<<Escribe mucho, Amida. Escribe cada vez que la mano te jale hacia el teclado. No bastará, ya lo sabemos, porque te hace falta una combinación nada trivial de fármacos, terapia individual, terapia de grupo —tu iglesia con minúscula no sólo te falló, sino que te hizo daño—, redes de apoyo y erupciones volcánicas de buena suerte. No bastará, pero mientras se materializa esa combinación, escribir te hace bien. Creo entender en qué sentido te llamas fea —no en el sentido estético— y, si no me equivoco, cuando escribes eres lo opuesto de "esa fea". Y no te explicaré yo lo que tú sabes infinitamente mejor: el placer es como kriptonita para la depresión. Y escribir... ¿me dirás que no te da, aún si doliera, una cierta dosis de placer? Escribe mucho, Amida>>
Hay dos cosas
especialmente significativas de la respuesta: en primer lugar, respondió. En segundo, lo
entiende. Me asegura que “no bastará”, y tiene razón. No basta.
El medicamento por sí
mismo, no basta. La terapia semanal, por sí misma, no basta. Pertenecer a un
grupo -y justo ahora temo volverlo a intentar- no basta, y tener una erupción
de buena suerte, bueno, eso simplemente no sucede. La suerte no es mi
amiga.
Y habrá quienes se pregunten:
¿cómo puede ser un “no bastará” alentador? El pronóstico no es positivo. Para
muchos, lo correcto sería decirme: ¡Échale ganas! ¡La vida es bella! Y tantas otras
frases comunes que por comunes están vacías.
No. Él me ha hablado
con la verdad. Y eso, la verdad, nos hace libres.
Al leerlo lloré de
agradecimiento: lo entiende.
De algún modo, saber
que lo entiende, que mis excesos y mis tormentas no son sorpresa ni son motivo
para darme la espalda, me alivia. No tengo que intentar explicar lo que suele
ser imposible que otros comprendan. Puedo relajarme y ser yo, porque hay alguien
que lo entiende. Entonces, bajo la guardia y mi mejor lado surge. ¡Y eso sí es
bastante! Es más, mucho más que mucho.
Por eso hago mis
oraciones diarias, escribo poemas, doy mi opinión, te cuento lo que pasa,
aunque cada que lo hago tengo miedo, porque sé que no volverás a verme con los
mismos ojos, o confirmarás tus sospechas: es rara. Hay algo en ella que… es
raro. Tengo tantos años y me sigo sintiendo como una adolescente: insegura,
temerosa… rara.
Escribo para darle
sentido a la vida y sentirme acompañada por Dios -el único que siempre está
aquí y no se cansa de estar conmigo- sobre todo cuando más necesito que haya
alguien aquí, en mis momentos más obscuros y tristes. Intentar interactuar, tener
amistades, es ya agotador y doloroso. Aceptémoslo, ni me entienden ni los
entiendo. Soy demasiado. Pero cuando escribo, después de que escribo, todo
vuelve a ser posible. Dios me ha tocado con la palabra que me otorgó para
expresarme. Escribir es honrarlo y darle gloria. Bendita sea la Palabra.
Así que mi cárcel son
las letras. Y son cárcel porque dependo de ellas. Pero también son ventanas y
puertas y caminos. Un espacio pequeño e infinito. Un conjunto de constelaciones
de posibilidades, lágrimas y besos, manos y brazos abiertos, sonrisas y días
lluviosos, una fragancia y un pedazo de pay de manzana, un suspiro, un grito,
un te amo.
Pienso, por lo tanto,
existo, decía Descartes. Yo existo, por lo tanto, escribo. Y si lo comparto es
porque quiero que sepas que existo. Quiero que sepas que, si alguna vez te
sientes como yo, no estás solo ni eres el único. Puedes recurrir a mis letras y
las de tantos otros para darle voz a tu sentir. Puedes hacerlo también tú, y
cantar en silencio la melodía de las teclas, y existir con nosotros. O puedes
deslizar la pluma sobre el violín de la hoja, y descubrir que tienes una voz.
— Escribe mucho, Amida.
— Gracias Javier. Lo
haré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario