Te confieso que la Biblia para mí siempre había sido
un libro que me intimidaba leer. Sobre todo, el Antiguo Testamento ha sido un
reto. El Dios que estos textos nos describe puede, en ocasiones, presentarse
más como un ser vengativo, celoso, inflexible y castigador. Además, las
acciones de nuestros padres más antiguos no siempre han sido lo que hoy consideraríamos
nobles, morales ni cristianas.
Hoy comprendo que no podemos leer la Biblia como un
libro de recetas o un instructivo. Que más que buscar la regla necesitamos
poner atención a la narración, la cual no busca definir acciones sino
describirlas. Y al observarlas debemos hacerlo a partir de la luz de Cristo y
del Espíritu Santo, y a través del amor que Jesús nos enseñó es Dios.
Necesitamos ser críticos y leer más allá de la línea. Imaginar a Jesús sentado
a nuestro lado, haciéndonos preguntas que nos lleven a la reflexión. ¿Qué
acciones se acercan a la verdad que Jesús nos enseñó y cuáles no?
Si no leemos con esta actitud inquisitiva y crítica
podremos caer en fórmulas que pretenden medir a todos con el mismo palo, con el
inconveniente de que estaremos tan seguros de tener la razón, que el palo con
el que medimos a los demás ni siquiera será un reflejo de nuestra propia
altura. Y es que se tratará de una altura que siempre será más grande de lo que
realmente somos, pero a la que nos igualamos porque creemos tener la razón y a
Dios de nuestro lado.
Así, el Templo y la comunidad que ese templo
representa, se convertirá en un campo de batalla en la que hermanos y hermanas
lucharán por tener la razón. Pero la razón, la verdad, la belleza, la bondad,
pertenecen sólo a Dios. Acercarnos a Dios es más un asunto de amar -incluso
cuando se siente imposible- que de tener razón.
La cita que les comparto hoy es larga. Se trata de
Esdras 4, 1 a 5. La narración lo dice todo. A veces, nos queremos mantener
dentro de nuestros límites conocidos y no podemos abrir nuestra percepción ni
nuestro ser a otros, porque simplemente no son como nosotros. Este rechazo
muchas veces provocará que exista el deseo de venganza, la mala intención, el
coraje. Así, nos colocamos en el papel de la víctima, pero no comprendemos
nuestro actuar y nuestra falta, ni alcanzamos a ver el sufrimiento y la condena
que causamos. Buscando nuestra salvación, olvidamos que la salvación es para
todos. Nos cegamos a nuestra participación en los deseos de venganza que surgen
en los otros y nos ofende el daño que quieren hacernos.
El Amor es comprensivo. Por ello, necesitamos
comprender que el deseo de venganza es siempre una respuesta de dolor. No es una
respuesta noble, pero tampoco fue noble provocar el deseo de venganza en el
otro. Tampoco es noble rechazar, alejar, señalar, culpar y minimizar lo que
otro puede ofrecer. A veces, participamos activamente en el dolor de los demás,
y luego escondemos la mano o simplemente no nos damos permiso de ver las cosas
de manera diferente, de colocarnos en los zapatos del otro, de comprender el
actuar de los demás de manera profunda, de empatizar en la medida de lo posible.
Y así, dejamos todo en la superficie de la “simpatía” y ayudamos y nos apoyamos
sólo de quienes cumplen con nuestras muy limitadas reglas de acción, ideas,
creencias y experiencias de vida. Pero, quien ama a sus semejantes y no a
quienes son diferentes, ¿qué hace de extraordinario?
Te dejo la cita y que sea Jesús quien te ayude a
reflexionar en ella. Invócalo y pídele que te convierta en cada uno de los
actores para que puedas imaginar lo que es caminar en los zapatos de otros, de
todos. La cita, por otro lado, no ofrece una respuesta, sólo plantea la
problemática. La respuesta nos corresponde a nosotros. Le pido a Dios nos ayude
a abrirnos a la existencia de todos nuestros hermanos y hermanas de otras
religiones, culturas, personalidades, preferencias, incluso de aquellos cuyas
ideas trastornadas nos lastiman, de modo que nuestras acciones se encaminen no
la “aceptación superflua”, sino a la verdadera “integración”, que debería ser,
en todo caso, la respuesta cristiana:
“Los adversarios de Judá y de Benjamín supieron que los
que habían vuelto del cautiverio estaban construyendo un templo a Yavé, Dios de
Israel. Fueron pues a ver a Zorobabel y a los jefes de familia y les dijeron:
«Vamos a construirlo junto con ustedes pues, al igual que ustedes, invocamos a
su Dios y le ofrecemos sacrificios desde la época de Asarjadón, rey de Asiria,
quien nos desterró para acá». Zorobabel, Josué y los demás jefes de familia de
Israel les respondieron: «¡No tenemos que construir junto con ustedes un Templo
para nuestro Dios! ¡Nosotros solos construiremos para Yavé, Dios de Israel, tal
como nos lo ordenó Ciro, rey de Persia!»
“La gente del país trató entonces de desanimar al
pueblo de Judá y de amenazarlo para impedirle que construyera. Y mientras
estuvo Ciro, rey de Persia, y hasta el reinado de Darío, rey de Persia, pagaron
a unos consejeros para que hicieran fracasar el proyecto del pueblo de Judá.”
Es 4, 1 a 5
Padre-Madre, Jesús, Espíritu de Luz y Verdad, te amo.