sábado, 16 de octubre de 2010

Escoge tus batallas

Escoge tus batallas. El consejo la hizo sentir una guerrera. Por un momento se visualizó a sí misma con armadura, escudo y espada en mano. Siempre le ha gustado fantasear, así que la caricaturesca imagen se instaló con facilidad en su mente.
Vestida con su armadura sintió que las palabras cobraban sentido. No tienes que ganarlas todas. Habrá batallas en que cedas, otras en las que sólo podrás defender tu posición, y otras más en las que tendrás que imponerte. Pero no pretendas ganarlas todas. Escógelas, escógelas bien.
Y se vio a sí misma de rodillas frente a su Rey. Un hombre sabio y justo. El ser por el que lucha, por el que se juega la vida a diario. Aquel por el que está dispuesta a enfrentar demonios, monstruos y tiranos. Lo vio mirándola con ternura y orgullo. Comprendiendo su cansancio, su desánimo, su impaciencia, su desolación. Lo vio levantarse de su trono y tomarla de la mano para que se levante. Ven, camina conmigo.
Y por un instante, el Rey ha dejado de ser Rey y se ha convertido en un Padre que toma el brazo de su hija. El escudo y su espada han dejado de tener razón de ser. Aquí no hay nada que temer. Caminan juntos y se dirigen a una puerta donde el contraste de la luz del atardecer ilumina un cielo infinito en azules violeta con manchas de nubes moradas.
¿Cómo sabré qué batallas ganar? La pregunta fue casi un susurro, una confesión. Había vergüenza en su voz. A su entender, debería saberlo. Ella era, después de todo, la hija del Rey. Compartía su sangre, su nobleza. ¿Acaso no debería saberlo entonces?
Lo dijo también con temor,  porque adivinaba que su Rey, su Padre, le diría algo así como “escucha a tu corazón.” Y su corazón ya se había equivocado tantas veces, que escucharlo había dejado de ser una opción. Si le salía con esa frasecita hecha, la fantasía se iba a ir al carajo. Y hoy tiene ganas de soñar. Lo último que necesita es un balde de agua fría que le recuerde que el mundo no es un lugar fantástico, que sus monstruos y demonios son problemas reales que necesitan soluciones prácticas y no ilusiones, y que lo mejor que puede hacer es ponerse a trabajar en lugar de estar escribiendo pendejadas.
Pero entonces su Padre, su Rey, se detuvo y la miró directamente a los ojos. Había adivinado sus pensamientos, y de golpe, la tomó en un abrazo y le susurró al oído. Mi niña, no son pendejadas. El mundo sí es un lugar fantástico y los monstruos y demonios sí pueden vencerse con la imaginación. No vuelvas a reducirnos a un cuento sin sentido. Tú y yo no lo somos. Soy tu Dios y tú mi hija, y si es así como necesitas que nos relacionemos, sea pues. Yo sé jugar el papel que mejor te convenga. Hoy soy tu Rey y tu Padre, vivimos en un castillo y has venido a contarme que te sientes vencida. Y yo puedo restaurar tu ánimo y puedo cambiar tu perspectiva. Y a pesar de que jugamos a ser lo que no somos, somos lo que jugamos a ser. No lo olvides: Tú eres mi hija y yo tu Padre. ¿Y qué padre no juega con sus hijos y los llena así del amor y la fortaleza que necesitan para enfrentar la vida? Vamos, no rompas la magia y sé la niña que eres. Mi niña, mi amor.
Las lágrimas la invadieron. Hundió su rostro en el hombro de su Padre y dejó de aparentar que era lo que no es. Es que no sé, no sé cómo enfrentarlo todo, todos los días, no sé cómo mantenerme fuerte y erguida, no sé cómo llegar al final de cada jornada y sentir que valió la pena todo el esfuerzo, no sé qué batallas ceder y cuáles ganar. No sé.
El Rey-Padre tomó el rostro de su Princesa-Hija en sus manos y secando sus lágrimas le dijo: Las batallas que debes ganar son las morales, las que te conceden autoridad y poder. Las que te alimentan. Las que te ayudan a reconocerte a ti misma. Las que te crean y hacen que creas en ti.
Y aunque suene a lugar común, el corazón tiene mucho que ver, pero no tiene la última palabra. El corazón es experto en emociones y las emociones son demasiado volátiles como para afianzarnos en ellas. Sin embargo tienen fuerza y energía, así que hay que ponerles atención. ¿Qué te mueve, qué te hace vibrar, qué eleva tu ánimo y qué lo destruye?
Aboga también a tu experiencia, tienes mucha mi niña, tienes mucha. Pregúntate siempre qué aprendí, sea en los triunfos o en los fracasos. Recuerda el pasado, compáralo con el presente y proyecta el futuro. Crea el futuro con la imaginación por delate.
No te intimides ante las muestras de furia. Casi siempre es el ego quien se retuerce, y con el ego no hace falta lidiar. Basta con reducirlo a lo que realmente es: un pequeño ser que se siente intimidado ante la posibilidad de que se descubra que no es tan grande después de todo.
Ah, y sueña, no dejes de soñar. Para ti las ilusiones son tan necesarias como el aire. No te sofoques con realidades que te reducen a nada.
Pero ante todo recuerda que tú  siempre has sido, y seguirás siendo, la princesa-guerrera, la niña de papá.

