sábado, 2 de febrero de 2019

La crueldad: madre de la rebeldía


 
Photo by Andre Hunter on Unsplash
“Había allí un profeta de Yavé, llamado Obred, que salió al encuentro del ejército que volvía a Samaria y les dijo: «Miren que Yavé, el Dios de sus padres, estaba irritado contra la gente de Judá y por esto los ha entregado en manos de ustedes. Pero ustedes los han matado con una crueldad increíble. Y ahora quieren someter a esclavitud a la población de Judá y de Jerusalén y que en adelante sean esclavos y esclavas de ustedes. Miren que ustedes mismos no son inocentes ante Yavé, su Dios. Oigan, pues, devuelvan a sus hermanos que han tomado prisioneros, porque si no el furor de la ira de Yavé está sobre nosotros.»” 2 Cró 28, 9-11
Me ha costado mucho escribir hoy y, de hecho, toda la semana. Por un lado, el trabajo se intensifica cuando hay que preparar exámenes y aplicarlos. Por otro, la dificultad de la cita elegida. Supongo que es tan simple como dejarla ir y elegir otra. Pero por alguna razón, me guste o no me guste, una vez que una cita salta de la página, se me planta enfrente y me pide que la enfrente. “Prefiero no decir nada”, le digo. “No sé qué decir”, intento convencerla, pero la cita sonríe e insiste: “inténtalo”. Y no dejará de sonreír frente a mí, en actitud de reto, hasta que no me sienta y escriba.

¿Qué es la crueldad? Creo que la crueldad empieza precisamente con la autoridad que nos damos ante la convicción de que nosotros tenemos la razón, es decir a Dios de nuestro lado. Aclaro que aquí Dios puede ser efectivamente Yavé, “el soplo de vida” o el ídolo, valor, idea que hayamos decidido  dejar guiar nuestra existencia: el dinero, poder, prestigio, entre tantos otros.

La cita habla de uno de los muchos conflictos que hubo entre Israel y Judá. En esta ocasión, Judá fue severamente castigada por Israel, es decir, Israel ganó. Ganar una guerra, y creo que ganar en cualquier ámbito y en cualquier momento, nos da la certeza de que hay algo superior en nosotros (es decir, Dios está de nuestro lado, una cierta habilidad es nuestra, o tenemos un talento particular, una fuerza excepcional, o cualquier cosa que nos hace particularmente especiales).

Tener esta convicción de superioridad es el primer paso para llegar a la crueldad. El segundo es llevar las cosas más lejos aún. Convertir la victoria en una sentencia: Yo estoy bien, tú estás mal. Y como tú estás mal, yo tengo derecho a hacer contigo lo que mejor me parezca. El hecho de estar mal te deja a mi merced y te incapacita para defenderte. El hecho de yo estar bien me da el derecho de castigarte, humillarte, ignorarte, y maltratarte si así lo considero prudente. Mientras estés mal, y yo bien, yo tengo derechos y tú no.

Es decir, la crueldad no se conforma con someter a alguien. Necesita ir más lejos. Necesita restregarle al otro su insuficiencia, su defecto, su incapacidad, su lamentable existencia. Si al otro le queda claro que no es capaz, que el problema es él/ella, que su situación es insalvable a menos que se gane el visto bueno de quien sí está bien, de quien es superior, entonces y sólo entonces, se le tendrá consideración. Y eso, si quien es superior quiere. Si no, no.

Lo que una persona cruel nunca será es libre. Quizá es esa falta de libertad la que no le permite ser feliz sin pisar a otros. La persona cruel necesita esclavos a quien someter, castigar, regañar, lastimar, minimizar. La persona cruel está convencida de que su lugar en el mundo es estar por encima de otros, y todos sus esfuerzos están en conservar ese lugar superior, porque de otra manera, quedará al descubierto su propia esclavitud. La persona cruel es esclava de la imagen que tiene de sí misma: es fuerte, capaz, astuta, está bajo control, en fin, en una palabra, es: mejor. Se piensa, cree y sabe mejor que los otros.

Por eso, el profeta Obred les advirtió: “Miren que ustedes mismos no son inocentes ante Yavé, su Dios.” No hay nada más importante que bajarnos del pedestal donde nos hemos colocado y reconocer lo pequeños que somos ante Dios y ante el otro -cualquier otro.

Y cuando digo pequeño, no quiero decir, “indigno pecador”. No hablo de incapacidad ni de insuficiencia. No. Quiero decir: pequeño. Cuando un padre o una madre ve a su hijo cometer tonterías, enojarse, llorar, gritar, pegarle a su hermano, lo que ve no es un “pecador indigno”. Lo que ve, si es verdad que es un padre con un nivel de sensatez y madurez aceptable, es un ser humano pequeño que aún tiene mucho que aprender: a controlarse, a tranquilizarse, a pensar con calma, a disciplinarse, a compartir, a escuchar, a expresar su sentir sin desbordarse, a no pegarle a los demás, a perdonar, a no decir malas palabras, en fin.

Cualquier padre / madre / maestro / coach que busca “disciplinar” -no atormentar- a los “pequeños”, sabe que quien mejor aprende es quien está dispuesto a escuchar, aprender, practicar y corregir sus acciones. Y buscará fomentar ese carácter.

Y cualquier hijo / hija / alumno / o persona en entrenamiento sabe que la obediencia ciega no es obediencia, es sometimiento. Y la realidad es esta: no importa qué tan pequeño seas, siempre sabrás cuando alguien te pone la bota en el cuello y serás capaz de reconocer la diferencia entre ayudar a crecer y someter para controlar. Este sometimiento se puede lograr con fuerza o con sutilezas emocionales y manipulaciones, pero cuando está presente quien es sometido lo sabe. Quizá no lo puede formular ni definir en palabras, pero habrá algo dentro de sí mismo que se rebelará.

Si aún no te has enterado, los rebeldes sin causa no existen. Ante la rebeldía siempre hay algo más de fondo y si eres autoridad necesitas buscarlo. El beneficio de hacerlo no sólo hará que quien se rebela sea incluido y exista una respuesta hacia su necesidad, sino que la autoridad obtendrá el beneficio de adquirir verdadera autoridad frente a esa persona y el resto de la familia, comunidad o grupo. Te habrás convertido en autoridad que alienta, no somete.
 
María, madre de Jesús, es una excepcional mujer. Confiar la educación de tu hijo a alguien es confiar en su capacidad de respuesta. Dios eligió bien. La autoridad de María es autoridad que no somete, y seguramente tuvo retos fuertes ante la grandeza de alguien tan pequeño aún. Les comparto una imagen que me encantó. Es, sin duda, una broma, pero habría que imaginarse el reto que implicó educar a Jesús.  


Regresando al tema, cuando Dios nos ve a nosotros, sabe que aún somos pequeños y tenemos mucho que aprender. Para Dios nosotros siempre somos corregibles, y ante Dios, ante el SER, ante la Vida y la Verdad, siempre seremos pequeños. Por eso Dios no nos pide ser “buenos”. Somos sus hijos y ya lo somos. La bondad de nuestro ser es algo dado. Nos pide estar dispuestos a corregirnos. Nos pide humildad y sencillez para ser MEJORES, no buenos.

La ciencia también lo asegura. Dolly Chugh, una científica social de la Escuela de Negocios de la Universidad Stern de Nueva York, estudia la psicología de la gente buena. En su plática de TED “Cómo dejarir el ser una “buena” persona -y convertirnos en una mejor persona” (How to let go of being a “good” person -and become a better person), Chugh propone: “¿Y si les digo que nuestro apego a ser buenas personas se interpone en el camino para que seamos mejores personas?”

Muy inteligentemente Dolly Chugh presenta el conocimiento que ha adquirido con sus investigaciones sobre el tema como una pregunta. A la gente buena muchas veces hay que tratarla con pinzas, porque su ego es muy sensible a la crítica. Por eso, mejor preguntar: “¿Y si les digo que el camino hacia convertirnos en una persona mejor comienza dejando ir el concepto de ser buenas personas?”

Al final les dejo el vídeo de la plática. Lo he bajado con subtítulos en español por si les interesa. Vale la pena si es verdad que queremos cuidarnos de ser crueles e infringir dolor en otros. Vale la pena por todo lo que explica acerca de cómo funcionamos, por qué somos como somos y la profunda comprensión de qué es lo que nos permite o no, cambiar para mejorar. Chugh nos explica que cuando tenemos el concepto de que somos buenos, hacemos todo por defender nuestro concepto. Seremos capaces de justificar hechos que, si no fuéramos buenos, podríamos considerar errores o puntos de vista que no habíamos considerado. Sin embargo, cuando necesitamos defender nuestra bondad, no hay lugar para el cambio, solo hay justificaciones llenas de ego, y podemos incluso actuar mal, muy mal.

La disciplina, el orden, la eficiencia que se obtiene a base de la crueldad, ni es disciplina ni orden ni verdadera eficiencia. Recordemos que la autoridad que es autoridad, como la que manifiesta Jesús, alienta, no somete.

Y ya para terminar. Afortunadamente para los prisioneros que los israelitas querían esclavizar, hubo autoridades del pueblo de Israel que se negaron a hacer semejante barbaridad. Y miren que en lugar de torturar y esclavizar a las personas cautivas: “Reanimaron a los prisioneros y vistieron con prendas tomadas del botín a todo los que estaban desnudos, dándoles además calzado. Les dieron de comer y beber y los lavaron; transportando en burro a todos los que estaban más débiles, los llevaron a la frontera de su patria, a Jericó, ciudad de las Palmeras, y luego se volvieron a Samaria.” 2 Cró 28, 15

En la Pastoral Penitenciaria a la que pertenecí durante años, es eso lo que se pretende hacer: vestir con dignidad a quienes son prisioneros, alimentarlos y darles de comer y beber el valor del Evangelio con hechos, no con palabras, y ayudarles a volver a su hogar transformados, no peor, no más heridos, no sintiéndose tan malos como cuando entraron, tan humillados como cuando se les despojo de su libertad, sus derechos y su dignidad.

¿Lo logramos? Lamentablemente creo que no en su totalidad, y creo que mucho tiene que ver con el hecho de que nos vemos a nosotros mismos como personas “buenas”. Les ofrecemos nuestros servicios sin permitirles crear por sí mismos sus respuestas y su comunidad. Llegamos a alimentar nuestro concepto de Dios en su persona, no a dejar que el Cristo que vive en ellos brille con su propia luz y nos muestre sus yagas y heridas, para poder así, verdaderamente aliviarlas con el bálsamo de la aceptación. Ellos saben que vamos más para alimentar nuestro concepto de “somos buenos” y no para alimentar su concepto de “soy bueno”. Un concepto, que, por otro lado, ni ellos ni nosotros tenemos.

Hablo del servicio en general que realizamos (todavía trabajo como voluntaria, pero no en la pastoral). Hay, sin duda, excepciones y toma mucho tiempo comprender y aprender a bajarnos de nuestra “bondad” para convertirnos en uno de ellos y crear comunidad con ellos. En Hebreos 13, 3 se nos dice: “Acuérdense de los presos, como si estuvieran presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también ustedes están en el cuerpo.” Pero nuestro concepto de “somos buenos” a veces es tan grande, que no hemos logrado ni siquiera ser comunidad entre nosotros, los miembros de la Iglesia que no vivimos en una prisión. Trabajamos como equipo, pero no somos comunidad. Nos vemos como organización, no como pueblo, familia, hermanos. No tenemos misericordia ni con nosotros mismos.

Tener misericordia es ser cordial con la miseria del otro, y eso sólo se logra cuando somos conscientes de nuestras propias miserias. Miserables somos todos. Todos tenemos pobreza de espíritu. Todos podemos ser mejores personas. Todos tenemos algo que aprender. Todos somo esclavos de las justificaciones con las que nos lavamos las manos cuando herimos a los demás -busquemos o no busquemos herir, todos lo llegamos a hacer.

Jesús, permítenos dejar de “ser buenos” y ayúdanos a ser “reales”. Recuérdanos que no existe, hasta donde sé, ni un solo santo que haya dicho “soy bueno”. Todo lo contrario. Somos pecadores, cometemos errores, no siempre hacemos lo mejor, no siempre respondemos con nuestra mejor cara. Muchas, muchas, muchas veces actuamos desde la ceguera de nuestra inconsciencia y lastimamos más, mucho más de lo que es conveniente y necesario. Permítenos mantenernos humildes ante el dolor del otro, manteniéndonos realista ante nuestras propias limitaciones, cárceles y cegueras.

Te lo pedimos por la intercesión de María, madre estricta, cariñosa, dulce y firme. Madre que da a cada hijo lo que cada hijo requiere. Madre dispuesta a dejar ir su autoridad de madre, para acompañar a su hijo en su misión, la de él, no la de ella. Madre que deja a Cristo ser, sin pretender proteger y evitar el dolor. Madre que, sin saber sufrir y sin desearlo, fue capaz de sufrir por amor. Un amor que se expresa con la presencia frente a la cruz del otro, sin negar lo que existe y sin pretender aliviar lo que es imposible de negar. Mujer que se presenta en toda su humanidad y desde ella, sirve y acompaña.  

Gracias a ti, Jesús, y a María, madre nuestra. Te amo.





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