibles al dolor que también somos capaces de provocar. Nos coloca en la silla de la justificación de nuestros actos. Nos da la ilusión de que tenemos “derecho” a nuestra dosis de indiferencia hacia los demás. Nos dice que “no es personal”, simplemente así son las cosas. “¿Cómo? ¿Te dolió, te lastimé? Oh, bueno, no lo tomes tan a pecho, la vida es así.”

¿Cómo, pues, nos podemos librar de ese veneno? Porque finalmente está ahí, no porque seamos “malos”, sino porque hemos sido mordidos por el dolor de otros, por el veneno de otros, por la indiferencia y la crueldad de otros. 

Nos salvamos “contemplando” la serpiente que lo provocó. En estos versículos, en especial Juan 3, 14, podemos ver que la Cruz de Cristo es el resultado de todo ese veneno. Si hemos de evitar sacrificar a otros, necesitamos “ver”, tomar conciencia de la manera en que es posible lastimar a otros, lo vulnerable que somos todos, para actuar de tal modo que no lastimemos a los demás, no terminemos cargando nuestra responsabilidad en ellos. Porque finalmente, somos nosotros los que debemos ser conscientes de que nuestros actos siempre, siempre, siempre, van a afectar a otro. Nuestros actos son nuestra responsabilidad. Ese otro es una “persona” y si le afecta, no podemos pretender que “no lo tome personal”. Somos responsables nosotros de que nuestros actos se encaminen a “alentar” al otro, no a aplastarlo, regañarlo, lastimarlo, ofenderlo, destruirlo, eliminarlo, marginarlo, exigirle lo que no podemos ni queremos darle: respeto, dignidad, amor, tolerancia, paciencia, gentileza, amabilidad, solicitud, reconocimiento.

Danos, mi Bien, la capacidad de entregarnos a la contemplación de tu Cruz y del veneno que la generó, de forma tal que no podamos más que ser conscientes del daño que podemos hacer, y de la importancia de evitar ser también serpientes que están tan llenos de odio que no podemos más que hacer el mal. Que Tu perdón sea el bálsamo que cure nuestras heridas, y que tu amor sea la venda que las protege, de tal forma que sepamos también dar bálsamo y protección cuando otros lo requieran. Mas te pido también, que no nos dejes cerrar los ojos al daño que nos hacen bajo la consigna de que necesitamos ser sacrificados por nuestras culpas. Según comprendo, y es así como realmente lo creo, el saldo de nuestras culpas y nuestra maldad ya está cubierto. De modo que danos voz para levantarla frente a la injusticia y/o la venganza que otros quieren imponernos, y que nosotros también somos capaces de buscar imponer en los demás. Imposición a la que recurrimos con tal de no pagar el precio de “tomar conciencia”. No permitas nunca que nos escudemos en aquello de “así es la vida, no lo tomemos personal”. No mi Señor. ¡Es personal! Porque eres Tú quien vive en nosotros, y lo que hagamos al más pequeño de tus hijos, y lo que nos hagamos a nosotros mismos o permitamos que otros nos hagan, te lo hacemos a Ti. 

Bendito eres mi amado Jesucristo, por la transparencia con que nos enseñaste el camino. Que sepamos tener la voluntad de ver lo que tan doloroso fue enseñarnos. Amén.

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