Ayer, una amiga muy querida me preguntó: “Cuando el
padre te pone una penitenciaria, ¿puedes comulgar o debes hacerlo hasta que la
cumplas?”
Yo respondí: “Puedes comulgar, pero con la firme
intención de cumplirla lo antes posible. Jesús siempre prefiere estar contigo
que lejos de ti.”
Le aseguré que alguien me lo había explicado así
alguna vez: “Si ya te confesaste, puedes comulgar. Si hay algo que debas hacer
sólo no lo olvides. La penitencia no es castigo ni requisito, es la intención
de que recapacites, corrijas una acción, medites, te comprometas con un cambio.”
Le recomendé también preguntarle directamente a Jesús antes de comulgar. “Escúchalo
justo antes de comulgar. Si le preguntas, «¿Debo comulgar?» Te lo dirá: Prefiero
estar contigo que lejos de ti.”
Pero me quedé intranquila porque la realidad es que no
recuerdo quién me dijo que aún sin haber cumplido tu penitencia (digo, a veces te
piden, por ejemplo, que hagas una buena acción que no vas a hacer en la
siguiente hora de la misa) puedes comulgar.
Mi intranquilidad se calmó al leer la cita de hoy. 2
Crónicas 30 describe la gran Pascua que después de años de no haberse realizado,
se realizó para volver al camino de Yavé. Pero este “volver” no significa ya
estar ahí, ya ser perfectos. Es un andar que se inicia con la voluntad de
acercarnos y empezar a cambiar.
“Y como muchos de la asamblea no se habían
santificado, los levitas (responsables de la santificación) fueron los
encargados de inmolar los corderos pascuales (labor de los sacerdotes, no de
los levitas) para todos los que no se hallaban puros, a fin de santificarlos
para Yavé. Pues una gran parte del pueblo, muchos de Efraím, de Manasés, de
Iscar, y de Zabulón, no se habían purificado y con todo comieron la Pascua sin
observar lo escrito.
“Pero Ezequías (rey de Judá) rezó por ellos diciendo: «Que
Yavé que es bueno perdone a todos aquellos cuyo corazón está dispuesto a buscar
a Yavé Dios, el Dios de sus padres, aunque no tengan la pureza requerida para
las cosas sagradas.» Y Yavé escuchó a Ezequías y no castigó al pueblo por este
incumplimiento.” 2 Cró 30, 17 a 20
Yo sé lo doloroso que puede ser desear comulgar y no
poder hacerlo. Cuando me casé, no me casé por la Iglesia. Tardé cinco años en
casarme por la Iglesia. Todo ese tiempo, comulgar fue un deseo doloroso. Fue
precisamente el deseo de comulgar lo que me llevó al altar y a asumir un
compromiso. ¿Empezar a comulgar trajo toda clase de beneficios? La verdad no.
Pasé por un episodio obscuro en mi vida, de muchos y graves errores. Creo que
es lo peor que he sido en toda mi existencia y espero nunca volver a esos pasajes
aparentemente llenos de luz, pero por lo mismo, cegadores al grado de la inconsciencia
absoluta.
Pero creo firmemente que, si logré salir de ahí, fue
por dos cosas: el hecho de confesarme cada semana (el Padre Robert Coogan me
tuvo una paciencia ENORME, y viviré agradecida por eso el resto de mi existencia),
y el hecho de comulgar aún sabiendo que no lo merecía. Fueron esas dos acciones
las que por fin me liberaron de las mentiras de las que era prisionera y logré
hablar con la verdad y poner al descubierto el daño que hice y me hicieron.
También conozco gente divorciada que merece comulgar y
no lo hacen porque a pesar de tener una vida plena y haber formado una nueva
familia cristiana, no tienen la “autorización” de la Iglesia. Y conozco casos
en los que el sacerdote amigo de esta nueva familia, que los conoce y los trata
por años y ve su entrega, les da finalmente el “permiso” de comulgar. Y otros
en los que el sacerdote no otorga “permiso” pase lo que pase, hagan lo que hagan,
digan lo que digan, sean lo que sean. Y viven su fe sin la dicha de comulgar.
Como alguien que conoce el rechazo de cerca y a
quien se le ha negado la “comunión” con otros, puedo asegurarles que, nada
duele más que ser juzgado, encontrado culpable, y rechazado ante algo tan
necesario como comulgar, que es precisamente estar en comunión con Dios y su
Iglesia. Es decir, ser miembro aceptado, reconocido y cercano.
De verdad que no he logrado entender por qué, si Jesús
nos dijo claramente que Él venía por los pecadores, por los enfermos, no por
los buenos y sanos… ¿Por qué negarle a quien más lo necesita su cuerpo? ¿Por
qué exigir una pureza que es imposible que alguien tenga del todo? ¿Por qué
pedir perfección cuando el mundo es cada vez más imperfecto? ¿Por qué no
entendemos que Jesús, Dios, el Espíritu Santo es quien puede corregir voluntades,
cambiar corazones, aliviar penas, transformar almas, curar espíritus, y en
cambio exigimos que la gente pretenda hacer todo eso solo, sin Jesús en su
cuerpo, alma y voluntad?
Este es el tipo de cosas que ponen a la Iglesia en
duda frente a sus feligreses, porque todos los días vemos a sacerdotes
comulgar, y todos conocemos a alguno que quizá no debería hacerlo. Y, sin
embargo, lo hacen y con la mano en la cintura y la hipocresía en el rostro, hay quien nos dice: Tú no puedes comulgar.
Supongo que sólo me queda decirte: Pregunta y busca a
algún sacerdote que no te exija perfección y comprenda tus debilidades, y quizá
te ayude a acercarte a Jesús permitiéndote comulgar bajo las circunstancias que
vives. O al menos te ayude a encontrar otras formas (lectio divina, oración, servicio)
para comulgar con Dios y su Iglesia.
Yo te quiero decir que comulgues siempre que lo
desees, que verdaderamente lo desees. Pero yo no soy quién para otorgarte ese
permiso, pero Jesús sí es quien puede dártelo. Y vivas la situación que vivas,
acércate, confiésate y pide. Y vuelve a hacerlo una y otra y otra y otra vez.
La constancia es clave.
Y si te topas con un sacerdote que no escucha, ve a buscar
a otro que sí lo haga. Pero cuídate. Por favor, cuídate. No toda alma que se muestra
dispuesta está interesada en ayudarte. Demasiada miel puede también ser una
trampa. Y si eres un alma necesitada, eres también un ser vulnerable. Recuerda
que también hay lobos entre los corderos. Y los predadores siempre buscan presas
fáciles, débiles, confundidas y solas. ¡Qué importante es no dejar solo/a a
nadie! Pide siempre la guía de Jesús y confía en Él, sólo en Él.
Y yo sé que a veces confesarlo todo no es sencillo. Yo
me tardé meses y sufrí mucho, pero no te alejes de Dios por que eres imperfecto,
porque te sientes incompleto, porque piensas y estás convencido de que no
tienes valía, y no escuches los juicios de los demás.
Siempre habrá alguien que te diga que “todo es
mejor sin ti” o que te asegure que no “vales la pena” o que lance la sentencia
y de diga que “no eres digno”. En esos caso, voltea a ver la Cruz de Cristo y aún
sin comulgar, pon tu alma en esa Cruz, y mira y escucha y siente todo ese
dolor. Sabrás que “vales la pena.” Jesús vivió una enorme pena para
acompañarte, ayudarte a matar tu culpa y la de todos, y darte la fuerza para responsabilizarte
de tu vida, tu alma, tus actos y tu corazón. El que exista quien te niegue la
comunión no hará que su entrega sea menos valiosa. (De verdad que no alcanzan a
ver que negarle la comunión a alguien es negar el sacrificio de Jesús, negar su
entrega. ¿Cómo pueden hacer eso? ¿Quién les ha dado semejante autoridad? En fin…)
Alguien que te niega la comunión, creo, no hace bien,
y sin embargo te pido que lo respetes. En el camino hay muchas piedras y
algunas de ellas son de tropiezo, pero para Dios, no hay piedra tan grande que
no pueda salvarse. Tu sigue adelante en tu encuentro con Jesús. Respeta las
reglas. Jesús lo hizo también. Pero si algo no te parece, dilo. Jesús lo hizo
también. De otra manera, la Iglesia no va a cambiar para darle frente a los
retos de hoy, y seguirá respondiendo con fórmulas de siglos anteriores.
Atrévete a desarrollar tu criterio, conoce las
escrituras, y pregunta siempre que tengas dudas. Y siempre que puedas sé crítico
y expresa tu opinión. El Espíritu impregna la comunidad a través de cambios en
la manera de pensar y los nuevos conocimientos que se tienen. También a través
de movimientos sociales, nuevas ideas, nuevas maneras de comprender los hechos.
Las señales de los tiempos no deben ser ignorados, sino integrados, analizados,
discutidos. Si no hablas de lo que crees, de lo que piensas, de lo que Dios te
da a conocer también, ¿cómo vamos a cambiar a estar Iglesia para hacerla más humana?
El mundo cambia cuando cambian las consciencias. Edúcate, no te quedes cruzado
de brazos esperando a que el padre/sacerdote decida educarte. Te vas a quedar
sentado. Ellos ya tienen mucha chamba de por sí.
Date también tiempo para conocer a los santos. Te
sorprenderá saber que muchos de ellos no eran perfectos y que a veces fueron
también perseguidos por la Iglesia y por no estar de acuerdo en algunas cosas. Hay
quienes, además, tienen vidas sorprendentemente sencillas y otros increíblemente
complejas. Hay tantas aproximaciones a la santidad como santos conocidos y sin
conocer (hay gente santa que nunca se le conoce). Así que no le tengas miedo a
la idea de la santidad: búscala.
Y recuerda, que tú también eres sacerdote. Quizá no
puedas consagrar el pan (algo que confío algún día cambiará pues el sacerdocio
dejará de estar condicionado a un grado extremo y más personas que sin duda
tienen vocación, podrán aspirar a serlo), pero definitivamente puedes ofrecerte
como sacrificio, santificarte y elevar tu alma, consciencia y entrega para
ponerlas en manos de Dios. Ese es tu derecho como hijo/a amado/a de Dios. Y es
un derecho que nadie puede negarte. Nadie.
Gracias Jesús por no habernos puesto condiciones para
entregarte a nosotros. Por enseñarnos a poner nuestro espíritu en manos de
nuestro Padre/Madre. Y gracias por enviarnos tu Espíritu, capaz de transformar
el aire en tu cuerpo y sangre si así lo decides, para que, al suspirar después
de nuestra oración, te recibamos también, estemos donde estemos, seamos quien
seamos. Gracias, gracias, gracias. Te amo.
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