domingo, 12 de junio de 2011

Escoge tus batallas IV

Tocó a la puerta. La voz de su Padre le otorgó permiso para entrar. Al abrir, lo vio sentado junto a la ventana, en su sillón de lectura, leyendo. Pasa, pasa hija, ¿te hace falta algo?

No, Papá, todo bien. Quería… quería estar un rato contigo. ¿Estás ocupado?

Claro que no. Nada hay más importante que pasar un rato contigo. Pasa, pasa. Acércate aquella silla y siéntate aquí a mi lado.

Ella prefirió hincarse junto a sus pies, como solía hacerlo cuando era pequeña. Colocó sus brazos en sus rodillas y puso su cabeza en sus piernas.

¿Qué tienes?, preguntó Él, mientras acariciaba sus cabellos. Jesús me ha pedido que tome una decisión, contestó ella. 

Ah, sí: La Decisión. Su Padre sonrío divertido, como lo hace cualquier Padre al darse cuenta de que lo que inquieta a su pequeña no es, después de todo, tan grave. ¿Y qué has pensado?

Ella tragó saliva. No quiero irme del castillo. No quiero dejarte. ¿Qué voy a hacer sin ti?

Papá soltó una enorme carcajada. Déjame contarte un cuento. Pero primero ve por una silla, anda. Y la colocas aquí, frente a Mí, para que pueda verte mejor. Ve. ve… Ella fue por la silla y la colocó frente a su Padre. el_arbol_0

Hace muchos años, empezó a contar,  un hombre y una mujer vivían en un jardín llamado Edén. Tenían la indicación de que podían comer de cualquier árbol, de cualquier fruto, con excepción del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Pero ellos eran unos niños, en realidad. Y como era de esperarse la curiosidad surgió. La primera en sentir el gusanito de la curiosidad fue Eva, que así se llamaba la mujer. La mujer siempre ha sido un alma inquieta. Siempre ha estado abierta a conocer, a amar, a escuchar la voz de su naturaleza.

Al principio, ella no hizo mucho caso, pero después, el gusanito creció y creció, hasta que su curiosidad era tan grande como una serpiente. Nunca se le ocurrió preguntarme a Mí, qué pasaría. No me tenía mucha confianza, ¿sabes? Creyó, seguramente por Adán, el hombre de nuestro cuento, que yo era también, un hombre. La humanidad entera sigue imaginándome así, como un hombre. Así que creyó que si me preguntaba me enojaría, la castigaría, como sería natural que lo hiciera un hombre.  Y es que ese Adán era un típico niño y la tenía medio asustada. Le gustaba recordarle qué Él era el primogénito y por lo tanto el importante. Que ella no era más que una costilla, y constantemente la molestaba con cosas que la hacían sentirse menos. No es que Adán fuera malo, no. Era un niño…  y tú sabes que a los niños les gusta molestar a las niñas. Y también sabes que las niñas suelen tomárselo todo muy a pecho, y… tuvo miedo. 

Total que aquí estaba esta niña con mucha curiosidad y nadie para orientarla. Y su curiosidad creció y creció hasta que ella empezó a formular sus propias teorías. Que si esto, que si aquello. Y por fin probó el fruto. Y luego se lo ofreció a Adán. Y no creas que Adán hizo tantas preguntas. No, ¡qué va! … El hombre es más práctico. Vio que el fruto podía comerse, su curiosidad se limitó a preguntarse a qué sabría, y se lo comió.

Y ahí empezó todo. Yo me di cuenta de que habían comido del fruto porque de repente se escondieron, empezaron a cubrir su cuerpo y se les veía temerosos. Cuando les pregunté qué pasaba me dijeron que nada. Todo bien. Pero los nervios los delataron de inmediato. ¿Acaso comieron del fruto del árbol del conocimiento?, les pregunté. No, no… me respondieron. Pero bastó una mirada para que Adán soltara la sopa. Me lo ha dado Eva, dijo. Y Eva le echó la culpa a la serpiente.

Qué fácil habría sido asumir la responsabilidad… cuando se asume la responsabilidad hay algo que hacer. Pero eran unos niños, todavía no habían desarrollado la habilidad para responder por sus actos.

Y el fruto, claro, ejerció su efecto sobre ellos. Siempre hay consecuencias y de esas, no se puede esconder nadie. Así que se les abrieron los ojos en torno al nuevo conocimiento, el que provino del fruto. Pero no sabían que el fruto, si bien es un aspecto de la verdad, no es La Verdad. La Verdad está en el Árbol, no en el fruto. Así que el Edén dejó de existir para ellos, porque ya no podían ver más que el fruto de su conocimiento. Y pasaron muchos años y muchas generaciones. Y desde entonces, hasta hoy, la humanidad vive en un mundo de conocimientos. Y hay tantos conocimientos como frutos puede tener un árbol. Y todos creen tener la verdad.

Jesús, tu hermano, fue al mundo a abrirles los ojos. Pero no a abrirlos al conocimiento, sino a la Verdad.  

Así que cuando Jesús te ha dicho que tienes que dejar el castillo, lo que te ha querido decir es que tienes que dejar de creer en el fruto. Dejar la seguridad del mundo tal y como lo conoces, y empezar a vivir en la sorpresa que la vida es. Porque la vida…  ¡es sorprendente hija! ¡Disfrútala!  ¡Vívela!Aprende a verla con los ojos de la Verdad. Con Mis ojos.

Recuerda que Yo soy la Verdad y la Vida. Yo soy el Amor. Yo soy el Árbol, hija. Por eso tienes que dejar el castillo. Para aprender a verme no como un lugar de refugio, un salvavidas que te puede ayudar, sino como la vida misma. Y la vida está en ti. Tú estás viva. Y yo estoy aquí, contigo, en ti. No tienes que ir a ningún lado para encontrarme. Ya estoy aquí. Esa es la buena noticia.

Pero la realidad, dijo ella desconcertada … la realidad es tan… real. ¿Cómo ignorarla?

La realidad es el fruto. Y claro que es real. Existe. Las consecuencias de los actos siempre se dejarán ver. Son reales. Pero no lo olvides hija. No son la Verdad. Yo soy la Verdad.

Así que si vuelves a verte en una situación en la que la realidad se desploma contigo dentro, recuerda que Yo estoy ahí. Cree en Mí. Aunque en ese momento no puedas verme, no alcances a sentirme, no puedas respirarme… cree en Mí. Todo cobrará sentido más adelante. Todo. Pero el primer paso es creer.

Ella lo vio con profunda gratitud, y con miedo. No sé si estoy lista para dar el paso, pero supongo que si te has molestado en contarme todo esto, es porque te gustaría verme darlo.

Claro que me gustaría, hija. Quiero verte crecer.

¿Tú crees en Mí?

Eres mi hija, claro que creo.

Gracias Papá. 

Y ambos se fundieron en un abrazo. 

viernes, 10 de junio de 2011

Escoge tus batallas III

Estaba sentada en la cima de una colina. El sol empezaba a acercarse al horizonte y el cielo se matizaba con una combinación de naranja, rojo y púrpura, extraña y bella. Se oyó una voz a sus espaldas. Vaya, por fin te encuentro. ¿De quién te escondes? Ella no volteó a verlo. No hacía falta. Era la voz de su Hermano mayor.

Me escondo de Ti, por supuesto, dijo intentando ser distante.

Él se sentó a su lado. Con que sigues jugando a las escondidas. Ya estás muy grande para eso, ¿no crees? Y ya instalado a su costado le dio un empujón con el hombro, y ahora sí, a pesar de sus esfuerzos, no pudo mantener la seriedad en el rostro, y sonrío, sólo para volver a recuperar el equilibrio perdido y ponerse seria otra vez. No empieces, sigo enojada contigo.

Bueno, enojada o no, mañana paso por ti. Vamos a cabalgar juntos.

No quiero ir, le respondió cortante. Tengo cosas que hacer.

El sólo sonrío. No te pregunté si querías. Mañana paso por ti. Temprano, ¿eh? Ya sabes que me gusta madrugar tanto como a tí desvelarte, así que procura no darte gusto hoy. Y muy divertido, le dio un nuevo empujón mientras se ponía de pie. Ella, volvió a perder el equilibrio y una nueva sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro. Levantó la vista y lo vio. ¡Ay, me caes gordo!, se quejó casi riendo.

Lo sé, le dijo Él riendo a su vez. Yo también te quiero. Se dio la media vuelta y se marchó.

A la mañana siguiente su Hermano entró a la habitación, encendió las luces y le echó unas gotitas de agua helada en el rostro. Ella abrió los ojos de golpe y empezó a refunfuñar de inmediato. ¡¿Pero qué te pasa?!

Vamos, dije temprano. Te veo en cinco minutos abajo.

Cuando bajó, su hermano ya estaba montado en un hermoso caballo pinto, y a su lado la esperaba un caballo marrón. Se subió a la silla y apenas alcanzó a acomodarse cuando su Hermano ya estaba galopando. Ella se apresuró y fue detrás. El sol aún no se asomaba.

Cabalgaron cerca de media hora cuando llegaron a un acantilado junto al mar. Su hermano se bajó del caballo, colocó una manta en el suelo y sacó una bolsa con alimentos. ¿Me levantaste tan temprano para hacer un picnic?, le dijo en tono molesto. No, te levanté temprano para que te enfrentes a la verdad. Pero primero vamos a comer. Tengo hambre.

amanecer-acantiladoPartió el pan, lo bendijo y le ofreció un trozo. Comían cuando se asomó el sol en el horizonte. Mira, es hermoso. Y tú estás aquí para verlo. Razón suficiente para agradecer. ¿No te parece?

Ella, sin decir nada, agachó la mirada. Él acercó la mano a su rostro, levantó su mentón y le preguntó: ¿Por qué dejas de ver lo que se te ha dado? ¿Por qué escondes el rostro?

Porque no lo merezco.

¿Y quién dijo que tienes que merecerlo? Se te ha dado. Velo, disfrútalo. ¿Escuchas los pájaros, las olas del mar? Todo empieza a despertar. ¡Me encanta el amanecer! Me recuerda que estoy vivo. Razón suficiente para agradecer, ¿no te parece?

Sí.

Permanecieron así, sentados uno a lado del otro, frente al amanecer, hasta que el cielo se tornó celeste y las nubes dejaron los tonos naranjas atrás.

Me vas a pedir que te cuente lo sucedido, ¿cierto?

No, contestó Él. Voy a pedirte que tomes una decisión: ¿quieres volver a hablar del asunto, o quieres trascenderlo? Pero no me contestes todavía. Piénsalo bien.

¿Qué hay que pensar? Quiero trascenderlo.

Tienes que pensar en lo que vas a dejar, y que ya no volverás a tener. Tendrás que dejar el castillo. Y la verdad, bajo el refugio de Papá se vive muy bien: te dedicas a hacer todo lo que tienes que hacer; dices lo que tienes que decir; eres lo que tienes que ser. A mucha gente le funciona. Tiene su belleza y gracia.

¿Y si decido trascenderlo?, preguntó ella.

No podrás volver a refugiarte en el castillo. Tendrás que asumir la responsabilidad de lo que sucede. Y harás lo tienes que hacer, dirás lo que tienes que decir, y serás quién tienes que ser. Pero nadie te dirá lo que eso significa. Tendrás que descubrirlo tú sola… No podrás volver a ser una víctima. Escuchalo bien: No podrás volver a ser una víctima.

¿Sóla?

Bueno, sola, sola, no. Yo seré tu guía.

Y ya sabemos a dónde me puede llevar eso… Lo dijo con el filo del sarcasmo en los labios.

¡Ah! El enojo por fin se asoma. Sí, ya sabemos a dónde nos puede llevar eso: a trascenderlo. Tú decides…   Regresemos al castillo.

No hubo una sola palabra durante todo el trayecto de vuelta. Al llegar al castillo, bajaron de los caballos y su Hermano se acercó a ella. La tomó de los brazos, la vio directamente a los ojos, y le dijo: No hay decisiones buenas ni malas. Decidas lo que decidas, Papá siempre te va a querer, y Yo siempre te voy a querer. Decidas lo que decidas, la Vida correrá en tus venas y el Amor estará en tu existencia. Sé que tienes miedo, pero no tengas miedo. Trascender es más fácil de lo que imaginas.

Le soltó los brazos, se dio la media vuelta, y empezó a alejarse. Ella, corrió hacia Él. ¡Jesús!, gritó su nombre, se le plantó en frente y lo abrazó. ¡Te quiero, y no estoy enojada contigo! ¡No es contigo!

Él la abrazó también. Lo sé pequeña. Yo también te quiero. La estrechó aún más fuerte. Te quiero mucho. Y siento mucho lo que sucedió. Lamento con toda mi alma que te hayan dañado de esa forma. Me duele saber que hubo alguien capaz de lastimarte. Sufro al darme cuenta de que confiaste plenamente en alguien, y que ese alguien utilizó tu fe para ultrajarte. Lo siento de verdad, lo siento. Pero mírame… La soltó, colocó sus manos en su rostro, y clavó sus ojos en los de ella: Yo puedo borrarlo todo. Yo tengo la autoridad para cerrar la herida y no permitir que vuelva a doler. Te pido que creas en Mí. Vuelve a creer plenamente en alguien, y que ese alguien sea Yo. Nadie más, sólo Yo.

Volvió a abrazarla, aún más fuerte. Le dio un beso en la frente antes de soltarla. Te amo, y si decides concederme el honor de ser tu guía, te espero mañana temprano… aquí.

martes, 7 de junio de 2011

Escoge tus batallas II

(Escoge tus batallas: http://amidacastro.blogspot.com/2010/10/escoge-tus-batallas.html)
Apenas ha logrado llegar a las puertas del castillo. Tan pronto llega, se ha desplomado del caballo. Trae en el pecho una daga. Su padre, que en cuanto escuchó que se acercaba corrió a su encuentro, ya la tiene en sus brazos. Ella lo ve con los ojos llenos de lágrimas, con sollozos trata de explicarse. No, no digas nada… lo sé, le susurra al oído. Lo sé todo, no te preocupes, vas a estar bien. Todo va a estar bien.
Entonces la carga. Lo hace con tal fuerza que parece una pluma a pesar de llevar la armadura completa. La coloca en su lecho, le quita el yelmo para que respire mejor. Ella no deja de llorar y el llanto la sofoca. Calma, calma, ya estás en casa. Su Padre la examina bien. Con sumo cuidado le quita la armadura, pieza por pieza. Sólo queda retirar el peto, pero habrá que quitar la daga primero. Su Padre, sin pensarlo dos veces, retira el mal de un tiro. El cuerpo de su hija se estremece de dolor y la sangre empieza a brotar. Con prontitud retira el peto y coloca sus manos sobre la herida, haciendo presión. Un milagro, hará falta un milagro.
El Rey oprime la herida por mucho tiempo. Han sido momentos interminables para su niña, quien llora, grita, se retuerce. Ordena que le traigan ungüentos, pomadas y otras cosas que sólo Él conoce. Te dolerá otro poco, pero es muy necesario. Sé fuerte mi amor.
Por fin se ha quedado dormida. Papá se queda a su lado. La cuidad, la procura. Por fin la niña despierta y Papá está ahí, atento, aliviado de ver que ya reacciona.
Los días y las noches pasan. La niña poco a poco recupera su ánimo perdido. Lo recupera sí, pero no todo. Sus ojos no logran despertar. Están aún inmersos en aquella batalla que le ha robado el alma.
Caminaban sobre la arena cuando por fin el tema tan temido salió a relucir. Cuéntame cómo fue, le dice. Ella no quiere recordarlo. Vamos, cuéntame y saca de tu pecho el veneno incrustado antes de que termine por consumir tu vida, por dirigir tu mundo.
Fue una batalla moral, Papá. Te juro que fue moral, y yo quería ganarla. Me puse en manos del destino, o lo que yo creía era el destino, y seguí a mi corazón, y todo iba bien, muy bien. Pero de pronto, de la nada, surgió un rostro obscuro y frío y envidioso. Surgió en mí. No sé de dónde. Y de golpe acabó con mi fuerza. Me desplomé, y como pude huí: avergonzada, consumida, inacabada. Perdóname, no debí… intentarlo.
Su Padre la miró de lleno, con infinita ternura. No mi niña, no digas eso. Intentar no es pecado. Y a tu corazón debes seguirlo. Mas se prudente con tus entrañas. Eres toda entraña mi niña. Demasiada pasión, demasiado sentir. No está mal, pero mi amor, aún cuando eres y siempre serás mi niña, ya no eres una niña. Ya es hora de crecer.
La niña se estremeció. No, no quiero volver a intentarlo. Nunca más. No puedo volver a luchar. Mírame… estoy rota. Recuperada tal vez, pero rota. Nunca más podré sostener una espada. Ya  no hay escudo que pueda protegerme. No Papá, ya no puedo. No me obligues.
¿Obligarte?, respondió su Padre divertido. ¿Y desde cuándo obligo Yo? Además, ¿quién ha dicho luchar? Yo dije crecer. Hizo una pausa larga para sopesar las palabras antes de decirlas. Hija, hay batallas morales que no se ganan, se trascienden. Pero no puedes hacerlo sola. Crecer es dejar de ser tú y convertirte en Nosotros. Tú y Yo. Yo y Tú. Nosotros.
¿Quieres decir que vas a luchar a mi lado?, preguntó la niña.
No. Quiero decir que ya no puedes seguir luchando. Las respuestas, por lo menos las que buscas, no están en la batalla. Toda lucha es en realidad una resistencia. Todo lo que se resiste, perdura, porque se le ha dado el poder… Quiero decir, a veces para ganar sólo hay que aceptar la derrota, y … trascenderla.
La niña no pudo decir nada. No sabe si ha comprendido. Su Padre adivina su incertidumbre. La toma de la mano. Ven, vamos.  
Papá, ¿puedo quedarme aquí contigo por más tiempo? Todavía no estoy lista para volver.
No, todavía no estás lista. Pero vas a estarlo. Vamos, vamos a cenar.

martes, 31 de mayo de 2011

El corazón no duele

woman-with-hands-over-heartHoy me ha dolido el corazón. Y ya sé que los médicos aseguran que el corazón no duele, pero a mí me ha dolido. Aún me duele.

Y no, no quieras explicarlo con un vacío en mis entrañas ni el eco de memorias perdidas. No. No duele lo que añoro ni lo que dejé ni lo que no tengo. Me dueles tú.

Me dueles, sí, me dueles mucho. Me dueles porque no logro pronunciarte, no encuentro la palabra que pueda igualarte. Me dueles porque quiero comprenderte, compartir tus miedos y acallar tus dudas. Y en el proceso, quiero aprender de ti, pues sé, bien sé que es mucho lo que de mí puedes decirme.

En fin, me dueles porque quiero ser tu amiga, tu hermana, tu alegría. Quiero estar ahí, contigo. Quiero conocer tu humanidad y hablarte de la mía. Me dueles porque no sé como acercarme y porque aún cuando lo logro, mi yo sale al rescate y con infinito miedo me aleja de tu lado. Me aleja, sí, porque mi yo me conoce y sabe que tarde o temprano te diré la verdad, la gritaré con toda mi existencia, y entonces sabrás que mi alma humana también tiene su lado más obscuro. Y sabrás que soy un hombre, como cualquier hombre, y que así como te amo también te he odiado, te veo con rencor, con envidia y con coraje.

Me duele el corazón, porque humano como es no puede comprenderse más que por leyes que le dictan lo que debe ser, lo que es correcto y digno y adecuado. Y no hay forma de ser todo eso que es correcto y digno y adecuado. Al pobre corazón nadie le ha dicho lo que es, y nadie le ha aceptado por ser exactamente eso: lo que es.

Me duele el corazón porque él no puede distinguir si eres creyente, ateo, amigo o enemigo. Y yo me veo explicándole que estamos divididos. Y no sé cómo decirle que en esta división, participamos todos. Que todos somos yo. Y todos somos tú. Y nadie es nosotros.

El corazón no duele, me dicen, aseguran. Pero yo te digo a ti que sí, que duele. Que duele cada palabra que me trago para no ofenderte y que después dejo ir porque al final eres tú quien me ha ofendido. Que yo tampoco acepto que seas tú quien eres. Y que no sé cómo romper el ciclo que me aleja de ti, que te aleja de mí.

El corazón me duele porque te amo, y no sé cómo amarte. ¿Acaso en el silencio, en el anonimato, en la lejanía? ¿O será mejor de frente, cercana, con el contacto de por medio, y tu mirada en la mía? ¿En el abrazo sincero? ¿En el saludo cortés? ¿Detrás de mi disfraz de indiferencia? ¿En el servicio sin mirar a quién? ¿O en el egoísmo de servirte a ti y sólo a ti?

El corazón no duele, me han dicho, aseguran. Pero a mí… a mí me dueles. 

sábado, 21 de mayo de 2011

Hay trastes que lavar

dirty dishesDe pronto se ha puesto de malas. ¿Por qué tener esa tendencia a vestirse con gestos ajustados e incómodos? No lo sé. Pero él se ha puesto de malas y ha aventado su alegría al cesto de ropa sucia. Para su mala suerte ha ido a caer al piso, lo que lo ha encendido aún más, y a mí me ha dado mucha risa. Claro que me he mordido los labios, y en lugar de dejar salir la carcajada, he salido del cuarto de puntitas. Cuando el señor se pone de malas, lo mejor es huir.

Y justo eso hice: salí en silencio del cuarto. De haber podido, me habría calzado unos tenis y me habría salido a dar una vuelta. Pero los tenis están en el closet del cuarto en cuestión, y a duras penas he logrado salir de ahí sin que lo notara. Ni loca vuelvo a entrar, y en chanclas no voy a ningún lado. Una también tiene su orgullo.

Mejor me escondí en la cocina. Hay trastes que lavar. ¡Va! No sé de qué se enoja si la que los lava soy yo. Ese ego mío se cree que porque puede escribir unos versos ya no debería molestarse en lavar ni un plato. Ya ves, al final, en su enojo, ha hecho añicos el papel.

Lo escucho refunfuñar y sé que mañana estará lleno de arrepentimiento. También por eso he decidido escapar, para que no me salpique con sus ofensas. A veces, para estar cerca, hace falta estar lejos.

Sí, a veces el silencio es mejor. No tiene caso discutir que si esto o aquello. Sobre todo si hay amor de por medio. Esta vez lo dejé gritando solo en el cuarto. Al rato se le pasa, se pone las pilas y me ayuda. Lo conozco. Le gustan las cosas bien hechas. Y para hacerlas bien, nadie como él.

Mi ego se ha puesto terco de nuevo. Se niega a creer que nació para esto de todos los días. Y mira que lo entiendo. No creas. Tiene su tajo de razón. Pero es sólo un tajo, a la realidad le pertenece el resto. Y yo formo parte de esa realidad. Una realidad que es mucho más dulce de lo que en momentos así logra reconocer. Una realidad que es la esencia de su poesía, la verdad de su fe.

De pronto se ha puesto de malas,  pero yo… yo me he puesto a cantar, y estoy riendo.

martes, 26 de abril de 2011

Desarraigo

Desarraigo. Imagino un árbol plantado en el mar, que por un extraño milagro ha crecido, algo deforme y tosco, sin mucho follaje, pero de algún modo bello, a pesar de estar tan torcido e incompleto. Tiene enormes raíces que han formado una especie de isla sobre la que flota, pero al no tener tierra firme que le dé sustento, va de un lado a otro, errante. 

Mareado está ya de tanto navegar. Ese árbol perdido en los océanos añora la tierra firme en la que ve que otros árboles se regocijan, y a veces ha logrado asirse entre las piedras de un arrecife, la arena de una playa o en la madera de algún muelle, intentando en vano echar raíces que le lleven a tierra. Pero la piedra es demasiado dura y resbalosa, no tiene nada que ofrecerle a un árbol. La arena, demasiado blanda y superficial, no puede sostener ni quiere hacerlo. Y en el muelle la madera muerta no comprende a la madera viva, además, ahí hay hombres que sin poder entender qué hace semejante nudo de ramas flotando en el mar, pero pendientes de cuidar su muelle de cualquier amenaza, han tomado sus hachas para cortar por lo sano cualquier intento de arraigo. ¿Quién quiere un pedazo de árbol mal hecho creciendo en la practicidad de un muelle? 

Desarraigo. Un alma flotando en el océano. Sin rumbo, sin dirección, pero con añoranza. Nuestro árbol vagabundo alguna vez perteneció a la tierra. Ha olvidado ya cómo fue que llego a convertirse en un árbol errante. Y piensa que necesita volver. Lo sabe. Pero se ha cansado ya de intentarlo. ¿Por qué no conformarme con esta soledad y con este vacío?, se pregunta. Se lo exige a veces: ¡confórmate de una vez! Y desde sus raíces sin tierra surge un grito: ¡No!

¡No quiero conformarme! ¡No quiero olvidarme! ¡No quiero vivir en esta soledad! ¡Quiero ser un árbol que florezca, que de fruto! ¡Quiero estar rodeado de otros árboles! ¡Quiero tener nidos y ser refugio de ardillas y conejos! ¡Quiero ser un árbol y no un manojo de ramas!

Nuestro árbol tiene miedo. Tiene pavor. Cree que no es un árbol. Cree que es lo que muchas veces le gritaron: un manojo de ramas, un intento no logrado, una lástima.

Su miedo le impide ver que el milagro ya ha echado raíz. Que sus plegarias ya han sido respondidas, y que tiene ahora mismo miles de pequeñísimas flores. Algunas de ellas darán fruto. Otras, es cierto, no. Pero la vida es eso. Seas un árbol de tierra o seas un árbol de mar. 

Es verdad que es poco su follaje, mas el verdor de sus ramas existe. Nuestro árbol tiene tanto miedo que no ha podido ver que sí es un árbol, un hermoso, bellísimo árbol. Extraño, sí. Errante, también, pero es un árbol. 

Y tiene vida. Todos los días la vida surge en él, lo acompaña. Es refugio de corales y peces. Es descanso de gaviotas y albatros. Es un raro fenómeno natural… pero es un árbol. Un bello y magnífico árbol.

Desarraigo. Imagino un árbol plantado en el mar. Algún día va a comprender que para encontrar el arraigo que tanto necesita, solo tiene que dejar de aferrarse de una buena vez a la idea que tiene de lo que debe ser un árbol. Nuestro árbol no nació para darle gusto al mundo. Ni siquiera nació para darse gusto a sí mismo. Nació para dar gloria a Dios: la verdadera tierra prometida.

lunes, 4 de abril de 2011

Cuando la poesía muere

No voy a pretender comprender el dolor de Javier Sicilia. Perder a un hijo es algo que no puedo siquiera imaginar. Que no quiero siquiera imaginar. Pero que inevitablemente termino considerando como una posibilidad. Peor aún, como una realidad. UNA REALIDAD. La mía, la de mi vecino, la de todos los que vivimos en este país. Una realidad que desgarra, que consume, que desgasta. Una realidad que también es TUYA, Dios mío.
Y la realidad se ha impuesto: Javier ha pronunciado su último poema.
Si pudiera explicarte el porqué de estas lágrimas. Si pudiera decirte lo que sólo él ha podido decirte con palabras. Si pudiera, Dios mío, crear las imágenes vivas que Tu amor inspiró. Si en mis manos estuviera aliviar el dolor, transformarlo. Si tuviera el poder de acercarlo a Tí, como él me ha acercado a Tí. . 
Pero no puedo hacer nada. Mis manos están completamente secas. Mi ánimo es polvo. Y la voz de Javier se ha dejado de oír en el cielo. Si él, si Javier ya no tiene nada que decirte, ¿qué voy a hacer yo? ¿Qué puedo hacer yo?
Si el hombre que pudo Pronunciarte ya no emite palabras, ¿quién pintará Tu rostro, Tus manos, Tus pies? ¿Quién me dirá que es del hombre de quién se trata? ¿Quién pondrá la esperanza de Tu amor en mis labios?
Porque Dios, Tú bien lo sabes, cuando la poesía muere, el alma agoniza.
Escucha pues esta plegaria, que elevo a Ti, mi única esperanza. No permitas que el alma de quién te ha seguido y amado tan profunda, hermosa y humanamente, agonice en el silencio del dolor. Dile Dios mío, dile, que yo y muchos conmigo, también nos dolemos. Dile que lloro con él, y que, aunque comprendo que eso no ayuda, dile, dile que me deje ayudarlo a llorar, a llorar por su hijo, a llorar por mi hija, porque ella corre el mismo peligro. Porque salir del hogar, de la escuela, es ya un acto de fe. Y mi fe nunca ha sido tan grande, tan plena, tan completa ni exacta.
Dile que lo amo, que lo amo como se ama a un hermano mayor, aquel que es ejemplo de vida, de espíritu.
Dile Tú, Dios mío, que lo amas también. Abrázalo, Tú que puedes. Sostenlo. Pues él me ha sostenido innumerables veces con sus versos. Me ha abierto los ojos y ha salpicado mi alma con destellos del misterio que Eres, y que de otra forma nunca habría contemplado. 
Dile que lo amas. Abrázalo. Sostenlo. No dejes que su espíritu decaiga. No permitas que su pie se pierda en las arenas de la desdicha. No lo dejes. Quédate cerca de su corazón, de su alma. Dale la luz que él nos ha brindado en nuestros momentos de obscuridad. Dale Tu luz, Tu calor, Tu vida.
Bendícelo Dios mío, porque si hay alguien que en esta patria mía merece tu bondad, es él. Bendícelo Dios mío, porque bendecir a quién te ha alabado tan bella, profunda y totalmente, es bendecir lo mejor que el hombre puede ofrecer, puede dar, puede ser.
Bendícelo Dios mío, a él, a Javier, a Sicilia, a mi ejemplo, a mi hermano, a TU HIJO. Bendícelo. Bendícelo. Bendícelo.
Bendícelo y sostenlo, Te lo pido. ¡TE LO EXIJO! Y bajo ninguna circunstancia, por ningún motivo, lo vayas a soltar. Te lo exijo desde lo más profundo de mi indignación, de mi coraje, de mi ¡estar hasta la madre!
Te lo exijo porque tengo derecho a exigirlo. Tengo derecho a decirte que él, que Javier, no merece sufrir. Que de todos los hijos que esta patria te ha dado, Javier, no merece sufrir. De la misma manera que una hoguera no debiera extinguirse, cuando es faro, cuando es voz, cuando es guía. Javier, no merece sufrir.  
Y lo sabes. Lo sabemos todos. ¡Hombres como él no merecen sufrir! De modo que quédate a su lado. Bendícelo. Sostenlo. Tú que puedes. No lo dejes. No lo sueltes. Te lo pido. Te lo exijo. Lo suplico. Abatida, de rodillas. Te lo ruego. Su dolor es el mío. Es el nuestro.
No lo sueltes, y permite que otra vez surjan en él las palabras que nos digan que existes, que nos amas, que estás cerca, que eres Dios, que importamos. Te importamos. No lo sueltes Dios mío, no lo sueltes. Te lo pido. Te lo exijo. Lo suplico. No lo sueltes.