Babel es un mundo de ideas que se explora con pasos en el agua, que es decir el ánimo humano que cubre el mundo y brinda vida. Un mundo hecho por distancias que se salvan con conocimiento, amor y verdad.
Uno de los síntomas más claros de
depresión es la desesperanza. Es también el más peligroso. Por eso empleo una
muy buena cantidad de esfuerzo en darle sentido a las cosas, en encontrarle
sentido al mundo a través de historias, poemas, música, ensayos, y muchos de
ellos los interpreto a partir de Dios o los dirijo a Dios.
Fue Dios y la convicción de que me
ama y me acompaña en la soledad absoluta, lo que me mantuvo viva en el pasado.
Y sé que mi depresión es real y peligrosa cuando se manifiesta en mi la
convicción de que Dios no existe. Sin la existencia de Dios yo existo en el
vacío.
Así es como le llamo a la
inexistencia de Dios: “vacío”. Y una vez que el vacío se instala, la presencian
de Dios, tan clara en otros momentos, incluso en momentos de total angustia, deja
de existir y yo quiero dejar de existir con ella.
Esas ideas, en el pasado, me han
aterrorizado, porque sé muy bien el camino que señalan: ¡Y quiero vivir! Pero…
cuando transito estos parajes de la existencia, la vida no parece alcanzarme.
Empecé a escribir sobre Dios, a Dios,
precisamente para darle sentido al vacío, para encontrar luz en la obscuridad y
para no sentirme tan sola. Pero escribir en la soledad de un cuaderno dejó de
tener sentido también. Verán, necesito a otros. Amaba la presencia de Dios y
necesitaba compartirla. No creo que la existencia sea real hasta que tienes la
fortuna de compartir tu existencia con otros. Y se convierte aún más
significativa cuando hay una respuesta. Y mi existencia era Dios. Así que, para
mí, empezar a escribir y compartir mis textos fue valioso, importante, incluso necesario.
Ese conjunto de “oraciones”
ayudaban a que mi existencia tuviera una dirección, un sentido. Y de algún
modo, el vacío dejaba de ser vacío.
Pero en últimas fechas mis
oraciones no han sido suficiente. El vacío no se va y yo termino por cerrar la
Biblia y borrar todo lo escrito.
Bien, pues he decidido que por
ahora ya no voy a pelearme con el vacío. Mejor, voy a existir en él. Soy en el
vacío, y el vacío es en mí. En palabras simples: estoy deprimida y estoy bien.
Parece contradictorio, pero ya no
lo es. Ya puedo estar aquí, aunque no parezca tener sentido. Por hoy, existir
es suficiente. Después de todo, Dios aseguró a Moisés en el Éxodo: Yo soy “yo
soy”, o como lo expresan otras traducciones: “yo soy el que soy”. Así que, por
ahora, tomaré las palabras de Dios y las haré mías: yo soy la que soy. Es
decir: existo, y eso es suficiente.
Quiero, además, compartir mi
existencia. Y ese deseo de compartir es, creo, amor. Así que soy capaz de amar.
El amor que he brindado ha sido
recibido en algunas ocasiones y ha sido rechazado en otras. Pero la recepción o
el rechazo de mi cariño no definen mi capacidad de amar ni mi posibilidad de
ser amada. Es cierto que, a veces, las personas que más he amado son las primeras
personas que me han rechazado, en el peor de los casos, y en el mejor, me han
tenido esperando una eternidad para recibir, aunque sea una señal de cariño.
Pero su capacidad de “demostrar” amor, no tiene nada que ver con mi capacidad
de recibirlo o darlo. Así que, en este vacío de mi existencia y a pesar de él,
soy capaz de amar, y aunque no siempre de la manera en que lo necesito, no siempre
expresado como yo puedo entenderlo, debo aceptar que he sido amada. Y he tenido
que aprender a darme cuenta de que hay quienes me aman y están ahí, incluso
cuando yo también he sido incapaz de verlo, recibirlo y aceptarlo. Hay que
recordar eso: quien te ama, está ahí. Y hay quienes están aquí.
El vacío no me impide amar ni
recibir amor. De hecho, es en él vacío que he descubierto el verdadero valor de
amar y ser amada. Bien se dice que los amigos se conocen en las tormentas, no
es los días soleados.
Entonces, existo, amo y soy amada. Es
decir: estoy deprimida y estoy bien.
¿Y Dios? ¿Quiere eso decir que Dios
ha dejado de existir para mí? Oh, bueno, el Éxodo nos dice que Dios asegura: “Yo
soy el que soy” (Éxodo 3, 14). Y el Nuevo Testamento afirma que “Dios es amor”
(1 Juan 4, 8). El SER y el AMOR existen, incluso en este vacío que a su vez ES
y me ayudado a descubrir mi capacidad de AMAR y ser AMADA.
Así que, por ahora, dejémoslo en
eso. Insisto: estoy deprimida y estoy bien.
Hola. Soy Amida, y junto con mi amiga Cecilia, hemos
iniciado un grupo de apoyo a personas con problemas emocionales y/o trastornos
mentales.
La verdad, no nos gusta mucho el término trastorno
mental porque tiene un peso muy negativo. Pero, es el término correcto y si
hemos de sobrevivirlo necesitamos empezar por llamar las cosas por su nombre y
enfrentar la verdad que el término nos brinda.
Son muchos y muy variados los trastornos mentales,
pero tienen algo en común: la mente, que por otro lado forma parte de un todo
mucho más complejo y total que se llama biología, y que además está inmerso en
algo aún más caótico y complicado llamado sociedad. De modo que enfrentar
cualquier trastorno mental nos lleva inevitablemente a enfrentar quiénes somos
como seres vivos, humanos y sociedad. Y eso es emocionante, enriquecedor y una
oportunidad para la trascendencia.
Supongo que nadie te había dicho que tener un
trastorno mental podría resultar emocionante. Definitivamente yo NO te lo
habría dicho hace algunos meses… Pero lo es. Me tomó tiempo descubrirlo y si me
das la oportunidad, intentaré decirte por qué.
Hoy quiero hablarte de la depresión y para ello
utilizaré la imagen que el físico teórico y astrofísico, Stephen Hawking
utilizó en el 2018, durante una conferencia en el Royal Institute, en Londres.
Durante esta charla Hawking habló de los agujeros
negros y los comparó con la depresión. Como sabemos, Stephen Hawking sufrió de
esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad que lo dejó gradualmente paralizado.
Sufrió, además, profundos momentos de depresión.
Y sin duda habrá quien diga que su discapacidad
justifica sus momentos depresivos. Mucha gente piensa eso, que la depresión
forzosamente tiene una razón de ser, por lo tanto, si alguien no tiene una
enfermedad o sufre una tragedia, no tiene razones para deprimirse. Pero eso es
porque solemos confundir la depresión con tristeza o duelo, pero no es eso… Sí
bien un evento trágico puede desencadenar un episodio depresivo, la depresión
tiene su propia fuerza.
Precisamente por eso, Stephen Hawking comparó la
depresión con un agujero negro. Verás, es imposible escapar a un agujero negro,
como es también imposible simplemente “superar” una depresión. A los agujeros
negros se les dice “negros” precisamente porque su fuerza gravitacional es tan
grande que incluso la luz –símbolo de esperanza- no puede escapar, y es,
digamos, tragada por ellos. Así sucede con la depresión. No es tristeza, no es
terquedad, no es capricho, no es flojera, y no es insistir en tener una
mentalidad negativa. La depresión es, efectivamente, un agujero negro, y tiene
una fuerza gravitacional imposible de escapar.
De modo que quede claro: No toda enfermedad viene con
depresión, pero toda depresión es semejante a una enfermedad, y no se debe
tomar a la ligera. La depresión se combate, tal y como combatirías una diabetes
o un cáncer. No es precisamente una enfermedad, es un trastorno porque algo, o
muchas cosas, no están en el lugar más conveniente y sano: emociones, pensamientos,
neurotransmisores, hábitos, alimentación, relaciones, sentimientos de valía, necesidades
físicas, sociales y espirituales, en fin. Si cada cabeza es un mundo, cada
experiencia depresiva es un mundo que descubrir y que salvar. Y no sé ustedes,
pero yo creo que vale la pena salvar un mundo.
Si sufres depresión, recuerda, antes que anda, que
eres todo un mundo por descubrir y que vales la pena salvarte.
Volviendo a la analogía de los agujeros negros, el
hecho de que la luz sea tragada por ellos los hace completamente invisibles. Ahora,
vale la pena recordar que la luz no ha desaparecido, simplemente ha entrado en
el hoyo y es invisible a la vista.
Bien, pues a pesar de que los agujeros negros son
invisibles, en abril de este año, 2019, un grupo internacional de astrónomos lograron
captar por primera vez la imagen de uno. No lo hicieron directamente, eso es
imposible. Lo que hicieron fue captar la luz en lo que llaman el “Event Horizon”, que significa el “horizonte
de sucesos”. Estos, “sucesos” son el momento en que la luz es “tragada” por el agujero
negro, es decir, el momento en que desaparece a la vista.
Lo hicieron, además, con ocho telescopios distribuidos
alrededor del mundo. Eso permitió recolectar datos que después se tradujeron en
esta hermosa imagen.
En el mundo de la psicología, neurología y
psiquiatría, también ha habido la posibilidad de identificar el, digamos,
“horizonte de sucesos” de lo que contribuye a entrar en depresión, y eso
también ayuda a comprender lo que se puede hacer para salir de ella.
Se hace observando y analizando lo que se alcanza a ver:
actitudes, pensamientos, acciones, hábitos, neurotransmisores, medicamentos,
técnicas de terapia, motivaciones, relaciones e interacciones humanas, en fin,
un sinnúmero de datos que nos dan luz, no tanto de lo que hay dentro del hoyo
de la depresión –que siempre será una experiencia muy personal y subjetiva- sino
lo que lo rodea y alimenta.
Bien, pues si hemos de aceptar que la depresión, y
todo trastorno mental, es como un agujero negro, entonces debemos comprender
que no se trata de superarlo sólo con “voluntad” ni es un asunto de “actitud”.
La esperanza, es que existe la posibilidad de atravesarlo, es decir, aprender a
vivir esta realidad y salir de ella transformado.
Stephen Hawking lo explicó así:
"Los agujeros negros no son tan negros
como los pintan. No son prisiones eternas como alguna vez se
pensó. Las cosas pueden salirse de un agujero negro desde ambos lados y
posiblemente hacia otro universo. Entonces, si te sientes en un agujero negro, no te rindas:
hay una salida.”
Salir implica esfuerzo, lucha, dedicación, cambio de
hábitos, trabajo, sudor, hacer lo posible por educarnos, informarnos, buscar
estrategias propias conociendo las que otros han empleado –porque no todas te
van a funcionar, pero debes conocerlas e intentarlo. Recuerda, eres un mundo
que descubrir y tendrás que recolectar datos que te ayuden a identificar tu muy
particular “horizonte de sucesos” para aprender a darte cuenta de qué necesitas
modificar y hacerlo de la manera que te funcione a ti. No hay fórmulas ni
recetas, pero no es imposible.
La única condición es aceptar el reto de descubrir
todo lo que esa obscuridad puede enseñarte sobre ti, tu mente, la humanidad, y
la sociedad.
Esta palabra: Aceptar, es clave. Ayuda mucho ser
aceptado por otros, sin duda, pero la realidad es que la gran mayoría de las
personas no pueden y, más doloroso aún, no quieren acompañarte. La mayoría
simplemente no lo entienden y para muchos lo tuyo es terquedad. Pero, si has
sido llamado a la aventura de atravesar por un agujero negro, lo mejor que
puedes hacer es aceptarlo y dejar de esperar de otros lo que tendrás que
encontrar la manera de darte tú.
A mí me ha ayudado mucho comprender que no hay
historia de un héroe que no incluya un llamado –generalmente, inaceptable al
principio, pero que, al aceptarlo, se inicia un camino de transformación.
Bruce Banner, también conocido como el lado humano de
Hulk, vive constantemente en su conflicto de convertirse en un monstruo sin
control, pero la evolución del personaje lo lleva a enfrentar el hecho de que “quizá
Hulk no sea la enfermedad, sino la cura”. Es decir, aceptar quién es e integrar
los dos lados de su personalidad. Y así surge el Profesor Hulk: fuerte e
inteligente, y mucho más alegre que sus contrapartes.
Batman, otro héroe de nuestro colectivo inconsciente, comprende
que huir de la obscuridad de la cueva llena de murciélagos no lo lleva a
superar su pérdida. Al contrario, se introduce voluntariamente en esa
obscuridad y la trasforma en una guarida que le permite enfrentar el mundo y
sus maldades.
¿Necesitas ejemplos más humanos? Jesús, suplicó no ser
crucificado. “Aparta de mí esta copa”, dijo. Pero Dios, la vida, el SER, no
funciona así. Lo único que quedaba era aceptarlo: “hágase tu voluntad, no la
mía. En tus manos encomiendo mi espíritu.” Se cree que Jesús, al morir, bajó a
los infiernos y abrió la posibilidad del perdón para todos. Tres días después
resucitó y cuarenta días después subió a los cielos, que es otra manera de
decir que es posible trascender la tragedia de la muerte y la desesperanza, y
se logra atravesando el umbral de la no violencia y permitiendo que tu tragedia
se convierta en esperanza para otros. Eso es lo que los creyentes llamamos
“cargar tu cruz y seguir a Cristo”.
Podrías decirme que para ti estos héroes son sólo
historias, pero toda historia –real o no- y toda simbología, habla de verdades de
nuestro ser y en este caso la verdad es que hay esperanza en la obscuridad.
Veamos héroes más cercanos a nuestra realidad
histórica: Nelson Mandela pasó 27 años en una prisión. Un agujero negro no
puede ser más real que una celda, pero la obscuridad y la soledad de una celda
también puede darnos el tiempo y la disciplina de enfrentar la injusticia desde
el conocimiento de quiénes somos y lo que necesitamos desarrollar para salir a
ofrecerlo a otros. Gandhi y Martin Luther King, Jr., aceptaron la realidad de
su incapacidad de defenderse físicamente de la injusticia, y se sometieron a la
desobediencia civil y la resistencia pacífica. Esa valentía no sólo los cambió
a ellos, sino al mundo.
Ahora, nadie puede hacerlo por ti. Es verdad que habrá
quien pueda acompañarte, ayudarte y apoyarte, pero en la profundidad del
agujero la única persona que cabe eres tú. Así que acéptalo: quien está en el
hoyo eres tú, y quien tiene que salir eres tú.
Pero, tenlo por seguro, eso no quiere decir que estás
solo. En lo personal he descubierto que al luchar yo por salir de la depresión
he tenido que recurrir a la lucha de otros, he tenido que confesar mis
debilidades y enfrentarlas, he tenido que aceptar mis defectos y encontrar una
manera de mejorar, y eso ha implicado pedir ayuda, buscar apoyo, reconocer mis
necesidades y cubrirlas, atreverme a ser vulnerable, leer, estudiar, analizar,
cambiar. No aceptar que me traten mal cuando definitivamente no lo merezco. Ha
sido un camino de ensayo y error, ensayo y error. Y lo he tenido que hacer yo,
pero lo he podido hacer gracias a que ha habido otros que lo han hecho también.
Creo que es precisamente este reconocimiento lo que
llevó a Stephen Hawking a querer mostrarnos la posibilidad de una salida. Me
atrevo incluso a decir que la lucha de cada ser humano es precisamente la luz
que en algún momento alcanzamos a ver al final del túnel de la depresión.
Estamos inmersos en la obscuridad, pero alcanzamos a ver la proyección de la
luz que la lucha de otros genera al salir del hoyo.
Así que deja de pensar que tu lucha y esfuerzo nadie
lo valora. Yo lo valoro. Muchos de nosotros lo comprendemos y valoramos. Y si
eres capaz de aprender de la lucha y el esfuerzo de otros, llegará el momento
en que tú también serás un aliento de vida para alguien más. Quizá incluso ya
lo seas.
Así que, tal vez la gente que amas o la sociedad en la
que vives no pueda ni quiera ayudarte, pero eso no significa que no existen
cosas que puedes hacer ni que no existan personas dispuestas a apoyarte. Pero,
será necesario bajar la rodilla y someterte a la disciplina de encontrar tu
mejor manera de atravesar por este agujero. Y como dijo Stephen Hawking, muy
probablemente te lleve a otro universo. Uno más pleno y en el que estarás mejor
capacitado para enfrentar y ayudar a otros a enfrentar, los retos que la vida
tiene.
Mil bendiciones. El grupo de apoyo Fénix te desea un trayecto
lleno de posibilidades. Y queremos que sepas que, aunque el trayecto es tuyo y
lo tendrás que enfrentar tú, desde nuestra propia obscuridad caminamos a tu
lado.
Dios de te ama y te bendice y nosotros también.
Agradecemos a los fotógrafos de Unplash, y a la página de Flaticon. Sus imágenes gratuitas formaron parte de este video.
Por primera vez hice un video con la oración. Así que lo pueden ver o leer. Bendiciones.
“A los que estaban construyendo una casa, a los que se
habían casado recién o acababan de plantar una viña, y a todos los que tenían
miedo, les dijeron que se volvieran a su casa, tal como lo autorizaba la Ley.
Después el ejército se puso en marcha y fue a acampar al sur de Emaús.” 1 Mac
3, 56-57
Voy a hablar en primera y segunda persona. Soy yo
quien habla y al mismo tiempo soy yo quien me habla. Te hablo también a ti, que
escuchas, porque necesito abrir mis labios y existir contigo. Se me ha dicho
antes que soy una egocéntrica por necesitar hablar de lo que me pasa: “no todo
gira alrededor tuyo”, me dicen, pero… quizá lo que me pasa te pase a ti o
alguien que amas, y quizá no sólo hablo por mí. Quizá, si te das la oportunidad
de hacer tuyas mis palabras, también hablo por ti y tu dolor, tu soledad y tu
tristeza. Y si ese dolor está en tu vida, puedo casi apostar que mucho de tu
ser gira alrededor de ese dolor, ya sea para enfrentarlo y superarlo, o para
negarlo e ignorarlo con tal de no sentir. Sea cual fuera el caso, lo peor que
puede pasar es que la experiencia sea catártica, y eso, no es tan malo.
Las últimas semanas han sido días particularmente
difíciles para mí. Ya no lucho para caer en depresión. Estoy deprimida. Me
he resistido mucho, pero por fin se instaló en mi alma este vacío y tengo
miedo. He llorado demasiado, y aunque ha sido liberador, ha sido también
doloroso. He pensado mucho en ese dolor al que tanto miedo le tenía, le sigo
teniendo. El dolor más grande es verte sola. Y, sin embargo, tal y como la Ley
nos lo dicta en la cita de hoy, nadie está obligado a acompañarme en mis
batallas.
Cuando la gente que amas es la primera en soltarte la mano,
se sufre en extremo. Y da coraje, te sientes… traicionado, y de algún modo lo has
sido. Se te dijo: aquí estamos para ti, y luego, cuando los necesitas, no
están.
Y es que, como nos dice la cita: hay quienes tienen
obligaciones que cumplir –construyen una casa o acaban de plantar una viña-,
viven felices su realidad inmediata –se acaban de casar-, o simplemente tienen
miedo –porque les puedes robar la alegría, y ¿quién quiere eso?
Así que, a pesar de que dicen que te aman, corrieron –o
te corrieron- porque… se puede ver el terror, la angustia, el coraje, la
tristeza, en tu rostro. Y todo eso da miedo, en el peor de los casos, o es
incomprensible en el mejor. Sea como sea, el juicio está presente y tú serás
condenado.
De modo que, igual que Jesús le pidió a su Padre, a
nuestro Padre, pide también para ellos perdón, y quizá algún día logres
perdonarlos también tú. No saben que los necesitas y si lo saben, no quieren
atravesar por ese dolor y esa obscuridad contigo. Da miedo. A ti te da miedo
también. A mí me da miedo también. Y ese terror es paralizante. Lo es. Lo sabes
y no puedes culparlos por no querer hacerlo. Tienes que ser sincero contigo mismo:
si estuviera en tus manos, tú tampoco atravesarías por esto.
Pero… ese dolor, no es eterno y hay una salida.
Jesús está ahí, y ya ha pasado por esto antes y va a
volver a pasarlo contigo. Y aunque la obscuridad no te deje ver la presencia de
Dios, quiero que sepas que está contigo, y no sólo Él, también yo estoy contigo.
Y todas las almas que alguna vez atravesamos ese largo y aparentemente
interminable hoyo, estamos contigo.
Así que deja ir tu rencor y tu odio y tu tristeza al
verte tan sola, tan solo. No lo estás. No puedes vernos, pero aquí estamos y
estamos contigo. Y vamos a salir. Piensa mucho en eso: vamos a salir.
Así que, si necesitas llorar, no te detengas y llora.
Si necesitas gritar, no te detengas, enciérrate en tu carro o tu cuarto o donde
puedas, y grita. Si necesitas pegarle a algo, no te lastimes, ni lastimes a
alguien, pégale a la almohada o a la cama. Si necesitas decirle al mundo lo
mucho que los odias porque nadie tuvo el valor de tratar de sostenerte mientras
caías, e incluso hubo quien te aventó con tal de no caer contigo, dilo aquí, en
esta obscuridad, ahogando tus palabras en la almohada. Desahógate, libérate de
todo eso, y dáselo a Dios, para que se quede en la obscuridad y no te acompañe
a la luz que vas a recibir.
