La introducción
en Facebook de la meditación diaria del 7 de mayo del 2018 de Richard Rohr,
Fraile Franciscano al que vale la pena leer, inició con una pregunta: ¿Cómo te
sientes al ser parte del Cuerpo de Cristo? La respuesta que vino a mi mente fue
inmediata: me siento enferma, no deseada y sola. ¿Quiere eso decir que no formo
parte del Cuerpo de Cristo? No. Sé que lo soy, pero como toda enfermedad, nadie
me quiere aquí, en este cuerpo. ¿Hay dolor de cabeza? Mejor tomar una pastilla
e ignorarlo. ¿Hay acidez? Mejor tomar un remedio y aminorarlo. ¿Hay un tumor? Mejor
extirparlo y retirarlo. ¿Cierto?
¿Y qué lo originó? ¿Dónde están las causas? ¿De verdad con ignorar, aminorar, extirpar, el mal desaparece? Si así fuera la enfermedad en esta humanidad sería cosa del pasado, pero no lo es. Está presente, es un continuo. La muerte nos acecha.
Mi
enfermedad, la enfermedad que represento y vivo, la enfermedad que me define es
más común de lo que muchos se atreven a reconocer: ansiedad y depresión. La
ansiedad siempre llega primero. Es una lucha. El cerebro reptiliano (el más
básico de todas las partes del cerebro) entra en acción. Sientes que tu vida
corre peligro, es un asunto de vida o muerte. Así que corres, peleas o te paralizas.
A veces, como es mi caso, lo haces todo. La desesperación es tan grande que lo
haces todo al mismo tiempo. Y no es agradable para nadie. Esa desesperación es el
síntoma más fuerte y es el que te hace alejarte y hace que otros se alejen de
ti.
La primera
vez que me sucedió la parálisis llegó casi de inmediato. Esta vez luché. Quiero
decir que me fue mejor, pero no, no fue buena idea. Lastimé como lo hace todo
animal herido. Y el daño es irremediable. Con todo, a veces creo que sí fue
mejor, porque la primera vez no luché y terminé tragándome quién sabe cuántas
pastillas. No fueron suficientes, pero supe entonces que el peligro era real y
busqué ayuda. No es que no la haya buscado antes, pero literalmente más de un médico
me recomendó tomar una aspirina y relajarme. Imbéciles. Y hubo quien… no, hubo
quienes aprovecharon la debilidad para sacar provecho. Hay tantas formas de
abusar de quienes necesitan ayuda. Tantas.
Como dije,
esta vez luché y mientras lo hacía pedí ayuda. Mi carta no se leyó, y quien sí
la leyó me respondió: “no pienses.” ¿En serio, ese es tu consejo? Ay… Pedí que recordaran quién era yo, quién había
sido todo ese tiempo, que me recordaran. “Yo sigo aquí”, les dije, “estoy aquí,
detrás de toda esta desesperación, angustia y agresión. Lean sobre los síntomas
que les digo que estoy presentando. Por favor, ayúdenme e infórmense. Necesito
ayuda.”
La ayuda no
llegó. Al contrario, la iglesia, sí, era un grupo de la Iglesia, me dijo: “La Pastoral
es un tren en movimiento que no puede esperar a nadie.” Les apuesto que, si
hubiese dicho que tenía un tumor, una apendicitis, un problema respiratorio, un
ataque cardiaco, me habrían ayudado, tranquilizado al menos, me habrían dicho:
“no te preocupes, aquí estamos, estamos orando por ti.” Pero eso no sucedió.
Todo fue de
mal en peor. No voy a decirles que fui un ser humano integro y fantástico y que
soy la víctima de una bola de desconsiderados. No. Fui agresiva, fui grosera,
fui… fea. Muy fea. Aún lo soy. Y hoy sé que lo seré por siempre. No se llega a
más de los 40 años con depresión sin la certeza de que llegó para quedarse y
que es “la Cruz que me tocó cargar.” Sobra decir que, dado que mi condición me
hizo “difícil” pues terminé marginada. Puedes “estar” pero no puedes participar
en el grupo de Whatsapp de todos y no puedes hablar de lo que te pasa ni de lo
que necesitas, porque no queremos saber lo que necesitas. Aquí lo que cuenta
son las necesidades de la gente que ayudamos, no las tuyas. Esta es una
comunidad y tú no haces lo que tienes que hacer para ser comunidad. “Pórtate
bien o no puedes estar aquí.”
