miércoles, 31 de julio de 2019

Estoy bien





Uno de los síntomas más claros de depresión es la desesperanza. Es también el más peligroso. Por eso empleo una muy buena cantidad de esfuerzo en darle sentido a las cosas, en encontrarle sentido al mundo a través de historias, poemas, música, ensayos, y muchos de ellos los interpreto a partir de Dios o los dirijo a Dios.

Fue Dios y la convicción de que me ama y me acompaña en la soledad absoluta, lo que me mantuvo viva en el pasado. Y sé que mi depresión es real y peligrosa cuando se manifiesta en mi la convicción de que Dios no existe. Sin la existencia de Dios yo existo en el vacío.

Así es como le llamo a la inexistencia de Dios: “vacío”. Y una vez que el vacío se instala, la presencian de Dios, tan clara en otros momentos, incluso en momentos de total angustia, deja de existir y yo quiero dejar de existir con ella.
Esas ideas, en el pasado, me han aterrorizado, porque sé muy bien el camino que señalan: ¡Y quiero vivir! Pero… cuando transito estos parajes de la existencia, la vida no parece alcanzarme.

Empecé a escribir sobre Dios, a Dios, precisamente para darle sentido al vacío, para encontrar luz en la obscuridad y para no sentirme tan sola. Pero escribir en la soledad de un cuaderno dejó de tener sentido también. Verán, necesito a otros. Amaba la presencia de Dios y necesitaba compartirla. No creo que la existencia sea real hasta que tienes la fortuna de compartir tu existencia con otros. Y se convierte aún más significativa cuando hay una respuesta. Y mi existencia era Dios. Así que, para mí, empezar a escribir y compartir mis textos fue valioso, importante, incluso necesario.

Ese conjunto de “oraciones” ayudaban a que mi existencia tuviera una dirección, un sentido. Y de algún modo, el vacío dejaba de ser vacío.

Pero en últimas fechas mis oraciones no han sido suficiente. El vacío no se va y yo termino por cerrar la Biblia y borrar todo lo escrito.

Bien, pues he decidido que por ahora ya no voy a pelearme con el vacío. Mejor, voy a existir en él. Soy en el vacío, y el vacío es en mí. En palabras simples: estoy deprimida y estoy bien.

Parece contradictorio, pero ya no lo es. Ya puedo estar aquí, aunque no parezca tener sentido. Por hoy, existir es suficiente. Después de todo, Dios aseguró a Moisés en el Éxodo: Yo soy “yo soy”, o como lo expresan otras traducciones: “yo soy el que soy”. Así que, por ahora, tomaré las palabras de Dios y las haré mías: yo soy la que soy. Es decir: existo, y eso es suficiente.

Quiero, además, compartir mi existencia. Y ese deseo de compartir es, creo, amor. Así que soy capaz de amar.

El amor que he brindado ha sido recibido en algunas ocasiones y ha sido rechazado en otras. Pero la recepción o el rechazo de mi cariño no definen mi capacidad de amar ni mi posibilidad de ser amada. Es cierto que, a veces, las personas que más he amado son las primeras personas que me han rechazado, en el peor de los casos, y en el mejor, me han tenido esperando una eternidad para recibir, aunque sea una señal de cariño. Pero su capacidad de “demostrar” amor, no tiene nada que ver con mi capacidad de recibirlo o darlo. Así que, en este vacío de mi existencia y a pesar de él, soy capaz de amar, y aunque no siempre de la manera en que lo necesito, no siempre expresado como yo puedo entenderlo, debo aceptar que he sido amada. Y he tenido que aprender a darme cuenta de que hay quienes me aman y están ahí, incluso cuando yo también he sido incapaz de verlo, recibirlo y aceptarlo. Hay que recordar eso: quien te ama, está ahí. Y hay quienes están aquí. 
  
El vacío no me impide amar ni recibir amor. De hecho, es en él vacío que he descubierto el verdadero valor de amar y ser amada. Bien se dice que los amigos se conocen en las tormentas, no es los días soleados.

Entonces, existo, amo y soy amada. Es decir: estoy deprimida y estoy bien.

¿Y Dios? ¿Quiere eso decir que Dios ha dejado de existir para mí? Oh, bueno, el Éxodo nos dice que Dios asegura: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3, 14). Y el Nuevo Testamento afirma que “Dios es amor” (1 Juan 4, 8). El SER y el AMOR existen, incluso en este vacío que a su vez ES y me ayudado a descubrir mi capacidad de AMAR y ser AMADA.

Así que, por ahora, dejémoslo en eso. Insisto: estoy deprimida y estoy bien.

martes, 16 de julio de 2019

Háblame





Háblame

Permite que la brisa de un susurro
llegue a mis sentidos,
que el escalofrío de tu voz
sacuda mis entrañas
y que el aliento de tu ánimo
toque mi rostro.

Háblame.
Porque el silencio es soledad
y la soledad es insoportable.
Porque hay tanto ruido en mi alma
que necesito una voz
capaz de guiarme hacia la quietud.
Porque todos necesitamos
escuchar un “te amo tal y como eres”,
y yo –a pesar de ser tan única y distinta–
soy como todos.

Así que háblame.
Detente a escuchar, no los gritos del enojo
–debería decir la autodefensa
hacia la indiferencia y la crueldad,
pero aún eres incapaz de reconocer tu parte
y asumir, así, tu poder.
Escucha…insisto, no el grito
sino la desesperación por existir.

Háblame.
Porque la existencia se confirma
en la interacción de la palabra.
Porque es a través de la palabra
que creamos el mundo
y damos sentido al ser.
Y yo necesito darle sentido a este mundo
tan incapaz de escuchar
y tan indispuesto a responder,
como tú.

Por favor, háblame.

domingo, 14 de julio de 2019

La depresión tiene salida


He aquí la transcripción de lo dicho en el video:


Hola. Soy Amida, y junto con mi amiga Cecilia, hemos iniciado un grupo de apoyo a personas con problemas emocionales y/o trastornos mentales.


La verdad, no nos gusta mucho el término trastorno mental porque tiene un peso muy negativo. Pero, es el término correcto y si hemos de sobrevivirlo necesitamos empezar por llamar las cosas por su nombre y enfrentar la verdad que el término nos brinda.

Son muchos y muy variados los trastornos mentales, pero tienen algo en común: la mente, que por otro lado forma parte de un todo mucho más complejo y total que se llama biología, y que además está inmerso en algo aún más caótico y complicado llamado sociedad. De modo que enfrentar cualquier trastorno mental nos lleva inevitablemente a enfrentar quiénes somos como seres vivos, humanos y sociedad. Y eso es emocionante, enriquecedor y una oportunidad para la trascendencia.

Supongo que nadie te había dicho que tener un trastorno mental podría resultar emocionante. Definitivamente yo NO te lo habría dicho hace algunos meses… Pero lo es. Me tomó tiempo descubrirlo y si me das la oportunidad, intentaré decirte por qué.

Hoy quiero hablarte de la depresión y para ello utilizaré la imagen que el físico teórico y astrofísico, Stephen Hawking utilizó en el 2018, durante una conferencia en el Royal Institute, en Londres.

Durante esta charla Hawking habló de los agujeros negros y los comparó con la depresión. Como sabemos, Stephen Hawking sufrió de esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad que lo dejó gradualmente paralizado. Sufrió, además, profundos momentos de depresión.

Y sin duda habrá quien diga que su discapacidad justifica sus momentos depresivos. Mucha gente piensa eso, que la depresión forzosamente tiene una razón de ser, por lo tanto, si alguien no tiene una enfermedad o sufre una tragedia, no tiene razones para deprimirse. Pero eso es porque solemos confundir la depresión con tristeza o duelo, pero no es eso… Sí bien un evento trágico puede desencadenar un episodio depresivo, la depresión tiene su propia fuerza.  

Precisamente por eso, Stephen Hawking comparó la depresión con un agujero negro. Verás, es imposible escapar a un agujero negro, como es también imposible simplemente “superar” una depresión. A los agujeros negros se les dice “negros” precisamente porque su fuerza gravitacional es tan grande que incluso la luz –símbolo de esperanza- no puede escapar, y es, digamos, tragada por ellos. Así sucede con la depresión. No es tristeza, no es terquedad, no es capricho, no es flojera, y no es insistir en tener una mentalidad negativa. La depresión es, efectivamente, un agujero negro, y tiene una fuerza gravitacional imposible de escapar.

De modo que quede claro: No toda enfermedad viene con depresión, pero toda depresión es semejante a una enfermedad, y no se debe tomar a la ligera. La depresión se combate, tal y como combatirías una diabetes o un cáncer. No es precisamente una enfermedad, es un trastorno porque algo, o muchas cosas, no están en el lugar más conveniente y sano: emociones, pensamientos, neurotransmisores, hábitos, alimentación, relaciones, sentimientos de valía, necesidades físicas, sociales y espirituales, en fin. Si cada cabeza es un mundo, cada experiencia depresiva es un mundo que descubrir y que salvar. Y no sé ustedes, pero yo creo que vale la pena salvar un mundo.

Si sufres depresión, recuerda, antes que anda, que eres todo un mundo por descubrir y que vales la pena salvarte. 

Volviendo a la analogía de los agujeros negros, el hecho de que la luz sea tragada por ellos los hace completamente invisibles. Ahora, vale la pena recordar que la luz no ha desaparecido, simplemente ha entrado en el hoyo y es invisible a la vista.

Bien, pues a pesar de que los agujeros negros son invisibles, en abril de este año, 2019, un grupo internacional de astrónomos lograron captar por primera vez la imagen de uno. No lo hicieron directamente, eso es imposible. Lo que hicieron fue captar la luz en lo que llaman el “Event Horizon”, que significa el “horizonte de sucesos”. Estos, “sucesos” son el momento en que la luz es “tragada” por el agujero negro, es decir, el momento en que desaparece a la vista.

Lo hicieron, además, con ocho telescopios distribuidos alrededor del mundo. Eso permitió recolectar datos que después se tradujeron en esta hermosa imagen.

En el mundo de la psicología, neurología y psiquiatría, también ha habido la posibilidad de identificar el, digamos, “horizonte de sucesos” de lo que contribuye a entrar en depresión, y eso también ayuda a comprender lo que se puede hacer para salir de ella.

Se hace observando y analizando lo que se alcanza a ver: actitudes, pensamientos, acciones, hábitos, neurotransmisores, medicamentos, técnicas de terapia, motivaciones, relaciones e interacciones humanas, en fin, un sinnúmero de datos que nos dan luz, no tanto de lo que hay dentro del hoyo de la depresión –que siempre será una experiencia muy personal y subjetiva- sino lo que lo rodea y alimenta.

Bien, pues si hemos de aceptar que la depresión, y todo trastorno mental, es como un agujero negro, entonces debemos comprender que no se trata de superarlo sólo con “voluntad” ni es un asunto de “actitud”. La esperanza, es que existe la posibilidad de atravesarlo, es decir, aprender a vivir esta realidad y salir de ella transformado.

Stephen Hawking lo explicó así:

"Los agujeros negros no son tan negros como los pintan. No son prisiones eternas como alguna vez se pensó. Las cosas pueden salirse de un agujero negro desde ambos lados y posiblemente hacia otro universo. Entonces, si te sientes en un agujero negro, no te rindas: hay una salida.”

Salir implica esfuerzo, lucha, dedicación, cambio de hábitos, trabajo, sudor, hacer lo posible por educarnos, informarnos, buscar estrategias propias conociendo las que otros han empleado –porque no todas te van a funcionar, pero debes conocerlas e intentarlo. Recuerda, eres un mundo que descubrir y tendrás que recolectar datos que te ayuden a identificar tu muy particular “horizonte de sucesos” para aprender a darte cuenta de qué necesitas modificar y hacerlo de la manera que te funcione a ti. No hay fórmulas ni recetas, pero no es imposible.

La única condición es aceptar el reto de descubrir todo lo que esa obscuridad puede enseñarte sobre ti, tu mente, la humanidad, y la sociedad.

Esta palabra: Aceptar, es clave. Ayuda mucho ser aceptado por otros, sin duda, pero la realidad es que la gran mayoría de las personas no pueden y, más doloroso aún, no quieren acompañarte. La mayoría simplemente no lo entienden y para muchos lo tuyo es terquedad. Pero, si has sido llamado a la aventura de atravesar por un agujero negro, lo mejor que puedes hacer es aceptarlo y dejar de esperar de otros lo que tendrás que encontrar la manera de darte tú.  

A mí me ha ayudado mucho comprender que no hay historia de un héroe que no incluya un llamado –generalmente, inaceptable al principio, pero que, al aceptarlo, se inicia un camino de transformación.   

Bruce Banner, también conocido como el lado humano de Hulk, vive constantemente en su conflicto de convertirse en un monstruo sin control, pero la evolución del personaje lo lleva a enfrentar el hecho de que “quizá Hulk no sea la enfermedad, sino la cura”. Es decir, aceptar quién es e integrar los dos lados de su personalidad. Y así surge el Profesor Hulk: fuerte e inteligente, y mucho más alegre que sus contrapartes.

Batman, otro héroe de nuestro colectivo inconsciente, comprende que huir de la obscuridad de la cueva llena de murciélagos no lo lleva a superar su pérdida. Al contrario, se introduce voluntariamente en esa obscuridad y la trasforma en una guarida que le permite enfrentar el mundo y sus maldades.

¿Necesitas ejemplos más humanos? Jesús, suplicó no ser crucificado. “Aparta de mí esta copa”, dijo. Pero Dios, la vida, el SER, no funciona así. Lo único que quedaba era aceptarlo: “hágase tu voluntad, no la mía. En tus manos encomiendo mi espíritu.” Se cree que Jesús, al morir, bajó a los infiernos y abrió la posibilidad del perdón para todos. Tres días después resucitó y cuarenta días después subió a los cielos, que es otra manera de decir que es posible trascender la tragedia de la muerte y la desesperanza, y se logra atravesando el umbral de la no violencia y permitiendo que tu tragedia se convierta en esperanza para otros. Eso es lo que los creyentes llamamos “cargar tu cruz y seguir a Cristo”.

Podrías decirme que para ti estos héroes son sólo historias, pero toda historia –real o no- y toda simbología, habla de verdades de nuestro ser y en este caso la verdad es que hay esperanza en la obscuridad.

Veamos héroes más cercanos a nuestra realidad histórica: Nelson Mandela pasó 27 años en una prisión. Un agujero negro no puede ser más real que una celda, pero la obscuridad y la soledad de una celda también puede darnos el tiempo y la disciplina de enfrentar la injusticia desde el conocimiento de quiénes somos y lo que necesitamos desarrollar para salir a ofrecerlo a otros. Gandhi y Martin Luther King, Jr., aceptaron la realidad de su incapacidad de defenderse físicamente de la injusticia, y se sometieron a la desobediencia civil y la resistencia pacífica. Esa valentía no sólo los cambió a ellos, sino al mundo.

Ahora, nadie puede hacerlo por ti. Es verdad que habrá quien pueda acompañarte, ayudarte y apoyarte, pero en la profundidad del agujero la única persona que cabe eres tú. Así que acéptalo: quien está en el hoyo eres tú, y quien tiene que salir eres tú.

Pero, tenlo por seguro, eso no quiere decir que estás solo. En lo personal he descubierto que al luchar yo por salir de la depresión he tenido que recurrir a la lucha de otros, he tenido que confesar mis debilidades y enfrentarlas, he tenido que aceptar mis defectos y encontrar una manera de mejorar, y eso ha implicado pedir ayuda, buscar apoyo, reconocer mis necesidades y cubrirlas, atreverme a ser vulnerable, leer, estudiar, analizar, cambiar. No aceptar que me traten mal cuando definitivamente no lo merezco. Ha sido un camino de ensayo y error, ensayo y error. Y lo he tenido que hacer yo, pero lo he podido hacer gracias a que ha habido otros que lo han hecho también.

Creo que es precisamente este reconocimiento lo que llevó a Stephen Hawking a querer mostrarnos la posibilidad de una salida. Me atrevo incluso a decir que la lucha de cada ser humano es precisamente la luz que en algún momento alcanzamos a ver al final del túnel de la depresión. Estamos inmersos en la obscuridad, pero alcanzamos a ver la proyección de la luz que la lucha de otros genera al salir del hoyo.

Así que deja de pensar que tu lucha y esfuerzo nadie lo valora. Yo lo valoro. Muchos de nosotros lo comprendemos y valoramos. Y si eres capaz de aprender de la lucha y el esfuerzo de otros, llegará el momento en que tú también serás un aliento de vida para alguien más. Quizá incluso ya lo seas.

Así que, tal vez la gente que amas o la sociedad en la que vives no pueda ni quiera ayudarte, pero eso no significa que no existen cosas que puedes hacer ni que no existan personas dispuestas a apoyarte. Pero, será necesario bajar la rodilla y someterte a la disciplina de encontrar tu mejor manera de atravesar por este agujero. Y como dijo Stephen Hawking, muy probablemente te lleve a otro universo. Uno más pleno y en el que estarás mejor capacitado para enfrentar y ayudar a otros a enfrentar, los retos que la vida tiene.

Mil bendiciones. El grupo de apoyo Fénix te desea un trayecto lleno de posibilidades. Y queremos que sepas que, aunque el trayecto es tuyo y lo tendrás que enfrentar tú, desde nuestra propia obscuridad caminamos a tu lado.

Dios de te ama y te bendice y nosotros también.


Agradecemos a los fotógrafos de Unplash, y a la página de Flaticon. Sus imágenes gratuitas formaron parte de este video. 




lunes, 17 de junio de 2019

La Ley lo autoriza: si tienen miedo, vuelvan a sus casas


Por primera vez hice un video con la oración. Así que lo pueden ver o leer. Bendiciones. 

“A los que estaban construyendo una casa, a los que se habían casado recién o acababan de plantar una viña, y a todos los que tenían miedo, les dijeron que se volvieran a su casa, tal como lo autorizaba la Ley. Después el ejército se puso en marcha y fue a acampar al sur de Emaús.” 1 Mac 3, 56-57

Voy a hablar en primera y segunda persona. Soy yo quien habla y al mismo tiempo soy yo quien me habla. Te hablo también a ti, que escuchas, porque necesito abrir mis labios y existir contigo. Se me ha dicho antes que soy una egocéntrica por necesitar hablar de lo que me pasa: “no todo gira alrededor tuyo”, me dicen, pero… quizá lo que me pasa te pase a ti o alguien que amas, y quizá no sólo hablo por mí. Quizá, si te das la oportunidad de hacer tuyas mis palabras, también hablo por ti y tu dolor, tu soledad y tu tristeza. Y si ese dolor está en tu vida, puedo casi apostar que mucho de tu ser gira alrededor de ese dolor, ya sea para enfrentarlo y superarlo, o para negarlo e ignorarlo con tal de no sentir. Sea cual fuera el caso, lo peor que puede pasar es que la experiencia sea catártica, y eso, no es tan malo.

Las últimas semanas han sido días particularmente difíciles para mí. Ya no lucho para caer en depresión. Estoy deprimida. Me he resistido mucho, pero por fin se instaló en mi alma este vacío y tengo miedo. He llorado demasiado, y aunque ha sido liberador, ha sido también doloroso. He pensado mucho en ese dolor al que tanto miedo le tenía, le sigo teniendo. El dolor más grande es verte sola. Y, sin embargo, tal y como la Ley nos lo dicta en la cita de hoy, nadie está obligado a acompañarme en mis batallas.

Cuando la gente que amas es la primera en soltarte la mano, se sufre en extremo. Y da coraje, te sientes… traicionado, y de algún modo lo has sido. Se te dijo: aquí estamos para ti, y luego, cuando los necesitas, no están.

Y es que, como nos dice la cita: hay quienes tienen obligaciones que cumplir –construyen una casa o acaban de plantar una viña-, viven felices su realidad inmediata –se acaban de casar-, o simplemente tienen miedo –porque les puedes robar la alegría, y ¿quién quiere eso?

Así que, a pesar de que dicen que te aman, corrieron –o te corrieron- porque… se puede ver el terror, la angustia, el coraje, la tristeza, en tu rostro. Y todo eso da miedo, en el peor de los casos, o es incomprensible en el mejor. Sea como sea, el juicio está presente y tú serás condenado.

De modo que, igual que Jesús le pidió a su Padre, a nuestro Padre, pide también para ellos perdón, y quizá algún día logres perdonarlos también tú. No saben que los necesitas y si lo saben, no quieren atravesar por ese dolor y esa obscuridad contigo. Da miedo. A ti te da miedo también. A mí me da miedo también. Y ese terror es paralizante. Lo es. Lo sabes y no puedes culparlos por no querer hacerlo. Tienes que ser sincero contigo mismo: si estuviera en tus manos, tú tampoco atravesarías por esto.

Pero… ese dolor, no es eterno y hay una salida.

Jesús está ahí, y ya ha pasado por esto antes y va a volver a pasarlo contigo. Y aunque la obscuridad no te deje ver la presencia de Dios, quiero que sepas que está contigo, y no sólo Él, también yo estoy contigo. Y todas las almas que alguna vez atravesamos ese largo y aparentemente interminable hoyo, estamos contigo.

Así que deja ir tu rencor y tu odio y tu tristeza al verte tan sola, tan solo. No lo estás. No puedes vernos, pero aquí estamos y estamos contigo. Y vamos a salir. Piensa mucho en eso: vamos a salir.

Así que, si necesitas llorar, no te detengas y llora. Si necesitas gritar, no te detengas, enciérrate en tu carro o tu cuarto o donde puedas, y grita. Si necesitas pegarle a algo, no te lastimes, ni lastimes a alguien, pégale a la almohada o a la cama. Si necesitas decirle al mundo lo mucho que los odias porque nadie tuvo el valor de tratar de sostenerte mientras caías, e incluso hubo quien te aventó con tal de no caer contigo, dilo aquí, en esta obscuridad, ahogando tus palabras en la almohada. Desahógate, libérate de todo eso, y dáselo a Dios, para que se quede en la obscuridad y no te acompañe a la luz que vas a recibir.

Esta obscuridad es una Cruz y es un infierno. Duele y hace que el odio que vive en ti, y que no es otra cosa que amor herido, salga por completo. Pero también te libera. Así que no te resistas y pídele a Jesús, quien está aquí contigo, que te clave en esa cruz para que no salgas a lastimarte ni a lastimar a nadie. Pide que te contenga y deje morir todo esto que vive en tu corazón, todo ese coraje de verte abandonado y adolorido, negado e ignorado por muchas de las personas que amas. “No saben lo que hacen”, exclamó Jesús. Y tenía razón. No saben.   

Sé que te sientes con el derecho de culpar a quienes no te han ayudado, pero si lo haces, si culpas a los demás, seguirás añorando estar donde estabas antes, incluso puede que busques estar donde nunca estuviste, y eso no es posible, tal y como no podemos hacer regresar el tiempo ni vivir hoy el mañana. Si no has sido llamado, aceptado, buscado, necesitado antes, no lo serás hoy y muy probablemente nunca lo serás. Eso también tienes que aceptarlo y no tiene caso esperarlo.

Así que no culpes a nadie por no querer ni poder acompañarte. Nadie quiere que le robes la alegría. Y si ya has sido tragada por la obscuridad, todo contacto contigo les reflejará su propia obscuridad negada. Y aunque no quieras, se las robarás, porque en ti hoy habita un agujero negro que te consume y les recuerda lo cerca que están de ser consumidos por su egoísmo también.

Y mira, yo sé que piensas que no es justo vivirlo solo. Pero recuerda, ha habido momentos en que tú también te has negado a acompañar a alguien en sus tormentas. Todos los días vemos a alguien sufrir en la calle, en las esquinas, en los supermercados, en todos lados. Y no logramos responder a todo el sufrimiento que nos rodea con una mano verdaderamente amiga. A veces, simplemente no podemos.

Así que, yo sé que no es justo. No es correcto. No es humano. Pero la justicia es un acto divino. Todo lo que nosotros hacemos y que llamamos justicia, no es más que un intento por ser justos. Así que llora tu dolor, sufre tu pena, y suelta tu odio. No resistas el mal que te acecha. Si has sido arrastrado por la fuerza de gravedad de la desesperanza, no dejarás de atravesar por la muerte y tendrás que luchar por tu vida, pero en cada enfrentamiento, Dios estará contigo. Y yo, desde mi trinchera, te acompaño también. Sufro para que no sufras solo. Sufre tú por mí también y dale sentido a tu dolor, por favor. Para que nuestras fuerzas sean una.

Eso, mi querido amigo, mi amada amiga, es ser Iglesia. Eso es vivir y morir por tus amigos. Porque para Jesús, no somos siervos, no somos convenientes, no somos objetos utilizables o inservibles, somos sus amigos. Y no hay amistad más grande que aquella dispuesta a acompañarte incluso en tus momentos de obscuridad. Así que, con miedo y terror y tristeza y dolor y todo lo que llevas encima, no te detengas y sigue adelante. No estás solo y hay salida. Jesús, y yo, y muchos estamos aquí a obscuras contigo, y sabemos que la luz tarde o temprano aparece en el horizonte y nos muestra la salida.

Gracias Jesús por tu Espíritu de Luz y la voluntad absoluta que tienes de acompañarnos. Gracias Dios mío por darte a ti mismo en Jesús. Te amo.


domingo, 2 de junio de 2019

Desenrollar el Libro de la Ley



“Se desenrolló el Libro de la Ley para hallar ahí respuestas, las mismas que los paganos pedían a sus ídolos.” 1 Mac 3, 48

Hallar respuestas. ¿Alguna vez has necesitado respuestas al grado de que las buscas con desesperación? ¿O eres de aquellas personas dichosas que nunca han necesitado ver para creer?

Si lo eres, te felicito y me alegro por ti. ¡Qué bonito debe ser! Debo reconocer que durante mucho tiempo te envidié. Yo quería ser feliz así de fácil, así de simple: cerrar los ojos y creer.

Pero si no lo eres, te felicito también, y no sólo me alegro por ti. Creo, en verdad creo, que esa testaruda necesidad tuya de “ver para creer” te llevará a una fe inquebrantable. Y no es que crea que la fe que pasa por la prueba de verdaderamente ver las heridas, tocarlas, meter la mano en el costado del dolor, sea mejor. La fe es fe, y mi fe o tu fe no son mejores, son distintas.

Lo que creo es que una vez que has tenido que pasar por eso, por la necesidad, incluso, la desesperación de buscar respuestas, de pedirlas a como dé lugar, de suplicar, de tirarte vencido en el suelo y levantar los brazos al cielo completamente derrotado y sin esperanza, y no sólo eso, sino que además, a pesar de todas tus dudas y toda la desesperanza en la que estás inmerso, las obtienes, entonces tu fe será inquebrantable. Tú podrás quebrarte una y otra vez, pero tu fe no.

Debo decir, sin embargo, que lo sorpresivo de haber encontrado esta cita no fue el hecho de que se haya desenrollado el “Libro de la Ley” sino que se reconociera que se buscaban las mismas que “los paganos piden a sus ídolos”.

