La luna ya no es
poema.
Es realidad y tiene su
lado obscuro.
Y no la extraño.
La admiro.
La veo transmutarse
cada noche.
Crece. Disminuye. Crece
de nuevo.
Me invita a despertar,
a reconocer en la
noche
las sombras que me
forman.
Promete acompañarme
cuando pueda.
Sólo cuando pueda.
“No voy a mentirte”,
me dice.
“No siempre estaré
ahí.
Pero siempre volveré.
Eso sí puedo
prometerlo.”
Y cumple su promesa.
La admiro porque sabe
cumplir con sus
promesas.
Reconoce sus tiempos,
comprende los míos.
La luna ya no es
poema,
ni espejismo reflejado
en un mar hambriento.
La luna es ejemplo de
humilde
realidad: no tiene brillo
propio
y, bien visto, no es
más que una roca.
“Soy terca, dura y constante”,
me dice.
“Conozco mis límites,
acepto la obscuridad,
y soy capaz de revelar
la belleza de la noche,
la verdad oculta, y la
bondad invisible.
Soy, también, incapaz
de acompañarte siempre,
pero incluso detrás de
la vedada realidad,
estoy presente, y
desde mi trinchera
te siento y pienso en
ti.
Por eso, cuando puedo,
me verás rociarte
de luz prestada que
nunca he de quedarme.
La luz es para ti,
niña de luna azul,
fenómeno irreal pero
existente.
Dulzura perdida en la ceguera
de otros.
Amiga.”
Photo taken from: http://www.muyinteresante.com.mx/ciencia-y-tecnologia/espacio/18/01/23/la-luna-azul-no-se-llama-asi-por-su-color/
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