domingo, 12 de junio de 2011

Escoge tus batallas IV

Tocó a la puerta. La voz de su Padre le otorgó permiso para entrar. Al abrir, lo vio sentado junto a la ventana, en su sillón de lectura, leyendo. Pasa, pasa hija, ¿te hace falta algo?

No, Papá, todo bien. Quería… quería estar un rato contigo. ¿Estás ocupado?

Claro que no. Nada hay más importante que pasar un rato contigo. Pasa, pasa. Acércate aquella silla y siéntate aquí a mi lado.

Ella prefirió hincarse junto a sus pies, como solía hacerlo cuando era pequeña. Colocó sus brazos en sus rodillas y puso su cabeza en sus piernas.

¿Qué tienes?, preguntó Él, mientras acariciaba sus cabellos. Jesús me ha pedido que tome una decisión, contestó ella. 

Ah, sí: La Decisión. Su Padre sonrío divertido, como lo hace cualquier Padre al darse cuenta de que lo que inquieta a su pequeña no es, después de todo, tan grave. ¿Y qué has pensado?

Ella tragó saliva. No quiero irme del castillo. No quiero dejarte. ¿Qué voy a hacer sin ti?

Papá soltó una enorme carcajada. Déjame contarte un cuento. Pero primero ve por una silla, anda. Y la colocas aquí, frente a Mí, para que pueda verte mejor. Ve. ve… Ella fue por la silla y la colocó frente a su Padre. el_arbol_0

Hace muchos años, empezó a contar,  un hombre y una mujer vivían en un jardín llamado Edén. Tenían la indicación de que podían comer de cualquier árbol, de cualquier fruto, con excepción del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Pero ellos eran unos niños, en realidad. Y como era de esperarse la curiosidad surgió. La primera en sentir el gusanito de la curiosidad fue Eva, que así se llamaba la mujer. La mujer siempre ha sido un alma inquieta. Siempre ha estado abierta a conocer, a amar, a escuchar la voz de su naturaleza.

Al principio, ella no hizo mucho caso, pero después, el gusanito creció y creció, hasta que su curiosidad era tan grande como una serpiente. Nunca se le ocurrió preguntarme a Mí, qué pasaría. No me tenía mucha confianza, ¿sabes? Creyó, seguramente por Adán, el hombre de nuestro cuento, que yo era también, un hombre. La humanidad entera sigue imaginándome así, como un hombre. Así que creyó que si me preguntaba me enojaría, la castigaría, como sería natural que lo hiciera un hombre.  Y es que ese Adán era un típico niño y la tenía medio asustada. Le gustaba recordarle qué Él era el primogénito y por lo tanto el importante. Que ella no era más que una costilla, y constantemente la molestaba con cosas que la hacían sentirse menos. No es que Adán fuera malo, no. Era un niño…  y tú sabes que a los niños les gusta molestar a las niñas. Y también sabes que las niñas suelen tomárselo todo muy a pecho, y… tuvo miedo. 

Total que aquí estaba esta niña con mucha curiosidad y nadie para orientarla. Y su curiosidad creció y creció hasta que ella empezó a formular sus propias teorías. Que si esto, que si aquello. Y por fin probó el fruto. Y luego se lo ofreció a Adán. Y no creas que Adán hizo tantas preguntas. No, ¡qué va! … El hombre es más práctico. Vio que el fruto podía comerse, su curiosidad se limitó a preguntarse a qué sabría, y se lo comió.

Y ahí empezó todo. Yo me di cuenta de que habían comido del fruto porque de repente se escondieron, empezaron a cubrir su cuerpo y se les veía temerosos. Cuando les pregunté qué pasaba me dijeron que nada. Todo bien. Pero los nervios los delataron de inmediato. ¿Acaso comieron del fruto del árbol del conocimiento?, les pregunté. No, no… me respondieron. Pero bastó una mirada para que Adán soltara la sopa. Me lo ha dado Eva, dijo. Y Eva le echó la culpa a la serpiente.

Qué fácil habría sido asumir la responsabilidad… cuando se asume la responsabilidad hay algo que hacer. Pero eran unos niños, todavía no habían desarrollado la habilidad para responder por sus actos.

Y el fruto, claro, ejerció su efecto sobre ellos. Siempre hay consecuencias y de esas, no se puede esconder nadie. Así que se les abrieron los ojos en torno al nuevo conocimiento, el que provino del fruto. Pero no sabían que el fruto, si bien es un aspecto de la verdad, no es La Verdad. La Verdad está en el Árbol, no en el fruto. Así que el Edén dejó de existir para ellos, porque ya no podían ver más que el fruto de su conocimiento. Y pasaron muchos años y muchas generaciones. Y desde entonces, hasta hoy, la humanidad vive en un mundo de conocimientos. Y hay tantos conocimientos como frutos puede tener un árbol. Y todos creen tener la verdad.

Jesús, tu hermano, fue al mundo a abrirles los ojos. Pero no a abrirlos al conocimiento, sino a la Verdad.  

Así que cuando Jesús te ha dicho que tienes que dejar el castillo, lo que te ha querido decir es que tienes que dejar de creer en el fruto. Dejar la seguridad del mundo tal y como lo conoces, y empezar a vivir en la sorpresa que la vida es. Porque la vida…  ¡es sorprendente hija! ¡Disfrútala!  ¡Vívela!Aprende a verla con los ojos de la Verdad. Con Mis ojos.

Recuerda que Yo soy la Verdad y la Vida. Yo soy el Amor. Yo soy el Árbol, hija. Por eso tienes que dejar el castillo. Para aprender a verme no como un lugar de refugio, un salvavidas que te puede ayudar, sino como la vida misma. Y la vida está en ti. Tú estás viva. Y yo estoy aquí, contigo, en ti. No tienes que ir a ningún lado para encontrarme. Ya estoy aquí. Esa es la buena noticia.

Pero la realidad, dijo ella desconcertada … la realidad es tan… real. ¿Cómo ignorarla?

La realidad es el fruto. Y claro que es real. Existe. Las consecuencias de los actos siempre se dejarán ver. Son reales. Pero no lo olvides hija. No son la Verdad. Yo soy la Verdad.

Así que si vuelves a verte en una situación en la que la realidad se desploma contigo dentro, recuerda que Yo estoy ahí. Cree en Mí. Aunque en ese momento no puedas verme, no alcances a sentirme, no puedas respirarme… cree en Mí. Todo cobrará sentido más adelante. Todo. Pero el primer paso es creer.

Ella lo vio con profunda gratitud, y con miedo. No sé si estoy lista para dar el paso, pero supongo que si te has molestado en contarme todo esto, es porque te gustaría verme darlo.

Claro que me gustaría, hija. Quiero verte crecer.

¿Tú crees en Mí?

Eres mi hija, claro que creo.

Gracias Papá. 

Y ambos se fundieron en un abrazo. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

aaagghhhhh!!! propaganda bíblica!!!!!

salgo corriendooooooo!!!!!!!!

sorry.

Anónimo dijo...

A ver:

Si Adán y Eva no conocían el bien ni el mal, por qué Dios los castigó? Ellos no sabían que estaban haciendo mal! Que Dios tan ruin.

Bahhhh!