sábado, 2 de octubre de 2010

¡Bravo Dr. Frankenstein!

Inicia el Festival Cultural de Coahuila con la Ópera Rock de José Fors, Dr. Frankenstein
Terminó con un coro que dio lugar a que todo el elenco se presentara ante el público para recibir los aplausos que ya llenaban el auditorio.
Criaturas duales: poseedores de bienes, hacedores de males…
Criaturas duales: poseedores de bienes, hacedores de males…
¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo!
Todos de pie. Todos con sonrisas en los rostros. Todos aplaudiendo o tomando fotos. Y todos incrementaron aún más su emoción y el escándalo, cuando por fin, José Fors, se presentó ante el auditorio lleno del “Teatro de la Ciudad, Fernando Soler”, de Saltillo, Coahuila.
Me gustó. Estuvo buena. Poca madre. Genial. Chingona. Amigos y más amigos se saludaban, se despedían, se quedaron a platicar del evento. Todos buscaron tener sus boletos de cortesía desde principio de semana. Y los que no, llegaron temprano para ver si los dejaban entrar, y los dejaron.
Qué gusto haber iniciado el Festival Cultural de Coahuila precisamente con Dr. Frankenstein de José Fors. Qué gusto volver a tenerlo de visita en esta ciudad. ¡Qué gusto caray!
El autor y actor principal de la obra, escribió sobre la misma: “Espero que este trabajo ayude a resucitar la Ópera Rock, y que de mucho de qué hablar a todos aquellos que disfrutan del teatro musical, tanto como a los que la aborrecen como yo.”
Pues de qué hablar, la obra sin duda ha dado. Es, en buena medida, semejante a aquel personaje del que trata: un ente fascinante en su sencillez y su profundidad, aunque tosco en su fachada.
Sí, se nota que participan rockeros. Algo acartonados en su actuar, pero con voces que dan miedo. El ingrediente perfecto para representar al monstruo que es esta producción.
Además, la música en vivo le brinda alma a toda la obra. No hay como la electricidad de una guitarra (Alvaro Rosales). Ni puede entenderse el caminar de la historia sin el “beat” del bajo (Alejandro Gómez). Sólo los teclados pueden regalarnos la melodía de la narración (Alfredo Sánchez). Y la fueza, la fuerza de un corazón, esa sólo puede ser de una bataca, y en este caso, no de cualquier bataca (Nacho González, de La Cuca).
El elenco puso también su parte. Y no hay a quién declarar favorito. Iraida Noriega, cantante de Jazz que interpreta a Elizabeth, la novia, tiene una voz que fascina. Ugo Rodríguez (Azul Violeta), nos mostró las motivaciones del Dr. Frankenstein con matices que nos llevaron por la arrogancia y el entusiasmo, para atravesar después la vergüenza, fortalecernos con un “¡No!” contundente y absoluto, y culminar en el reclamo de la destrucción del ser.
Al Prof. Waldman, interpretado por Aldo Ochoa, nos lo mataron muy pronto, ¡qué horror nos brinda la muerte del personaje cuando sabemos que ya no lo vamos a escuchar! No sucede lo mismo con el niño César Ruvalcaba, quien hizo de William Von Frankenstein, el hermano menor del Doctor, y quien de plano sí necesita que le ayuden a, por lo menos, no moverse como robot y a sacar la voz que debe tener escondida en algún lado. Se le perdona porque es un niño, pero debe haber la forma de ayudarlo. La niña aldeana, Alejandra Córdova, en cambio, ah, qué buena actuación y qué correcta intención de voz.
Esteban Gómez, quien representa a Igor, junto con sus asistentes 1 y 2 (Leo Marín y Fernando Ornelas), dan gusto y risa. Su primera intervención, eso sí, demasiado caricaturezca, pero ya después se corrigió la cosa y fluyó perfecto.
La pareja enamorada (Vera Concilión y Aldo Ochoa) se antojan un poco melosos de más, pero se entiende también que es la intención, así que está bien.
Y por último, y no porque sean todos, sino porque por algún lado hay que terminar, Gerardo Enciso, compositor de culto que interpretó al abuelo ciego, cerró con el epílogo: Es tan difícil reconocernos en él, ver al monstruo que habita debajo de nuestra piel…
Por fin comprendemos porqué el Ente del Dr. Frankenstein es el personaje favorito de ficción de José Fors. Y caemos en cuenta de que la fuerza creativa que impulsó el proyecto, se ha transformado en una confrontación en la que participamos tomando conciencia de que aquel monstruo nos refleja en nuestras dualidades, debilidades, deseos, aspiraciones, corajes, envidias, tristezas, tragedias.
¡Bravo, bravo, bravo José Fors! Y gracias.

Mamá va a volverse loca

Es sábado y la niña se sienta a tomar el licuado de la mañana. Mamá se lo da y se va a sentar frente a la computadora en donde está leyendo “Satoshi Kon's last words” (http://www.makikoitoh.com/journal/satoshi-kons-last-words -Satoshi Kon es un excelente director de anime; si has visto una película de él, dirás, está loco, y sí, es de esos locos maravillosos que han dado frutos extraordinarios). El link se lo mandó papá hace cerca de dos meses. Apenas hoy ha podido abrirlo. Como siempre, lo leyó a intervalos porque las interrupciones han sido constantes.
Esta vez la niña quiere que mamá la peine. El cabello se le viene a la cara y no la deja tomar el licuado en paz. Mamá, más resignada que molesta, se levanta a peinarla. La niña nunca se deja peinar, siempre es una batalla.
¡No! ¡Me jalas! Pero esta vez es dócil, incluso colaboradora. Su natural rebeldía se convierte en una sonrisa acompañada de un: mamá, eres hermosa.
A mamá le parece injusto. Precisamente hoy que quería dejarla despeinada, tal y como todos los días se lo pide la niña, sólo para poder terminar de leer, precisamente hoy la niña le dice que es hermosa porque la ha peinado. ¡Dios! Le da un beso y la deja ir a ver la tele y terminar frente al televisor el licuado.
Y es entonces que mamá se da cuenta: esta lucha mamá – hija se va a dar siempre. Por un lado la niña la adora, porque sabe que mamá la cuida, la peina, la baña, le lava la ropa, juega con ella, le cuenta historias, le canta. Por otro, sabe que mamá va a dejarlo todo por hacerlo todo para ella. Sabe que mamá la va a poner en primer lugar. Y eso, ¡eso le va a dar un coraje enorme! Por eso le va decir:
no me peines, no me toques, no me digas lo que tengo que hacer. Yo sola, yo sola. Tú ve y haz tus cosas y déjame a mí sola.
Hay niñas que somos así: deseosas de hacer NUESTRAS cosas. ¡Y qué coraje da cuando mamá deja de hacer lo suyo para darle a uno lo que necesitas! Porque aun cuando sabemos que lo necesitamos, quisiéramos saber que mamá, a quien finalmente nos parecemos, no por eso va a dejar de leer algo que evidentemente la ha capturado, para venir en nuestro auxilio. En ese sentido, tenemos alma de hombre. Queremos hacer cosas y que nos dejen en paz para hacerlas. Igual que papá, quien bien que mal tiene sus espacios, sus libros, sus comics, su tiempo frente a sus gustos. Quien no corre a ayudarnos siempre que se lo pedimos porque ahí está mamá que siempre se adelanta. Es cierto que papá ayuda mucho a mamá, pero mamá tiene algo así como un gen que la obliga a adelantarse a tantas cosas y que le impide soltar del todo la responsabilidad de cuidar su hogar.
Y nosotras, las hijas rebeldes, de voluntades firmes, somos como mamá, pero queremos ser como papá. Para nosotros primero están los demás, pero queremos hacer primero lo nuestro. Porque finalmente, también heredamos ese gen egoísta de papá a quien abuelita siempre le dio todo, le hizo todo y le resolvió todo para que él se preocupara sólo por él y sus gustos y sus cosas. Por eso, cuando vemos a mamá leer un texto que evidentemente la ha capturado, queremos que nos peine, que nos de la atención que siempre nos da, que nos resuelva nuestras necesidades en ese instante y de forma inmediata. Y le decimos entonces:
eres hermosa, porque me has puesto en primer lugar.
La niña, con sus casi tres años de vida, adivina que dentro de mamá hay mucho más que todo eso que hace. Y le da coraje saber que mamá no lo está haciendo. Pero también la ama porque sabe que no lo hace por ayudarla a ella. Pero le da coraje. Pero también la ama.
Así que mamá se ha dado cuenta hoy, justo hoy, que esa niña siempre va a guardarle un poquito de rencor al mismo tiempo que la va a querer mucho más que mucho. Así ha sido siempre. La relación mamá – hija es el reflejo del debate interno de la mujer: la lucha entre lo que soy y lo que quiero ser.
Por eso mamá hoy, siendo sábado y pasadas las 12:00 del día, no se ha puesto a lavar el patio, pasear al perro, lavar la ropa, recoger la casa e iniciar el ritual de limpieza del hogar. Hoy mamá se ha sentado a escribir de todas esa cosas mejor, porque si no lo hace mamá se va a volver loca.
Y al pensarlo, al imaginarse vuelta loca con todo aquello que hay que hacer, se da cuenta que la alternativa es también una locura. Que querer ser egoísta y vivir para sus cosas implica dejar demasiado de lado. Que el desorden y la falta de cuidados se dejarán sentir antes que pronto. Y eso también la va a volver loca.
Mamá se ha dado cuenta de que si quiere tanto a su hija, le tiene que enseñar a caer en la inevitable locura. Y para enseñarle tiene que aprender a hacerlo. Tiene que dejarse llevar por la locura que enriquece, y no por la locura que reprime. Le tiene que enseñar que es posible vivir en esa tensión constante entre lo que soy y lo que quiero ser.
Porque claro que la casa tendrá que limpiarse y habrá que sacar al perro y lavar la ropa y todo, todo, todo eso. Pero, por lo menos hoy, mamá va a dejarlo todo para dejarse llevar por la locura que la acerque un poquito más a todo lo que realmente es, y no sólo a lo que tiene que ser.
Mamá está en proceso de convertirse en ella. Y lo hace, eso también, por su niña, Mamá quiere que algún día su hija diga:
mi mamá fue lo suficientemente egoísta como para darme una vida de locuras que dan frutos extraordinarios. Y yo quiero ser “hermosa” como ella.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Es más simple de lo que parece

La pregunta la sorprendió en medio del ajetreo de todos los días: revisar tareas, tomar asistencia, buscar el sello en la mochila, colocar el USB en la computadora y verificar que el reproductor de CD esté funcionando y en el track correcto.
La pregunta se instaló en su pecho como una llama ardiente que por un instante la dejó helada. El frío que la invadió fue como un abismo en el que se sintió caer. Todo, por supuesto, sucedió en tan sólo unos segundos. Del abismo al que se había sumergido se levantó al instante para seguir con la clase. No hay tiempo que perder, es muy poco el que tenemos, le dijo a los alumnos. Y después, volteó a ver a la niña que tenía frente a sí, con sus ojos muy abiertos y atentos a cualquier expresión de su rostro. Esa niña volvió a preguntar, con una sonrisa casi tímida e impregnada de verdadera curiosidad: Maestra, ¿qué harías si hoy fuera tu último día de vida?
Esta vez ya estaba preparada: No daría clase, pero no es mi último día de vida, así que a tu lugar. Vamos a empezar.
Más tarde, mucho más tarde, días, semanas después, la pregunta seguía con ella, sorprendiéndola, acosándola, intimidando su mundano existir. ¿Qué harías?
No es que nunca antes se le lo hubiese preguntado. Es que nunca antes había estado tan vacía de respuesta. No lo sabía. Y no saberlo la atormentaba. No saberlo fue precisamente lo que la paralizó. Darse cuenta de que ya no sabía quién era ni qué quería. No tenía idea de cómo había llegado a donde estaba ni a dónde deseaba ir. No veía el futuro más allá de la siguiente semana de planeación. Estaba en blanco. Y esa niña, con escasos 10 años, la había sacudido y le había dado una enorme bofetada que la despertó. ¿Cómo puede vivirse una vida, sea de un día o de varios años, si no se sabe qué se va a hacer?
Y las respuestas comunes no sirven: pasarla con mi familia, visitar a los amigos, comer rico, tomar vino, hacer ejercicio, ir a la playa, ver el atardecer… no, nada de eso sirve. Porque cuando te enfrentas a la pregunta tan desprevenidamente como le sucedió a ella, la pregunta se convierte en una exigencia: ¿qué vas a hacer?
Por fin llega el día en que no puede más, y con un poco de rencor y tristeza le pide a la niña de escasos 10 años que se acerque. ¿Qué harías tú si hoy fuese el último día de tu vida? ¿Yo?, dice la niña muy contenta de que por fin va dar su versión de la respuesta correcta, yo lo viviría ¡al máximo! Y remata su respuesta con una sonrisa amplia y hermosa en su sencillez. La maestra, ya sin rencor y sin tristeza, sonríe también, la abraza y le da un beso en la frente. Pues sí, ¿verdad? … Todos a sus lugares, vamos a empezar.

sábado, 13 de marzo de 2010

Forgive them, they don't know what they do

I know... I should get over it, but it's still there. I'm trying to let go and I know that understanding the human nature of those who have hurt me should do the job... I hear the words "Father, forgive them, they don't know what they do"... and a part of me jumps on my seat and can't stay put: Shouldn't we let them know what they are doing? Shouldn't someone teach them a lesson? Do I really have to stay put and do nothing about it?
Why can't I just let it go?
Because I need to be recognized. I need to know that they know how they hurt me. I need empathy. I need it... I want it... And I don't want to let it rest until I know they know....I don´t want to forget until I can be sure it won't happen again... I don't want it to happen again. Who will acknowledge me...
And again my mind goes to that same scene where Jesus is just letting things happen and placing his spirit onto God's hands. And Jesus is telling me, without any words: I AM acknowledging you. I know how it hurts.. I know it's not fair. I know how painful and how broken you feel, and I know just how close you are to losing all faith in others, in yourself, and in God. I know because I went through it. So I'm going to take your hand and I'm going to let the pain die so that you can live again. You don't have to do anything, you don't have to speak, you don't have to make anyone realize, you don't have to teach anything, you don't have to try... I AM with you. That's why I did everything I did: to be with you...let Me be with you... let’s just be together, and let's let God do the rest.
Forgive them... please.

Nail it to the cross

Forgiving has been a topic that has kept me busy. Not because I have been too willing to forgive, but because it made me realize just how separated from God I really am. When Scott mentioned during my church’s service that an indicator of a person truly walking with Christ is how quickly and easily that person can forgive, I immediately realized just how far away I have been from Christ.
I remember a time when I wasn't so resentful, but now that I am, I just can't find peace and be content with enjoying the beautiful things I now have in my life.
Another thing that has been hunting me is what Scott said about nailing our resentments to the Cross.
Nail it to the Cross, he said. That phrase has been with me again and again. I know it’s not literally, I understand it’s symbolic, but what does it represent? How do I nail it to the Cross?
And yesterday, it hit me. I remembered that I had once thought to myself that Christ’s sacrifice was not just dying for us, it was deeper than that. It was the way he died that makes an enormous difference. He died being judged, betrayed, hurt, broken, put down, laughed at, I mean, all sorts of terrible things where done to him… and he didn’t deserve any of them.
Nevertheless, at one point, just before his crucifiers divided his garments, He said: “…Father, forgive them, for they do not know what they do.” (Luke 23: 34)
As these words -“…Father, forgive them, for they do not know what they do.”- came to my head again I remembered that Jesus is the Way because He is our greatest example. That is the moment he nailed all of our sins, hurts, betrayals onto the Cross. Sometimes people tell you “be the bigger person” in a given situation. Well, that’s the moment Christ was the Biggest Person ever. That’s the moment when he was teaching us how to nail resentments to the cross. He was loving even then. He understood the nature of those who were hurting him and was praying, asking God to be kind to them, to understand them too.
I hope God gives me the straight to forgive as well. To let the hurts I have die on the cross instead of continuing to live inside of me. Nail it to the cross and leave it there, let it die and stop it from keep on hurting.

martes, 25 de diciembre de 2007

No me digas "güey"

No se sabe cómo ni en dónde surgió esa expresión de "güey", pero hoy en día es la palabra más utilizada por millones y millones de mexicanos. No es difícil imaginar que la intención de quien quiera que la utilizó por primera vez era decir "buey", pero que por ignorancia dijo güey. Y la palabra se quedó, por ignorancia o una total falta de inmadurez, en los labios de quien quiera que la escuchaba. Como una epidemia todos empezaron a llamarse güey entre sí, hasta que México se convirtió en un país lleno de güeyes.
Se dice que Adal Ramones contribuyó mucho a la difusión de dicho termino. Yo no lo sé de cierto porque yo no solía ver su programa, pero al parecer fue ahí donde quedó establecido que ser güey era "cool".
Pero a mi no me digas güey. Yo no soy una casi bestia (porque ni a bestia llega el término) al que se le ha castrado para hacerlo sumiso, dócil, dejado y que sólo sirve para jalar el arado o lo que es lo mismo, seguir la corriente y hacer lo que se le dicte sin cuestionar.
A mi no me digas güey porque yo sé que uno es lo que afirma ser y me respeto lo suficiente como para no tolerar que un güey me quiera identificar como su semejante.
Y quizá haya quien piense que exagero, que sólo es un término inofensivo que implica amistad, camaradería, pero las palabras no son inofensivas. Tienen vida, tienen fuerza, tienen alma. Nos forman y transforman. Nos creamos y recreamos a través de ellas.
Y me es triste saber que más de la mitad de los mexicanos se consideran güeyes. Es espantoso escuchar a un chavo rematar cada frase que dice con un "güey", como si hacerlo fuera una distinción (no se da cuenta de que es uniformidad). Es triste ver que si hay que hablar con alguien o referirse a alguien, basta mencionar al güey que al parecer todos llevan dentro, para identificarlo y de paso despojarlo de su individualidad.
Total, a mi no me llames güey, porque no es un asunto de ser o no ser. Aquí no hay duda y no debería de haberla en tí.