Esta obscuridad es una Cruz y es un infierno. Duele y hace
que el odio que vive en ti, y que no es otra cosa que amor herido, salga por
completo. Pero también te libera. Así que no te resistas y pídele a Jesús,
quien está aquí contigo, que te clave en esa cruz para que no salgas a lastimarte
ni a lastimar a nadie. Pide que te contenga y deje morir todo esto que vive en
tu corazón, todo ese coraje de verte abandonado y adolorido, negado e ignorado
por muchas de las personas que amas. “No saben lo que hacen”, exclamó Jesús. Y
tenía razón. No saben.
Sé que te sientes con el derecho de culpar a quienes
no te han ayudado, pero si lo haces, si culpas a los demás, seguirás añorando
estar donde estabas antes, incluso puede que busques estar donde nunca
estuviste, y eso no es posible, tal y como no podemos hacer regresar el tiempo
ni vivir hoy el mañana. Si no has sido llamado, aceptado, buscado, necesitado
antes, no lo serás hoy y muy probablemente nunca lo serás. Eso también tienes
que aceptarlo y no tiene caso esperarlo.
Así que no culpes a nadie por no querer ni poder
acompañarte. Nadie quiere que le robes la alegría. Y si ya has sido tragada por
la obscuridad, todo contacto contigo les reflejará su propia obscuridad negada.
Y aunque no quieras, se las robarás, porque en ti hoy habita un agujero negro
que te consume y les recuerda lo cerca que están de ser consumidos por su egoísmo
también.
Y mira, yo sé que piensas que no es justo vivirlo
solo. Pero recuerda, ha habido momentos en que tú también te has negado a
acompañar a alguien en sus tormentas. Todos los días vemos a alguien sufrir en
la calle, en las esquinas, en los supermercados, en todos lados. Y no logramos
responder a todo el sufrimiento que nos rodea con una mano verdaderamente
amiga. A veces, simplemente no podemos.
Así que, yo sé que no es justo. No es correcto. No es
humano. Pero la justicia es un acto divino. Todo lo que nosotros hacemos y que
llamamos justicia, no es más que un intento por ser justos. Así que llora tu
dolor, sufre tu pena, y suelta tu odio. No resistas el mal que te acecha. Si
has sido arrastrado por la fuerza de gravedad de la desesperanza, no dejarás de
atravesar por la muerte y tendrás que luchar por tu vida, pero en cada
enfrentamiento, Dios estará contigo. Y yo, desde mi trinchera, te acompaño
también. Sufro para que no sufras solo. Sufre tú por mí también y dale sentido
a tu dolor, por favor. Para que nuestras fuerzas sean una.
Eso, mi querido amigo, mi amada amiga, es ser Iglesia.
Eso es vivir y morir por tus amigos. Porque para Jesús, no somos siervos, no
somos convenientes, no somos objetos utilizables o inservibles, somos sus
amigos. Y no hay amistad más grande que aquella dispuesta a acompañarte
incluso en tus momentos de obscuridad. Así que, con miedo y terror y tristeza y
dolor y todo lo que llevas encima, no te detengas y sigue adelante. No estás
solo y hay salida. Jesús, y yo, y muchos estamos aquí a obscuras contigo, y
sabemos que la luz tarde o temprano aparece en el horizonte y nos muestra la
salida.
Gracias Jesús por tu Espíritu de Luz y la voluntad absoluta
que tienes de acompañarnos. Gracias Dios mío por darte a ti mismo en Jesús. Te
amo.
“Se desenrolló el Libro de la Ley para hallar ahí
respuestas, las mismas que los paganos pedían a sus ídolos.” 1 Mac 3, 48
Hallar respuestas. ¿Alguna vez has necesitado
respuestas al grado de que las buscas con desesperación? ¿O eres de aquellas
personas dichosas que nunca han necesitado ver para creer?
Si lo eres, te felicito y me alegro por ti. ¡Qué
bonito debe ser! Debo reconocer que durante mucho tiempo te envidié. Yo quería
ser feliz así de fácil, así de simple: cerrar los ojos y creer.
Pero si no lo eres, te felicito también, y no sólo me
alegro por ti. Creo, en verdad creo, que esa testaruda necesidad tuya de “ver
para creer” te llevará a una fe inquebrantable. Y no es que crea que la fe que
pasa por la prueba de verdaderamente ver las heridas, tocarlas, meter la mano
en el costado del dolor, sea mejor. La fe es fe, y mi fe o tu fe no son
mejores, son distintas.
Lo que creo es que una vez que has tenido que pasar
por eso, por la necesidad, incluso, la desesperación de buscar respuestas, de
pedirlas a como dé lugar, de suplicar, de tirarte vencido en el suelo y
levantar los brazos al cielo completamente derrotado y sin esperanza, y no sólo
eso, sino que además, a pesar de todas tus dudas y toda la desesperanza en la
que estás inmerso, las obtienes, entonces tu fe será inquebrantable. Tú podrás quebrarte una y otra vez, pero tu fe no.
Debo decir, sin embargo, que lo sorpresivo de haber
encontrado esta cita no fue el hecho de que se haya desenrollado el “Libro de
la Ley” sino que se reconociera que se buscaban las mismas que “los paganos piden a
sus ídolos”.
¿Quiénes son los paganos? Los que son diferentes a mí
y a mi grupo. Los otros. Y esta cita me colocó al mismo nivel de todo ser
humano que sufre y busca respuestas.
Me hace comprender lo cercana que estoy de todos, lo
equivocada que estoy si es que pienso que la mía es la única verdad posible, y
que mi “Libro” es el único que puede pretender dar una respuesta posible.
Hoy fue domingo y fui a misa. Fue, además, la fiesta
de la Ascensión, el día en que conmemoramos la ascensión de Cristo a la
presencia de Dios. Fui a misa sola, como siempre lo hago. Mi esposo y mi hija
no van porque ambos han decidido que no creen en la Iglesia Católica. Yo he
hecho todo lo que puedo para acercarlos, pero debo decir que hoy, mientras
estaba en misa, hubo un momento en que supe que no sólo no pertenezco a la
comunidad de la Iglesia, de ninguna iglesia, sino que ya no quiero intentar
pertenecer. Y que definitivamente nunca volveré a insistirles a ninguno de los
dos que se acerquen a la iglesia.
Mientras estuve en misa, me di cuenta de que muchas de
las personas ahí son dichosos, y muchos, muchos de ellos creen sin haber visto,
lo cual los hace completamente diferentes a mí. Comprendí que, para ellos, para
muchos de ellos, quizá no para todos, pero sí para muchos de ellos, mi visión
de Cristo les sería… incómoda. Ofensiva incluso. Así que, no tiene sentido
intentar pertenecer a una comunidad de iglesia.
Hoy, soy capaz de decir: Reconozco que soy Iglesia,
pero no porque forme parte de una comunidad, sino porque a pesar de no
pertenecer, he sido capaz y seguiré siendo capaz, de verlos como mis hermanos. Y
los amo, y porque los amo, comprendo que pertenecer implica arriesgarme a ser
ofensiva, ¿y quién quiere ser ofensiva con personas a las que amas?
En la comunidad de la Ascensión tienen una frase muy
hermosa fomentada por el Padre Fernando Liñán, que dice: “No nos dejemos robar
la alegría.”
Yo nunca podré pertenecer a una comunidad así porque
implicaría dejar de ver mucho de lo que he tenido que ver. Negar lo que existe
en mi vida y que hoy comprendo, no debo negar. Si es verdad que quiero vivir,
debo vivir a partir de mi verdad. La verdad es, después de todo, lo que nos
hace libres.
¿Cómo le explicas a alguien que, si he llegado a caer en
depresión o he sentido una angustia incapacitante y peligrosa, no ha sido
porque “me dejé robar la alegría”? ¿Cómo explicas que el demonio te ha tenido
tomada del cuello, viéndote a los ojos y exigiéndote que mates tu ser, y que
has estado tan aterrada ante semejante enfrentamiento que lo has considerado
seriamente?
El sólo hecho de hablar les robaría la alegría. El
sólo hecho de decir lo que he vivido y me ha pasado sería enfocarme en lo negativo
y feo y malo. Eso me convertiría en el enemigo también.
¿Cómo podría, por ejemplo, explicarles que fue Cristo
quien ha estado a mi lado en el infierno de mi realidad personal, y que fue Él
quien me enseñó lo que implica enfrentar al demonio? Vaya, ¿cómo decirles que
he tenido que enfrentar al demonio?
Y enfrentarlo no fue algo sutil ni cordial. No fue
pacífico. No fue con amor y dulzura. Fue con fuerza, enojo, furia incluso. Fue…
fue muy parecido a lo que Juan describe en el segundo capítulo de su Evangelio
(Juan 2, 13-17):
“(Jesús) Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos
(los animales) fuera del Templo… derribó las mesas de los cambistas y desparramó
el dinero por el suelo… (y dijo) saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de
mi Padre en un mercado.”
Juan describe la imagen que forzosamente llegó a la
mente de los discípulos cuando lo vieron hacer todo eso, de esta manera: “Sus
discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: «Me devora el celo por tu
casa.»”
¿Alguna vez has estado frente alguien “devorado por el
celo”? No es bonito, eso puedo asegurarlo.
Mis imágenes de Jesús no suelen ser bonitas. Y cuando
él me habla, no siempre lo hace con imágenes dulces. El que me habla así es
Papá Dios. Soy, después de todo, “su niña, su amor”. Pero Jesús… Jesús para mí
es… firme, recto, duro, claro y directo. Jesús es una daga, un cuchillo, una
espada. Jesús es la Palabra que corta, hiere, lastima y a veces incluso mata. Y
sus respuestas son totales: “¿Qué se le dice al dios de la muerte? ¡Hoy no!”
Enfrentar al demonio fue así: Tuve que poner toda mi
fuera y todo mi coraje en ello y tuve que, en mi caso, enterrarle una daga
mientras le decía al dios de la muerte: “¡Hoy no voy a morir!”
Esa respuesta, esa imagen reveladora que me ayudó y
hoy forma parte de mi repertorio de estrategias, no vino del Libro de la Ley,
literalmente. Vino del libro del inconsciente colectivo, de la narrativa
fantástica que siempre refleja verdades profundas en historias y personajes con
los que logramos empatizar. Ese libro del inconsciente colectivo, creo yo, es
la Ley que más cuenta. Concretamente, la imagen vino de la serie: Juego de
Tronos (Game of Thrones) que vi, en la medida de lo posible, porque no la vi
completa –demasiadas veces me quedé dormida -, con mi esposo.
Mi hija y él tienen su propia manera de entender el
Libro de la Ley, y a través de ellos es que he descubierto lo increíblemente
maravilloso que es Dios, y la manera tan hermosa que tiene de hablarnos a cada
uno de nosotros con nuestras propias imágenes e historias.
Le agradezco a Dios la dicha que me ha dado. Y
reconozco también que en este caminar he estado con otras personas cuyas
historias de vida son aún más dramáticas y tristes y fuertes, y sé que mi valor
no es nada a lado de los demonios, mucho más reales y absolutos, con los que
han tenido que vivir otros.
Le pido que me dé el valor de aprender a escuchar y
acompañar a quienes quizá me roben la alegría, pero que requieren escucha y
compañía para encontrar la fuerza que necesitan para vencer a los demonios que
los atormentan. Y quizá mi alegría se encuentre precisamente en poder acompañarlos
y formar comunidad, porque ellos también lo necesitan. Porque yo también lo
necesito.
Dios Padre-Madre, Jesús, Espíritu de Amor, gracias,
gracias, gracias.
“Judas les respondió: «No es difícil que muchos
hombres sean vencidos por unos pocos. Para el Cielo da lo mismo conceder la
salvación con muchos hombres o con unos pocos; sepan que en la guerra la
victoria no es de los más numerosos, sino que la fuerza proviene del Cielo. Es
el orgullo y la impiedad que los llevan, porque quieren acabar con nosotros,
nuestras mujeres y nuestros hijos, y apoderarse de nuestros bienes. Nosotros,
en cambio, defendemos nuestras vidas y nuestras leyes, y el Cielo los hará
añicos ante nuestros ojos. ¡No les teman, pues!” 1 Mac 3, 18-22
Este texto me recuerda una cosa: necesitamos cuidar
nuestras motivaciones. Si algo ha de moverte, cuida que no sea el orgullo y la
impiedad.
El orgullo, el ego lastimado, siempre utiliza la
impiedad como arma. Justifica sus excesos de “bondad”, de “corrección”, de
“disciplina”, cuando lo que realmente sucede es que necesita mantener a raya al
otro, demostrarle quién manda, hacerle ver que su única función en la ecuación
de su relación es obedecer. La “impiedad” es cruel precisamente porque deja de
ver al otro como otro, y en su lugar lo ve como un instrumento de su acción o
un resultado de su poder. Hablo de la acción y el poder del orgullo de quien
ostenta dicha acción y poder de ordenar, señalar, corregir, disciplinar.
Pero la disciplina del Cielo no se enfoca en el
orgullo personal. Su fin es vivir y su arma es la piedad.
¿Qué es la piedad? En Wikipedia encontramos que: “La
palabra piedad viene de la palabra pietas latina, la forma del
sustantivo del adjetivo pius, que significa devoto o bueno.
Se define la pietas como un sentimiento que impulsa al
reconocimiento y cumplimiento de todos los deberes, no solo para con la
divinidad, los padres, la patria, los parientes, los amigos, sino para con todo
ser humano.” (1)
La piedad ha sido considerada como un sinónimo de
misericordia y compasión, pero también de lástima y conmiseración. De ahí que
quien ostenta algún tipo de poder le sea fácil disfrazar sus excesos de “poder”
con la búsqueda de la “bondad”, cuando lo que realmente hace es lastimar al
otro con su orgullo. ¿Por qué? Porque sus acciones las realiza desde la
altanería de su “posición” incapaz de ver al otro más que a partir de su
miseria, sus defectos, sus incapacidades.
Esa es la conmiseración: ver al otro con ojos de
miseria. La miseria, claro, está en los ojos de quien ve, no de quien es visto.
Pero el orgullo es incapaz de reconocerlo así. El orgullo lleva a quien ve a
pensar: yo tengo la razón, mis formas son las correctas, y mis instrumentos de
medición no pueden ni deben cuestionarse.
La misericordia, un sentir más cercano a la piedad, es
muy diferente. Implica “ser cordial con la miseria del otro”. Implica, al igual
que la compasión, comprender que las deficiencias del otro no lo definen. Sólo
son deficiencias que, en algunos casos, pueden corregirse y mejorar, y en
otros, simplemente no. Ahora bien, el fin no es cambiar nada: sino acompañar.
De ahí que se busque ser cordial, ser educado, mostrar empatía, amabilidad.
Después de todo, la intención no es cambiarte sino acompañarte en tu trayecto.
El cambio se dará a partir del trato que recibas y que me obligue a darte a
partir del amor y la amistad que decida ofrecerte. Y el cambio se dará primero
en quien quiere mostrar misericordia, piedad, compasión. Y se dará porque se
verá obligado a mantener a raya su orgullo.
Cuando acompaño con pasión, soy com-“pasivo”. Mis
acciones no están encaminadas a que cambies, sino a acompañarte en tu vivir, tu
alegría, tu sufrir y en la búsqueda de tus necesidades. Mis acciones son
“pasivas” precisamente porque no quiero forzarte a cambiar según mis estándares
de lo que sería un cambio positivo en ti. Y sólo son pasivas, no
agresivas-pasivas. No son cuchillitos de palo. Son honestas expresiones de
empatía.
En vez de eso, de buscar cambiarte, la piedad busca
acompañarte a descubrir quién eres y qué deseas cambiar en ti. O así debería de
ser, pero solemos creer lo contrario. Solemos creer que amar significa
“señalarle al otro lo que tiene que cambiar”, incluso, disciplinarlo,
corregirlo, castigarlo. Y todo eso no es que esté mal, es que primero
necesitamos dejar establecido que eso es lo que el otro quiere. Ayudarle a
definir lo que quiere, y entonces sí, acompañarlo a definir las estrategias que
necesita seguir para acercarse a lo que quiere.
Todo esto suena bien en papel (o en pantalla), pero es
difícil. Porque amar también es ver las capacidades que el otro tiene y no
desarrolla, y a veces simplemente quisieras que las desarrollara. Así que se lo
dices, lo corriges, lo señalas, lo tratas de transformar, pero muchas veces lo
que no haces es respetarlo: ¿Será que quiere transformarse? ¿En qué y cómo
quiere transformarse? ¿Le estoy acompañando a descubrir quién es o le estoy
exigiendo ser lo que quiero que sea?
Soy maestra y mamá, y he tenido que cuestionarme mucho
estas cosas: ¿realmente ayudo cuando exijo lo que quizá el otro no busca ni
quiere? ¿Será que realmente yo sé mejor que mis alumnos y mi hija lo que
quieren y lo que les conviene? ¿Será que necesito bajarme de mi “estatus” y
conocerlos, ver aquello que les interesa y tratar de comprender por qué? ¿Qué
buscan? ¿Cuáles son las realidades sociales y humanas que hoy viven y que yo no
viví? ¿Estoy dispuesta a acompañarlos en el descubrimiento de su propio camino
o quiero señalarles el camino tal y como yo lo comprendo? ¿Mi camino tiene que
ver con su realidad personal, sus deseos y aspiraciones? ¿Estoy aquí para
ayudarles a ser quienes son o a que sean quienes yo quiero que sean?
La piedad es, ante todo y según comprendo, bajarte de
tu “estatus” y comprender que la Verdad es más compleja que tu entendimiento. Y
con ojos abiertos y mucha humildad, estar dispuesto a conocer al otro a partir
de quien es y no quien creo debe ser. Es acompañar, pero también es dejarme
acompañar. Después de todo, ahora sé que no lo sé todo y que el otro también
tiene algo que enseñarme. Mi orgullo no cabe en esta ecuación. Todo lo
contrario, estorba. Me impide ver la verdad que acompaña al otro. Me impide
reconocer que simplemente no puedo saber qué es lo que más le conviene al otro,
pero sí puedo ayudarle a buscarlo, si eso es lo que quiere. Y en el camino,
dejarme acompañar y descubrir, yo también, quien soy y no sólo lo que soy capaz
de hacer.
La piedad nunca se otorga desde la altura de “quien
sabe lo que más te conviene”, sino desde la humildad de: “¿Qué es lo que
necesitas de mí?”
La piedad es también entendida como devoción. Y sí,
implica tener devoción a quien busco servir, no a las reglas que deben seguir
quienes quiero cambiar. La devoción, aclaremos, no es “servir a lo tonto”. Y la
piedad es tener devoción a quien sirvo, no pretender que me tengan devoción a
mí y a mis reglas. Si entiendes la devoción como un amor desmedido que no
cuestiona si algo es realmente necesario y que sólo busca cumplir, entonces, no
entiendes la devoción.
Wikipedia define la devoción como “la entrega total a
una experiencia, por lo general de carácter místico.” (2) ¿Te imaginas
entregarte a la experiencia de aprender a encontrar la mejor manera de ayudarle
a alguien a enseñarse a sí mismo a lograr algo? Debe ser, sin duda, una
experiencia mística porque implica dejar ir más que aferrarnos a lo que debe
ser. Es tener fe en el otro, aun cuando no haya indicativos de que hay algo en
qué tener fe. Es ver el potencial de la semilla y no la insignificancia de su
pequeñez. Es comprender que hemos de descubrir la belleza de lo que surja a
partir de esa semilla, y no obligarle a ser rosa o roble o pasto, según creemos
le conviene ser.
Una última reflexión es que nada de esto tiene sentido
si no lo aplicamos a nosotros mismos. Implica tener humildad, bajarnos de
nuestros estatus o sensación de “estar en lo correcto” y cuestionarnos si
realmente estamos haciendo las cosas de la mejor manera para aquellos a quienes
buscamos servir y amar. Implica cuestionarnos si lo que siempre hemos buscado
como “lo correcto” es verdaderamente lo correcto para nosotros. Quizá yo no
respondo a las exigencias “normales” y respondería mejor a las exigencias a las
que “yo les de valor y significado”. Quizá cambiar para bien mío, implique buscar
satisfacer mis necesidades y no lo que otros dicen que necesito cumplir para
ser amada/o. Si el amor y la consecuente tolerancia, piedad, compasión, está
condicionada a que seas de tal o cual manera, no te aman ni te tendrán
compasión ni misericordia ni piedad cuando falles. Y nunca tendrán la intención
de ayudarte a descubrir qué necesitas. Pero amarte a ti mismo, implica que tú
mereces ayudarte a descubrir lo que necesitas y buscar dártelo, y no sólo
enfocarte a obedecer y hacer lo que se te dice.
Jesús, mientras escribo me doy cuenta de los muchos
errores que he cometido en la interacción con mi hija, mis alumnos y mis seres
queridos. ¡Qué difícil es doblar la rodilla con humildad y levantar la mirada
al Cielo e intentar ver las cosas desde la perspectiva de la piedad, la
compasión y la misericordia! ¡Qué fácil es confundirlas con el orgullo de creer
que ya sabemos lo que necesitamos saber y que sólo nosotros tenemos la Verdad y
la experiencia, y que, por eso, precisamente por eso, son otros los que deben
levantar la mirada para vernos y seguirnos! ¡Qué sean ellos quienes se agachen
y obedezcan! ¡Qué triste es darnos cuenta de la manera en que hemos disminuido
a otros porque simplemente no hemos sido capaces de bajarnos de nuestro
“estatus” y quitarnos el saco del orgullo!
Perdónanos Jesús, Hijo de David, y ten piedad de
nosotros. Dios único y eterno, ten piedad de nosotros. Espíritu Santo, Verbo de
Vida y Amor, ten piedad de nosotros.