miércoles, 28 de noviembre de 2018

Te ruego que te detengas




"Al levantar los ojos, Abraham vio a tres hombres que estaban parados a poca distancia. En cuanto los vio, corrió hacia ellos y se postró en tierra, diciendo: Señor mío, si me haces el favor, te ruego que no pases al lado de tu servidor sin detenerte." Génesis 18, 2-3. 

Abraham vio a tres hombres en la distancia, pero no vio a tres hombres, vio a Dios. ¿Por qué? Porque Abraham levantó los ojos, es decir, vio por encima de esos hombres, vio la oportunidad de servir. Es importante tener cuidado porque a veces, cuando vemos “por encima” de los demás, y decimos ver a Dios en nuestros hermanos, en realidad levantamos la mirada, pero no la de nuestro espíritu sino la de nuestro ego. Esto sucede cuando creemos que servir nos engrandece. Por eso, lo que hizo Abraham es tan significativo: corrió hacia ellos y se postró en tierra. Sirvió con humildad. 

Tener verdadera humildad al servir no es fácil. Requiere, ver más allá de lo evidente (“por encima de lo inmediato”) y al mismo tiempo pensar, ¿cómo puedo servir, verdaderamente servir, al otro? No implica buscar el beneficio: ¿Qué quiero recibir? ¿Gratitud, reconocimiento, lealtad, amistad, tolerancia, qué? Implica preguntarnos: ¿Qué necesita el otro? Tampoco implica decidir por el otro lo que necesita, sino verdaderamente colocarnos en sus zapatos y pedirles que se detengan y compartan contigo lo que necesitan. 

Abraham dijo: “te ruego que no pases al lado de tu servidor sin detenerte”. Yo te lo ruego también: no pases a mi lado sin detenerte y decirme ¿qué necesitas? No pases a lado de nadie ofreciendo una ayuda que nadie requiere. Si piensas que sabes mejor que el otro lo que necesita, no lo haces por él, lo haces por ti. Ten cuidado, nadie es tan pobre como para ser incapaz de tener conciencia de sí mismo. Dale crédito, y si has de ayudarle en algo, ayúdale a tomar consciencia de ese crédito que tiene y esa capacidad suya para conocerse y valorarse. 

Mi Bien, mi dulce Bien, permite a mis ojos reconocerte en mi mente, en mi alma y en mi cuerpo, de forma que pueda reconocerte en la mente, alma y cuerpo de los demás. Permíteme correr a tu lado y ofrecerte todo cuánto tengo. Detén tu andar y quédate conmigo, con nosotros, para siempre. Honra nuestra mesa con tu presencia y que la buena noticia que nos traes sea motivo de alegría y esperanza. Así sea en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


No hay comentarios: