lunes, 26 de noviembre de 2018

Una adolescente muerta de miedo



Todos tenemos un niño interior. Eso es lo que suele decirse. Lo que casi nadie nos dice es que también tenemos un adolescente interior: rebelde, incomprendido, quejumbroso, melancólico, enamorado, distraído, inquieto, soñador, en fin. A mí me encanta trabajar con niños. A los adolescentes los toleraba, y eso, más o menos. La vida se encargó de llevarme a trabajar con adolescentes muy pronto. Y llegó el momento en que era casi de ley que terminaría trabajando con ellos. La vida quería enseñarme algo: haz contacto con tu adolescente interior. Sufrió mucho en su momento -qué adolescente no adolece- y necesita comprensión y alivio. 

Trabajar con adolescentes ha sido una delicia porque me obligaron a cuestionarme, a buscar dar lo mejor. Los adolescentes no se tragan cualquier cosa y están empeñados en saber más que tú o por lo menos hacerte saber que no lo sabes todo. ¡Son geniales! Con ellos y sus retos, aprendí a ayudar a mi propio adolescente interior. Todo lo que haces por alguien más, lo haces por ti. Todo lo que te cuestiona, te ayuda a mejorar.

No sé qué tanto soy capaz de transmitir a mis alumnos y las muchachas de la cárcel, adolescentes todos, pero sí sé todo lo que ellos me han enseñado a mí, todo lo que me han obligado a mejorar y todo lo que me han cuestionado y he tenido que responder con la verdad. Porque además, tienen un ojo crítico tan agudo que pueden ver la mentira en tu rostro y sonreír satisfechos de haberte hecho caer en tus propias incongruencias. Gracias a Dios que me puso en este camino de verme obligada a cuestionarme para comprenderlos y ayudarlos. 

Les dejo la oración de hoy, oración del pasado que hago presente: 
 ____
Ayer fui al tutelar con las muchachas y, entre las tres que son, me leyeron un versículo que, según me dijeron, "encontramos para ti". Lo modificaron para que me hablara directamente a mi. Modifícalo tú también y donde está mi nombre pon el tuyo. Estas palabras son para cada uno de nosotros:

"¡Pero Amida, tú eres mi hija más querida! ¡Eres la niña en quien me complazco! Siempre que hablo de ti, lo hago con mucho cariño. Por ti, el corazón se me estremece. Ciertamente tendré de ti misericordia."  Jer. 31, 20. 

Gracias Dios mío, mi amado Rey, por reconocerme tuya y amada, y por enviar tu mensaje a través de esas hermosas niñas. Tú sabes que en el fondo soy una de ellas: Una adolescente muerta de miedo frente a un mundo que ha sido hostil y con el que no sé relacionarme, ni sabe el mundo relacionarse conmigo. Gracias Dios por no negarme tu consuelo y sostenerme en el llanto y la angustia. Sigue acariciando mi rostro y diciéndome cuánto me amas, para que, a fuerza de la repetición incansable de tu respiración constante, lo crea, lo viva, y me permita ser vacío capaz de sostenerte. Así sea en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.




No hay comentarios: