Llegaron a una playa. El oleaje parecía besar la arena con infinita paciencia y dedicada devoción. Pero ella no puso atención a semejante detalle. Ella corrió a quitarse los tenis. Estaba emocionada, como hace años no lo había estado. Dobló sus pantalones hasta las rodillas y empezó a sacudir sus piernas, a hacer estiramientos, pequeños saltos en su lugar.
¿Qué haces?, preguntó Jesús divertido.
Bueno, no sé… me preparo, contestó ella un poco avergonzada de haber sido sorprendida en su entusiasmo, pero no tanto como para dejar de hacer lo único que se le ocurrió hacer para estar lista.
Bueno, entonces prepárate bien, le recomendó Jesús con toda seriedad, y le aventó un short y una playera. Ella, también con toda seriedad tomó su nuevo atuendo y se lo puso lo más rápido que pudo.
Ya lista, se colocó de frente al mar. Las olas besaban sus pies con la misma paciencia y devoción con que acariciaban la arena. Una vez más, ella no puso atención a este detalle. Tomaba aire. Su rostro y su cuerpo eran toda intención, todo deseo. Sus ojos veían al mar como ve el montañista la montaña.
Jesús la veía con total aprobación. Por fin le preguntó si ya estaba lista y ella asintió. Tienes que confiar en Mí. Ella asintió otra vez. Cierra los ojos. Ella los cerró. Jesús entonces la tomó por los hombros y le dio unas ocho o diez vueltas, y después la soltó. Camina, le ordenó muy suavemente al oído. Y ella empezó a caminar. Se tambaleaba un poco al principio, pero caminó, y caminó, y caminó, y siguió caminando. El agua a ratos le llegaba a las rodillas, y a ratos sólo mojaba las plantas de sus pies. Sabía que nada extraordinario ocurría, pero siguió caminando con los ojos cerrados hasta que por fin se sintió completamente ridícula y los abrió, buscó a Jesús con la mirada, y en cuanto posó sus ojos sobre los de Él, los dos dejaron escapar una carcajada. Te estás burlando de mí, ¿verdad?
¿Yo?, preguntó Jesús con cara de inocente pero actitud de culpable. Ella empezó a patear la superficie del agua para mojarlo y Él hizo lo mismo. Entre gritos, risas y chapoteos terminaron empapados los dos, sentados a la orilla del mar, dejándose acariciar por las pacientes olas, cuyo vaivén terminó por tranquilizar sus ánimos y regresarles el aire a los pulmones, que con tanto esfuerzo y risa, se habían quedado con casi nada dentro.
Jadeantes aún, pero recuperados, sentados uno al lado del otro, se voltearon a ver. Se vieron transformados. Por un instante volvieron a ser los niños que alguna vez fueron.
Nunca voy a caminar sobre el agua, ¿verdad? Ella lo dijo con un rastro de resignación, pero sin tristeza.
¡Claro que sí! Ya lo estás haciendo, exclamó Él.
Ella no comprendió.
Déjame ver… ¿cómo te lo explico? … El agua son las emociones. Y en este mundo hay sobre todo nueve emociones que nos bañan: ira, soberbia, vanidad, envidia, avaricia, miedo, gula, lujuria y pereza. Caminar en el agua es lograr mojarte sin caer al agua, sin verte en la necesidad de nadar en ella, de ahogarte en ella, de estar a su merced y ser esclavo de sus antojos. Es imposible que no te mojes. Somos humanos y fuimos arrojados al mundo: vamos a mojarnos. Pero es muy importante asumir que es imposible ganarle al mundo. Es como querer ganarle al mar y caminar sobre sus olas. La única manera en que podemos hacer algo semejante es… asumir nuestra naturaleza humana, y recurrir a nuestro valor divino.
Quiero decir, somos como gotas de lluvia que caen al mar. También somos emociones. De hecho, el 70 por ciento de nuestro cuerpo es agua. De modo que es natural que nuestras emociones dominen. Pero el agua no es una unidad indivisible. Se compone de tres moléculas, ¿lo recuerdas, verdad? H2O. Dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno… Bien, pues las dos moléculas de hidrógeno son nuestra humanidad. El Oxígeno es nuestro valor divino. Y ahora yo te preguntó, ¿de cuál de estos dos elementos depende nuestro respirar, nuestra vida?
Supongo que del oxígeno.
Jesús sonrió aliviado. Pues yo también quiero suponer lo mismo, porque la verdad es que la química no es mi fuerte y no vaya a ser que respiremos hidrógeno también, y entonces la metáfora no sirva de nada.
Se rieron los dos. Bueno, hasta donde sé, dependemos del oxígeno. Le dijo ella con ánimo de tranquilizarlo.
Entonces nos estamos entendiendo… El oxígeno, nuestro valor divino, es… la Alegría. Al decirlo, sonrió satisfecho. Por fin dijo lo que quería decir.
¡¿Te das cuenta?¡ ¡Somos la Alegría de Dios! Y cuando estamos alegres le damos valor a su existencia y a la nuestra. ¡Vivimos! ¡Vivimos de verdad, de lleno, plenamente!
Así que para caminar en el agua, hace falta vivir en la Alegría de sabernos valiosos para Dios, tan valiosos que confiemos plenamente en que no hay manera de perdernos en este mar al que fuimos arrojados. Tan alegres que sepamos que nuestro transitar en este mundo es sólo eso, un paso en el camino de regreso a los cielos.
Pero claro, para eso también hay que aventurarnos a tocar el agua, es decir, nuestra humanidad. Hay quienes viven refugiados en un barco toda su vida. Creen haberse escapado de perderse en su humanidad. Se creen salvos. Pero… no son más que agua encharcada en el fondo de una barca.
Hay también los otros. Los que se pierden en las corrientes del océano y no llegan a ver la luz que los colocará en su justo valor. Se dejan invadir por su humanidad y no reconocen más que eso. Algunos viven bajo la ilusión de que están en la cima del mundo, sólo porque viajan sobre las olas. Creen ser la fuerza que los arrastra, pero nunca se dan cuenta de que esa fuerza los lleva a las profundidades, a los arrecifes o la indiferencia de la playa. Otros viven en la condena del ahogo, en lo más profundo de sus miserias, creyendo que eso es todo lo que hay y existe.
Así que no olvides que hay una décima emoción: la Alegría. Y cuando estés en medio de una tormenta, y sientas tu humanidad en su más terrible expresión, y todo parezca decirte que no vales nada. Invoca tu valor divino, y dile a Dios: En tus manos encomiendo mi espíritu.
Ten fe, y que esa fe sea tu alegría. Vive alegre, y el oxígeno de Dios te colocará por encima de las circunstancias.
Jesús, entonces, sonrió como nunca antes lo había visto ella sonreír. Estaba completamente feliz. Totalmente satisfecho.
No sabes cuántas ganas tenía de decirte todo esto. La alegría de Él la invadió desde sus ojos como un brillo de amor colocado en el rostro de ella. Cuánto tiempo esperé. Cuántas veces traté de decírtelo, pero estabas inmersa en tus emociones. Gracias.
¿Gracias? ¿Pero de qué, yo no he hecho nada…? Yo… yo soy quien debe agradecer.
Gracias por haberte quedado quieta. Gracias por salir del barco y escuchar mi voz. Gracias por haber confiado. Gracias. No sabes lo valiosa que eres y lo hermoso que es poder decir te amo. Así, de frente. De lleno. Gracias, pequeña. Mil gracias. Eres mi razón de ser.
Ella se hundió bajo el brazo de su hermano, como quien se sumerge en una pila de agua fresca. No, no… gracias a Ti.
Y ambos se fundieron en un abrazo.
2 comentarios:
BUENO, DESDE EL CUARTO CAP. YA ENTENDÍA QUE SE TRATABA DEL EÑOR NUESTRO PADRE CELESTIAL. Y cada vez me fuí sumergiendo en la historia, me gusta la forma en que comparas a las emociones con el agua y su contacto en el caminar sumergiendo los pies, el introducirnos abiertamentye en las emociuones y en el permitir que nos arrollen y lleven a la deriba, pero ¿Como darle sentido a la vida y encontrar la felicidad, mejor dicho la alegría de vivir? Seguimos en contacto y sigo leyendo.
Te comento que estoy leyendo algo sobre Como formar un Blog"
Ah, sería genial que crearas un blog. La verdad, este me lo creo Alejandro... jejejeje... ya soy medio inútil en esto de la computadora desde que estoy con él... :P
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