Lo curioso,
no… lo triste, es que yo sólo intentaba hablarles de las necesidades de Maslow
(psicólogo, para muchos, padre de la psicología Humanista, aunque bien podría
ser Carl Rogers, o ambos). La necesidad física, que en mi caso era el
medicamento, el ejercicio, y el tratamiento psicológico, ya lo llevo en marcha.
Las que siguen son las de Seguridad, Afiliación y Reconocimiento. Ninguna de
las cuales se estaban cubriendo. Llevan años sin cubrirse, y no sólo para mí. La
Pastoral a la que pertenecía era mi razón de ser, mi motivación más grande. Y
con un historial de depresión en mi vida, yo necesitaba mi “razón para existir”.
Todo lo que he hecho en los últimos años ha sido para ellos. Sentirme “fuera,
ignorada, marginada, no deseada” era una amenaza a mi razón de existir. Pero mi
seguridad se vino al suelo cuando la nueva coordinadora me dijo aquello de
“somos un tren en movimiento que no puede esperar a nadie.” Yo creí que éramos
Iglesia, que éramos comunidad, pero no, éramos un tren, una organización en
marcha, y si tengo un mal, pues lástima, arréglalo y cuando ya estés bien eres
bienvenida a bordo, eso sí, siempre y cuando puedas seguirnos la marcha y
portarte bien. No pueden imaginar cuántas veces he querido bajarme de este tren
en movimiento que es la vida en su conjunto. Ha sido una oración constante.
Sobra decir
que la afiliación y reconocimiento a medias, no es ni lo uno ni lo otro. Hice
lo único sano que podía hacer: dejé la Pastoral. Porque no hay dignidad ni
fraternidad en estar, pero no digas nada, no pidas comprensión, y no nos trates
de educar en torno a teorías psicológicas que podrían marcar una diferencia, no
sólo para ti, sino para todos. Teorías que no nos importan. “Aquí no queremos
gente con necesidades.”
Bueno, cuando
leí aquella pregunta: ¿Cómo te sientes al ser parte del Cuerpo de Cristo? Una
pregunta hecha en una meditación que, por cierto, tengo prohibido traducir (sí,
las empecé a traducir hace años para compartirlas en español con gente que amo
y que le haría bien leerlas, pero no debo porque, aunque son gratuitas y están
en línea, tienen derechos de autor, iglesia al fin). Decía, mientras leía la pregunta
me sentí enferma.
Nunca me
había sentido enferma. Y confieso que es un alivio saber y reconocer por
primera vez que esto es un mal, pero no sólo mío. Porque si un intestino está
enfermo, ¿lo está porque quiere estar enfermo, o es lo que se come y cómo se
vive lo que lo enferma? O si un corazón está enfermo, ¿el corazón y sólo el
corazón tiene la responsabilidad de su condición?
¿Se imaginan
qué diferente habría sido si la jefa y el Padre hubiesen realizado acciones que
me alienten a sentirme segura, afiliada y reconocida? Y no nada más durante la
crisis, sino desde antes. Digo, llevo años con ellos y aquello de “no quiero
gente con necesidades” no fue la primera vez que lo escuché. En cuanto a la
jefa, nunca quiso hacer nada salvo aquello que le interesaba, hasta que tuvo la oportunidad de ser “la jefa”. Porque
según entiende, ahora sí, dando órdenes y delegando todo el trabajo llegarán
más lejos. Necesitamos un líder, le dije, no una jefa, sobre todo cuando el
trabajo es voluntario.
El caso es
que llevo años buscando un reconocimiento que nunca llegó, una aceptación que
nunca existió, y una seguridad que no he de tener. Soy un mal. Y por primera
vez no me molesta serlo. Me entristece y me enoja, sobre todo me enoja, porque
pedí ayuda. He pedido ayuda toda mi vida. Pero la ayuda real, la que implica
que el otro también tiene que hacer algo, tiene que actuar, tiene que darse
cuenta del daño que es capaz de hacer porque simplemente no quiere conocer
“teorías” que le impliquen un esfuerzo, un cambio, una toma de conciencia, esa ayuda no llegó. No en un
grupo de iglesia (ojo, que lo escribo con minúscula). Quizá sí en una “red de
apoyo.” Que gracias a Dios empiezo a tener. Hoy busco una red de apoyo. Ya no
busco iglesia, porque para ella soy un tumor, una enfermedad, una lástima. Y no
necesito lástimas ni buenos deseos. (Oh, el último mensaje de la jefa por Whats
fue: Gracias por todo, con mis mejores deseos. Lo peor es que está convencida
de que desear el bien equivale a hacerlo.)
Nadie puede
salir de la depresión solo. Nadie. Es como estar en el “mundo del revés” de la
serie de “Stranger Things” de Netflix. ¿Conocen la serie?
El mundo se vive así, obscuro, tenebroso, triste, y tienes miedo, mucho miedo. Te enfrentas a demonios reales, y muchas veces la salida se antoja como única: morir. Pero, afortunadamente para mí, el Cuerpo de Cristo no es sólo una iglesia. Aclaro que no tengo nada en contra de La Iglesia (Iglesia, esa sí con mayúscula). Ella es mi hogar y en ella he conocido a mi Salvador y Guía. Pero mi guía y amigo me ha demostrado que la Iglesia es un mundo de gente, no una organización. Y que, si bien existen comunidades en las que no quepo, también existen redes de apoyo. Sí, existen muchas, muchas, muchas personas que no sólo han estado en este “mundo del revés” sino que han aprendido a entrar y salir de él, y que saben ayudarte, pueden comprenderte, y quieren que sepas que no estás solo. Y sí, tendrás que responsabilizarte de muchas cosas, pero no cabe la culpa. Esa, murió en la Cruz de Cristo, y no es carga para nadie. Aquí, en la Iglesia, la ayuda más grande es la certeza de que no estás solo. Busca, y verás que encuentras.
Hay, además,
muchas, muchas, muchas personas que se han aventurado en conocer ese mundo, en
unir fuerzas para crear caminos de sanación y salvación, que han dedicado su
vida a la investigación de este y muchos otros males obscuros y fríos, lugares
donde ni los ángeles se aventuran, con el único fin de rescatar a aquellas
partes de este Cuerpo Místico que están enfermas.
Y también
están los otros, los que no saben nada, pero leen, toman cursos y aprenden,
porque “tanto así vales tú, que necesitas ayuda, tanto así que soy capaz de
aprender algo nuevo por ti.”
El más grande
de estos seres maravillosos es, por supuesto, Cristo, pero, y esto es
fundamental, a Cristo lo conocemos conociéndonos y educándonos en torno a la
realidad humana y espiritual. Y siempre, siempre, siempre lo conocemos a través
del amor, la comprensión y la compasión de otros. A Cristo sólo se le conoce con
el atrevimiento de ver la verdad, por dura y triste y fea que sea. Si no
experimentamos a Cristo, en toda su alegría y todo su dolor, y eso sólo se
logra con el contacto con otros, no lo conocemos. Así que, si no aprendemos a
leer los signos de los tiempos de cada ser humano, seremos hipócritas. Y Jesús
no tuvo ningún reparo en llamar hipócritas a quienes dicen conocer a Dios, sin mostrarse
compasivos y comprensivos incluso hacia un “poseso”, esos seres que conocen al
demonio y se han visto dominados por él. Un ser humano feo y agresivo y
molesto. Alguien como yo.
Decidí
escribir este texto porque ya no quiero esconderme detrás de la apariencia de
“todo está bien.” Si lo sigo haciendo voy a terminar como tantos otros y seré
una noticia en el periódico: “Mujer muere por su propia mano.” Seré un número
más, entre los ya alarmantes números de suicidios que existen. Esta vez, voy a
hablar con la verdad. Porque es la verdad la que nos hace libres. Y tengo que
creerlo.
Las
necesidades y motivaciones humanas son increíblemente fundamentales, y cuando
no se cubren muchas cosas malas suceden, pero no sólo al individuo, sino a la
sociedad en su conjunto. Las cárceles están llenas con personas con algún tipo
de trastorno, y a todos, a todos nos haría bien visitar un psicólogo alguna vez
en nuestra vida.
Hace poco leí
un artículo en el que se explicaba lo que Noam Chomsky, lingüista y analista
excepcional, consideraba eran las 10 estrategias que tienen los gobiernos para la manipulación masiva. La décima era precisamente no informar y educar a las
personas en todo lo que hoy se sabe sobre los seres humanos. Quedarnos en la
ceguera de esta enorme “señal de los tiempos” es un error. Y estoy obligada a
decirlo, precisamente porque formo parte de este Cuerpo de Cristo que se llama
humanidad. Y si nunca antes me había atrevido, hoy, aunque tengo miedo, lo voy
a hacer. Y desde esta obscuridad te grito, sí, te grito: ¡Ayúdame!
No hay comentarios:
Publicar un comentario