miércoles, 20 de junio de 2018

Escribe mucho





Respondió a mi carta y me dijo: 

<<Escribe mucho, Amida. Escribe cada vez que la mano te jale hacia el teclado. No bastará, ya lo sabemos, porque te hace falta una combinación nada trivial de fármacos, terapia individual, terapia de grupo —tu iglesia con minúscula no sólo te falló, sino que te hizo daño—, redes de apoyo y erupciones volcánicas de buena suerte. No bastará, pero mientras se materializa esa combinación, escribir te hace bien. Creo entender en qué sentido te llamas fea —no en el sentido estético— y, si no me equivoco, cuando escribes eres lo opuesto de "esa fea". Y no te explicaré yo lo que tú sabes infinitamente mejor: el placer es como kriptonita para la depresión. Y escribir... ¿me dirás que no te da, aún si doliera, una cierta dosis de placer? Escribe mucho, Amida>>

Hay dos cosas especialmente significativas de la respuesta: en primer lugar, respondió. En segundo, lo entiende. Me asegura que “no bastará”, y tiene razón. No basta. 

El medicamento por sí mismo, no basta. La terapia semanal, por sí misma, no basta. Pertenecer a un grupo -y justo ahora temo volverlo a intentar- no basta, y tener una erupción de buena suerte, bueno, eso simplemente no sucede. La suerte no es mi amiga.  

Y habrá quienes se pregunten: ¿cómo puede ser un “no bastará” alentador? El pronóstico no es positivo. Para muchos, lo correcto sería decirme: ¡Échale ganas! ¡La vida es bella! Y tantas otras frases comunes que por comunes están vacías. 

No. Él me ha hablado con la verdad. Y eso, la verdad, nos hace libres. 

Al leerlo lloré de agradecimiento: lo entiende. 

De algún modo, saber que lo entiende, que mis excesos y mis tormentas no son sorpresa ni son motivo para darme la espalda, me alivia. No tengo que intentar explicar lo que suele ser imposible que otros comprendan. Puedo relajarme y ser yo, porque hay alguien que lo entiende. Entonces, bajo la guardia y mi mejor lado surge. ¡Y eso sí es bastante! Es más, mucho más que mucho. 

Por eso hago mis oraciones diarias, escribo poemas, doy mi opinión, te cuento lo que pasa, aunque cada que lo hago tengo miedo, porque sé que no volverás a verme con los mismos ojos, o confirmarás tus sospechas: es rara. Hay algo en ella que… es raro. Tengo tantos años y me sigo sintiendo como una adolescente: insegura, temerosa… rara. 

Escribo para darle sentido a la vida y sentirme acompañada por Dios -el único que siempre está aquí y no se cansa de estar conmigo- sobre todo cuando más necesito que haya alguien aquí, en mis momentos más obscuros y tristes. Intentar interactuar, tener amistades, es ya agotador y doloroso. Aceptémoslo, ni me entienden ni los entiendo. Soy demasiado. Pero cuando escribo, después de que escribo, todo vuelve a ser posible. Dios me ha tocado con la palabra que me otorgó para expresarme. Escribir es honrarlo y darle gloria. Bendita sea la Palabra.

Así que mi cárcel son las letras. Y son cárcel porque dependo de ellas. Pero también son ventanas y puertas y caminos. Un espacio pequeño e infinito. Un conjunto de constelaciones de posibilidades, lágrimas y besos, manos y brazos abiertos, sonrisas y días lluviosos, una fragancia y un pedazo de pay de manzana, un suspiro, un grito, un te amo.

Pienso, por lo tanto, existo, decía Descartes. Yo existo, por lo tanto, escribo. Y si lo comparto es porque quiero que sepas que existo. Quiero que sepas que, si alguna vez te sientes como yo, no estás solo ni eres el único. Puedes recurrir a mis letras y las de tantos otros para darle voz a tu sentir. Puedes hacerlo también tú, y cantar en silencio la melodía de las teclas, y existir con nosotros. O puedes deslizar la pluma sobre el violín de la hoja, y descubrir que tienes una voz. 

— Escribe mucho, Amida.  

— Gracias Javier. Lo haré.



 

domingo, 17 de junio de 2018

Depresión: El secreto que compartimos / Andrew Solomon / TED Talks

El Coloso / Goya
Hay tres cosas que la gente confunde con facilidad: el duelo, la depresión y la tristeza. Y para diferenciarlos hace falta tomar en cuenta cosas como la intensidad y la duración, especialmente la segunda. 

Así, la tristeza es un sentimiento de dolor anímico producido por un suceso desfavorable que suele manifestarse con un estado de ánimo pesimista, la insatisfacción y la tendencia al llanto. Pero este sentimiento no perdura mucho, la persona se recupera relativamente pronto. El duelo se da ante la pérdida de un ser o una entidad amada y/o importante, pero tras algunos meses la vida empieza a recuperar su color. La depresión, por su parte, pude desencadenarse ante una pérdida o un evento catastrófico, pero no se supera con el tiempo. Por regla general se considera que, si la profunda tristeza y sinsentido persiste pasados seis meses, se trata de depresión. “Se suele creer que la depresión es solo tristeza. Es muchísima, demasiada tristeza, muchísimo, demasiado pesar, por un motivo demasiado insignificante”, explica Andrew Solomon, escritor de política, cultura y psicología.

Te compartimos este video en el que Andrew Solomon nos habla de su experiencia ante la depresión. Conocer la vivencia de una persona deprimida o que atraviesa por ansiedad (condiciones que generalmente van de la mano) es importante, pues nos ayuda a intentar acercarnos a lo que la otra persona vive, y quizá comprender el porqué de mucho de su comportamiento. 


Por ejemplo, Solomon nos dice: “Una de las cosas que se olvida cuando se habla de depresión es que uno sabe que lo que te pasa es ridículo. Mientras te está pasando, sabes que es ridículo.” Estar consciente del absurdo lo todo lo que se siente, hunde aún más a la persona en un estado de ansiedad y desesperación, porque no podrá evitar autojuzgarse y tampoco sabrá cómo compartir lo que le sucede pues intuye o sabe que no habrá comprensión de parte de quienes le rodean. La falta de empatía se debe, precisamente, al poco conocimiento de lo que está sucediendo, tanto por parte de la persona que lo sufre como de quienes conviven con ella.








sábado, 26 de mayo de 2018

Amiga


La luna ya no es poema.
Es realidad y tiene su lado obscuro.
Y no la extraño.
La admiro.
La veo transmutarse cada noche.
Crece. Disminuye. Crece de nuevo.
Me invita a despertar,
a reconocer en la noche
las sombras que me forman.
Promete acompañarme
cuando pueda.
Sólo cuando pueda.
“No voy a mentirte”, me dice.
“No siempre estaré ahí.
Pero siempre volveré.
Eso sí puedo prometerlo.”
Y cumple su promesa.
La admiro porque sabe
cumplir con sus promesas.
Reconoce sus tiempos,
comprende los míos.
La luna ya no es poema,
ni espejismo reflejado
en un mar hambriento.
La luna es ejemplo de humilde
realidad: no tiene brillo propio
y, bien visto, no es más que una roca.
“Soy terca, dura y constante”,
me dice.
“Conozco mis límites, acepto la obscuridad,
y soy capaz de revelar la belleza de la noche,
la verdad oculta, y la bondad invisible.
Soy, también, incapaz de acompañarte siempre,
pero incluso detrás de la vedada realidad,
estoy presente, y desde mi trinchera
te siento y pienso en ti.
Por eso, cuando puedo, me verás rociarte
de luz prestada que nunca he de quedarme.
La luz es para ti, niña de luna azul,  
fenómeno irreal pero existente.
Dulzura perdida en la ceguera de otros.
Amiga.”


Photo taken from: http://www.muyinteresante.com.mx/ciencia-y-tecnologia/espacio/18/01/23/la-luna-azul-no-se-llama-asi-por-su-color/