¿Quiénes son los paganos? Los que son diferentes a mí y a mi grupo. Los otros. Y esta cita me colocó al mismo nivel de todo ser humano que sufre y busca respuestas.

Me hace comprender lo cercana que estoy de todos, lo equivocada que estoy si es que pienso que la mía es la única verdad posible, y que mi “Libro” es el único que puede pretender dar una respuesta posible.

Hoy fue domingo y fui a misa. Fue, además, la fiesta de la Ascensión, el día en que conmemoramos la ascensión de Cristo a la presencia de Dios. Fui a misa sola, como siempre lo hago. Mi esposo y mi hija no van porque ambos han decidido que no creen en la Iglesia Católica. Yo he hecho todo lo que puedo para acercarlos, pero debo decir que hoy, mientras estaba en misa, hubo un momento en que supe que no sólo no pertenezco a la comunidad de la Iglesia, de ninguna iglesia, sino que ya no quiero intentar pertenecer. Y que definitivamente nunca volveré a insistirles a ninguno de los dos que se acerquen a la iglesia.  

Mientras estuve en misa, me di cuenta de que muchas de las personas ahí son dichosos, y muchos, muchos de ellos creen sin haber visto, lo cual los hace completamente diferentes a mí. Comprendí que, para ellos, para muchos de ellos, quizá no para todos, pero sí para muchos de ellos, mi visión de Cristo les sería… incómoda. Ofensiva incluso. Así que, no tiene sentido intentar pertenecer a una comunidad de iglesia.

Hoy, soy capaz de decir: Reconozco que soy Iglesia, pero no porque forme parte de una comunidad, sino porque a pesar de no pertenecer, he sido capaz y seguiré siendo capaz, de verlos como mis hermanos. Y los amo, y porque los amo, comprendo que pertenecer implica arriesgarme a ser ofensiva, ¿y quién quiere ser ofensiva con personas a las que amas?

En la comunidad de la Ascensión tienen una frase muy hermosa fomentada por el Padre Fernando Liñán, que dice: “No nos dejemos robar la alegría.”

Yo nunca podré pertenecer a una comunidad así porque implicaría dejar de ver mucho de lo que he tenido que ver. Negar lo que existe en mi vida y que hoy comprendo, no debo negar. Si es verdad que quiero vivir, debo vivir a partir de mi verdad. La verdad es, después de todo, lo que nos hace libres.

¿Cómo le explicas a alguien que, si he llegado a caer en depresión o he sentido una angustia incapacitante y peligrosa, no ha sido porque “me dejé robar la alegría”? ¿Cómo explicas que el demonio te ha tenido tomada del cuello, viéndote a los ojos y exigiéndote que mates tu ser, y que has estado tan aterrada ante semejante enfrentamiento que lo has considerado seriamente?

El sólo hecho de hablar les robaría la alegría. El sólo hecho de decir lo que he vivido y me ha pasado sería enfocarme en lo negativo y feo y malo. Eso me convertiría en el enemigo también.

¿Cómo podría, por ejemplo, explicarles que fue Cristo quien ha estado a mi lado en el infierno de mi realidad personal, y que fue Él quien me enseñó lo que implica enfrentar al demonio? Vaya, ¿cómo decirles que he tenido que enfrentar al demonio?

Y enfrentarlo no fue algo sutil ni cordial. No fue pacífico. No fue con amor y dulzura. Fue con fuerza, enojo, furia incluso. Fue… fue muy parecido a lo que Juan describe en el segundo capítulo de su Evangelio (Juan 2, 13-17):

“(Jesús) Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos (los animales) fuera del Templo… derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo… (y dijo) saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado.”

Juan describe la imagen que forzosamente llegó a la mente de los discípulos cuando lo vieron hacer todo eso, de esta manera: “Sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: «Me devora el celo por tu casa.»”

¿Alguna vez has estado frente alguien “devorado por el celo”? No es bonito, eso puedo asegurarlo.

Mis imágenes de Jesús no suelen ser bonitas. Y cuando él me habla, no siempre lo hace con imágenes dulces. El que me habla así es Papá Dios. Soy, después de todo, “su niña, su amor”. Pero Jesús… Jesús para mí es… firme, recto, duro, claro y directo. Jesús es una daga, un cuchillo, una espada. Jesús es la Palabra que corta, hiere, lastima y a veces incluso mata. Y sus respuestas son totales: “¿Qué se le dice al dios de la muerte? ¡Hoy no!”

Enfrentar al demonio fue así: Tuve que poner toda mi fuera y todo mi coraje en ello y tuve que, en mi caso, enterrarle una daga mientras le decía al dios de la muerte: “¡Hoy no voy a morir!”

Esa respuesta, esa imagen reveladora que me ayudó y hoy forma parte de mi repertorio de estrategias, no vino del Libro de la Ley, literalmente. Vino del libro del inconsciente colectivo, de la narrativa fantástica que siempre refleja verdades profundas en historias y personajes con los que logramos empatizar. Ese libro del inconsciente colectivo, creo yo, es la Ley que más cuenta. Concretamente, la imagen vino de la serie: Juego de Tronos (Game of Thrones) que vi, en la medida de lo posible, porque no la vi completa –demasiadas veces me quedé dormida -, con mi esposo.

Mi hija y él tienen su propia manera de entender el Libro de la Ley, y a través de ellos es que he descubierto lo increíblemente maravilloso que es Dios, y la manera tan hermosa que tiene de hablarnos a cada uno de nosotros con nuestras propias imágenes e historias.

Le agradezco a Dios la dicha que me ha dado. Y reconozco también que en este caminar he estado con otras personas cuyas historias de vida son aún más dramáticas y tristes y fuertes, y sé que mi valor no es nada a lado de los demonios, mucho más reales y absolutos, con los que han tenido que vivir otros.

Le pido que me dé el valor de aprender a escuchar y acompañar a quienes quizá me roben la alegría, pero que requieren escucha y compañía para encontrar la fuerza que necesitan para vencer a los demonios que los atormentan. Y quizá mi alegría se encuentre precisamente en poder acompañarlos y formar comunidad, porque ellos también lo necesitan. Porque yo también lo necesito.

Dios Padre-Madre, Jesús, Espíritu de Amor, gracias, gracias, gracias.

Te amo.


domingo, 26 de mayo de 2019

El orgullo no cabe en esta ecuación


Photo by Rémi Walle on Unsplash


“Judas les respondió: «No es difícil que muchos hombres sean vencidos por unos pocos. Para el Cielo da lo mismo conceder la salvación con muchos hombres o con unos pocos; sepan que en la guerra la victoria no es de los más numerosos, sino que la fuerza proviene del Cielo. Es el orgullo y la impiedad que los llevan, porque quieren acabar con nosotros, nuestras mujeres y nuestros hijos, y apoderarse de nuestros bienes. Nosotros, en cambio, defendemos nuestras vidas y nuestras leyes, y el Cielo los hará añicos ante nuestros ojos. ¡No les teman, pues!” 1 Mac 3, 18-22

Este texto me recuerda una cosa: necesitamos cuidar nuestras motivaciones. Si algo ha de moverte, cuida que no sea el orgullo y la impiedad.

El orgullo, el ego lastimado, siempre utiliza la impiedad como arma. Justifica sus excesos de “bondad”, de “corrección”, de “disciplina”, cuando lo que realmente sucede es que necesita mantener a raya al otro, demostrarle quién manda, hacerle ver que su única función en la ecuación de su relación es obedecer. La “impiedad” es cruel precisamente porque deja de ver al otro como otro, y en su lugar lo ve como un instrumento de su acción o un resultado de su poder. Hablo de la acción y el poder del orgullo de quien ostenta dicha acción y poder de ordenar, señalar, corregir, disciplinar.

Pero la disciplina del Cielo no se enfoca en el orgullo personal. Su fin es vivir y su arma es la piedad.

¿Qué es la piedad? En Wikipedia encontramos que: “La palabra piedad viene de la palabra pietas latina, la forma del sustantivo del adjetivo pius, que significa devoto o bueno. Se define la pietas como un sentimiento que impulsa al reconocimiento y cumplimiento de todos los deberes, no solo para con la divinidad, los padres, la patria, los parientes, los amigos, sino para con todo ser humano.” (1)

La piedad ha sido considerada como un sinónimo de misericordia y compasión, pero también de lástima y conmiseración. De ahí que quien ostenta algún tipo de poder le sea fácil disfrazar sus excesos de “poder” con la búsqueda de la “bondad”, cuando lo que realmente hace es lastimar al otro con su orgullo. ¿Por qué? Porque sus acciones las realiza desde la altanería de su “posición” incapaz de ver al otro más que a partir de su miseria, sus defectos, sus incapacidades.

Esa es la conmiseración: ver al otro con ojos de miseria. La miseria, claro, está en los ojos de quien ve, no de quien es visto. Pero el orgullo es incapaz de reconocerlo así. El orgullo lleva a quien ve a pensar: yo tengo la razón, mis formas son las correctas, y mis instrumentos de medición no pueden ni deben cuestionarse.

La misericordia, un sentir más cercano a la piedad, es muy diferente. Implica “ser cordial con la miseria del otro”. Implica, al igual que la compasión, comprender que las deficiencias del otro no lo definen. Sólo son deficiencias que, en algunos casos, pueden corregirse y mejorar, y en otros, simplemente no. Ahora bien, el fin no es cambiar nada: sino acompañar. De ahí que se busque ser cordial, ser educado, mostrar empatía, amabilidad. Después de todo, la intención no es cambiarte sino acompañarte en tu trayecto. El cambio se dará a partir del trato que recibas y que me obligue a darte a partir del amor y la amistad que decida ofrecerte. Y el cambio se dará primero en quien quiere mostrar misericordia, piedad, compasión. Y se dará porque se verá obligado a mantener a raya su orgullo.

Cuando acompaño con pasión, soy com-“pasivo”. Mis acciones no están encaminadas a que cambies, sino a acompañarte en tu vivir, tu alegría, tu sufrir y en la búsqueda de tus necesidades. Mis acciones son “pasivas” precisamente porque no quiero forzarte a cambiar según mis estándares de lo que sería un cambio positivo en ti. Y sólo son pasivas, no agresivas-pasivas. No son cuchillitos de palo. Son honestas expresiones de empatía.

En vez de eso, de buscar cambiarte, la piedad busca acompañarte a descubrir quién eres y qué deseas cambiar en ti. O así debería de ser, pero solemos creer lo contrario. Solemos creer que amar significa “señalarle al otro lo que tiene que cambiar”, incluso, disciplinarlo, corregirlo, castigarlo. Y todo eso no es que esté mal, es que primero necesitamos dejar establecido que eso es lo que el otro quiere. Ayudarle a definir lo que quiere, y entonces sí, acompañarlo a definir las estrategias que necesita seguir para acercarse a lo que quiere.

Todo esto suena bien en papel (o en pantalla), pero es difícil. Porque amar también es ver las capacidades que el otro tiene y no desarrolla, y a veces simplemente quisieras que las desarrollara. Así que se lo dices, lo corriges, lo señalas, lo tratas de transformar, pero muchas veces lo que no haces es respetarlo: ¿Será que quiere transformarse? ¿En qué y cómo quiere transformarse? ¿Le estoy acompañando a descubrir quién es o le estoy exigiendo ser lo que quiero que sea?

Soy maestra y mamá, y he tenido que cuestionarme mucho estas cosas: ¿realmente ayudo cuando exijo lo que quizá el otro no busca ni quiere? ¿Será que realmente yo sé mejor que mis alumnos y mi hija lo que quieren y lo que les conviene? ¿Será que necesito bajarme de mi “estatus” y conocerlos, ver aquello que les interesa y tratar de comprender por qué? ¿Qué buscan? ¿Cuáles son las realidades sociales y humanas que hoy viven y que yo no viví? ¿Estoy dispuesta a acompañarlos en el descubrimiento de su propio camino o quiero señalarles el camino tal y como yo lo comprendo? ¿Mi camino tiene que ver con su realidad personal, sus deseos y aspiraciones? ¿Estoy aquí para ayudarles a ser quienes son o a que sean quienes yo quiero que sean?

La piedad es, ante todo y según comprendo, bajarte de tu “estatus” y comprender que la Verdad es más compleja que tu entendimiento. Y con ojos abiertos y mucha humildad, estar dispuesto a conocer al otro a partir de quien es y no quien creo debe ser. Es acompañar, pero también es dejarme acompañar. Después de todo, ahora sé que no lo sé todo y que el otro también tiene algo que enseñarme. Mi orgullo no cabe en esta ecuación. Todo lo contrario, estorba. Me impide ver la verdad que acompaña al otro. Me impide reconocer que simplemente no puedo saber qué es lo que más le conviene al otro, pero sí puedo ayudarle a buscarlo, si eso es lo que quiere. Y en el camino, dejarme acompañar y descubrir, yo también, quien soy y no sólo lo que soy capaz de hacer.

La piedad nunca se otorga desde la altura de “quien sabe lo que más te conviene”, sino desde la humildad de: “¿Qué es lo que necesitas de mí?”

La piedad es también entendida como devoción. Y sí, implica tener devoción a quien busco servir, no a las reglas que deben seguir quienes quiero cambiar. La devoción, aclaremos, no es “servir a lo tonto”. Y la piedad es tener devoción a quien sirvo, no pretender que me tengan devoción a mí y a mis reglas. Si entiendes la devoción como un amor desmedido que no cuestiona si algo es realmente necesario y que sólo busca cumplir, entonces, no entiendes la devoción.

Wikipedia define la devoción como “la entrega total a una experiencia, por lo general de carácter místico.” (2) ¿Te imaginas entregarte a la experiencia de aprender a encontrar la mejor manera de ayudarle a alguien a enseñarse a sí mismo a lograr algo? Debe ser, sin duda, una experiencia mística porque implica dejar ir más que aferrarnos a lo que debe ser. Es tener fe en el otro, aun cuando no haya indicativos de que hay algo en qué tener fe. Es ver el potencial de la semilla y no la insignificancia de su pequeñez. Es comprender que hemos de descubrir la belleza de lo que surja a partir de esa semilla, y no obligarle a ser rosa o roble o pasto, según creemos le conviene ser.

Una última reflexión es que nada de esto tiene sentido si no lo aplicamos a nosotros mismos. Implica tener humildad, bajarnos de nuestros estatus o sensación de “estar en lo correcto” y cuestionarnos si realmente estamos haciendo las cosas de la mejor manera para aquellos a quienes buscamos servir y amar. Implica cuestionarnos si lo que siempre hemos buscado como “lo correcto” es verdaderamente lo correcto para nosotros. Quizá yo no respondo a las exigencias “normales” y respondería mejor a las exigencias a las que “yo les de valor y significado”. Quizá cambiar para bien mío, implique buscar satisfacer mis necesidades y no lo que otros dicen que necesito cumplir para ser amada/o. Si el amor y la consecuente tolerancia, piedad, compasión, está condicionada a que seas de tal o cual manera, no te aman ni te tendrán compasión ni misericordia ni piedad cuando falles. Y nunca tendrán la intención de ayudarte a descubrir qué necesitas. Pero amarte a ti mismo, implica que tú mereces ayudarte a descubrir lo que necesitas y buscar dártelo, y no sólo enfocarte a obedecer y hacer lo que se te dice.

Jesús, mientras escribo me doy cuenta de los muchos errores que he cometido en la interacción con mi hija, mis alumnos y mis seres queridos. ¡Qué difícil es doblar la rodilla con humildad y levantar la mirada al Cielo e intentar ver las cosas desde la perspectiva de la piedad, la compasión y la misericordia! ¡Qué fácil es confundirlas con el orgullo de creer que ya sabemos lo que necesitamos saber y que sólo nosotros tenemos la Verdad y la experiencia, y que, por eso, precisamente por eso, son otros los que deben levantar la mirada para vernos y seguirnos! ¡Qué sean ellos quienes se agachen y obedezcan! ¡Qué triste es darnos cuenta de la manera en que hemos disminuido a otros porque simplemente no hemos sido capaces de bajarnos de nuestro “estatus” y quitarnos el saco del orgullo!

Perdónanos Jesús, Hijo de David, y ten piedad de nosotros. Dios único y eterno, ten piedad de nosotros. Espíritu Santo, Verbo de Vida y Amor, ten piedad de nosotros.

Te amo.