domingo, 17 de febrero de 2019

"Discipline"

Photo by adrian on Unsplash

Al regresar a Jerusalén, la reconstrucción del templo dio inicio:

“Muchas personas de edad, sacerdotes y levitas, jefes de familia que habían conocido el primer templo, lloraban abundantemente mientras se ponían ante su vista los cimientos, pero muchos otros dejaban escapar sus alegres exclamaciones. No se podía distinguir entre el ruido de las aclamaciones alegres y el llanto del pueblo; eran tales las aclamaciones que se podían oír desde lejos.” Es 3, 12-13

Hace muchos años escuché por primera vez una pieza musical llamada “Discipline” (Disciplina) de King Crimson, un grupo de Rock Progresivo. Al escucharla tuve una experiencia… Me cuesta mucho trabajo explicarlo. En su momento lo dije así: “tuve un orgasmo musical”.

Pero diferentes personas han tenido reacciones muy diversas ante esa expresión, casi todas muy negativas. Como si decirlo así fuera una ofensa, una cochinada. Como si se hubiese tratado de una pieza musical pornográfica. No sé. Supongo que la palabra “orgasmo” es ofensiva para muchos.

Lo curioso es que hablo de una etapa de mi vida en la que era muy joven y yo nunca había sentido un orgasmo. Sabía lo que se supone que era: un punto máximo de placer. Y yo lo relacionaba con el amor. Amar a alguien, compenetrarte con ese alguien a un grado tan grande que te sientes completamente uno con esa persona, debía ser un placer máximo. El tipo de emoción que te lleva a la alegría y a las lágrimas. Amar a alguien tanto que te sientes morir y al mismo tiempo sientes que la vida te llena por completo. Eso es lo que yo creía es un orgasmo y eso fue lo que, siento, sucedió.

Mi primer orgasmo fue musical, y hoy ya no lo llamo orgasmo. Hoy sé que se trató de una experiencia mística. Por favor, antes de pegar el grito en el cielo, desgarrarse las vestiduras y juzgarme porque: ¿cómo me atrevo a creer que soy tan especial que tuve una experiencia mística?  Antes de hacer todo eso, consideren que la palabra mística es hermana de la palabra misterio. Se le suele relacionar con una experiencia “cercana” con Dios. Y seguramente tú también has tenido esos misteriosos momentos en los que ves un atardecer y te quedas hipnotizado por él, o estás frente al Santísimo y sientes tu corazón crecer. Es un misterio porque experimentas algo más grande de lo que comúnmente te sucede. Para mí implica que Dios se acercó tanto, tanto, tanto que por un momento dejaste de existir sólo tú y alcanzaste a sentirte parte de todo.

Cuando escuché “Discipline” por primera vez, justo en ese instante y mientas las notas tocaban mi alma, sentí que el nudo de emociones que yo era, se aflojaba poco a poco, y que una hermosa y generosa mano tomó el extremo de ese hilo enredado y empezó a desenredar todo ese manojo de emociones que guardaba dentro. Fue un proceso lento pero constante. Todo, por un instante, se acomodó en mi interior y me sentí plena.

Fue como si todas mis preguntas se respondieran con un suspiro. Fue como si miles de triángulos tomarán su lugar y crearán una composición perfecta que parecía extenderse para siempre. Sentí deseos de llorar y reí, y no cabía en mí al terminar de escuchar porque mi ser había sido tocado por algo tan grande y magnífico que sentía que yo había dejado de tener límites y me extendía más allá del aquí y el ahora. Fue un instante eterno llamado Dios. Un instante que vivo para buscar y añoro con toda mi alma.

Más adelante supe que en el CD que tiene esta pieza musical hay otra llamada “Indiscipline” (Indisciplina). A diferencia de Disciplina, Indisciplina sí tiene letra y habla del proceso creativo. De cómo todo proceso creativo irrumpe en una realidad dada. Es un proceso del Yo, sumamente necesario e importante en toda creación.

A mi entender, ambas composiciones son una: la indisciplina del proceso creador del yo, y la disciplina a la que ese proceso creador finalmente nos lleva. Un proceso en el que ya no se trata de lo creado por mí, sino de lo que permito que se crea a través de mí. Es un sometimiento absoluto al amor del otro, que en definitiva me eleva porque me incluye, no me usa. Me ama, no sólo se beneficia de mí. Y al amarme, me incluye y al incluirme, me permite ser, y al permitirme ser, soy y somos. No he dejado de ser para Él, ni Él ha dejado de ser para mí: Somos.

Cuando decimos que Cristo es el novio y la Iglesia la novia, creo que de eso se trata. De amarnos y dejarnos ser, para que siendo seamos juntos.

Construir el Templo de Dios no es hacer un edificio, es hacer comunidades en las que cada individuo tenga la posibilidad de ser exactamente la persona que es, y siendo forme parte de nosotros. Excluir nunca puede ser la respuesta de la Iglesia. Incluir, no es sólo aceptar, es verdaderamente aprender a conocer a esa persona, sus necesidades y la mejor manera de ayudarle a cubrirlas. No estamos aquí sólo para servir ni para que se sirvan de nosotros. Estamos aquí para ser los unos con los otros.

Eso implica que al construir esta comunidad habrá quien llore y habrá quien exclame de alegría. Y todo está bien. Lo importante es que sea incluido y se le permita ser. La indisciplina que esos gritos (de dolor o alegría) pueden implicar, serán el camino hacia el autodescubrimiento y también el camino hacia el descubrimiento de lo que podemos hacer los unos por los otros.

La disciplina llega después. Implicará amar voluntariamente, porque a veces simplemente no se puede amar. Las relaciones humanas son caóticas, pero la voluntad pone orden. Cuando digo orden no hablo de imposición de reglas, hablo de la disciplina de tolerar, estar dispuesto, expresar lo que siento, vivo y soy, y escuchar lo que otros sienten, viven y son; modificar algo en mí para el bien de otro, aprender nuevas posibilidades de relación, cambiar, establecer dinámicas de crecimiento mutuo. En fin, la disciplina no elimina la indisciplina, la integra y aprende a convivir con ella en una armonía comunitaria, de modo que todos podamos existir y nuestra existencia tenga sentido para todos.

Las comunidades están hechas de individuos. De modo que más que luchar en contra del individualismo, necesitamos darle al individuo su justo valor, lugar y significado en nuestra sociedad. El enemigo no es el individuo sino formas trastornadas del individualismo: el narcisismo, el egocentrismo, la sociopatía. Formas que por otro lado son expresiones enfermas de una sociedad enferma, una sociedad demasiado enfocada en darle al individuo un valor de utilidad, de recurso y de objeto. No somos objetos que sirven o dejan de servir. Somos mucho más. Parafraseando a Pablo: “En nuestras debilidades está nuestra fuerza.”

Jesús, gracias por tocar nuestras vidas e incluirnos en la tuya. Gracias por la disciplina de tu entrega. Enséñanos a integrar nuestra indisciplina en la disciplina del Amor. Un Amor movido por la voluntad de participar en el gran concierto que es tu existencia y darle a los demás un lugar en la armonía que Tú Eres. Te amo.







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