Al regresar a Jerusalén, la reconstrucción del templo
dio inicio:
“Muchas personas de edad, sacerdotes y levitas, jefes
de familia que habían conocido el primer templo, lloraban abundantemente
mientras se ponían ante su vista los cimientos, pero muchos otros dejaban
escapar sus alegres exclamaciones. No se podía distinguir entre el ruido de las
aclamaciones alegres y el llanto del pueblo; eran tales las aclamaciones que se
podían oír desde lejos.” Es 3, 12-13
Hace muchos años escuché por primera vez una pieza
musical llamada “Discipline” (Disciplina) de King Crimson, un grupo de Rock
Progresivo. Al escucharla tuve una experiencia… Me cuesta mucho trabajo
explicarlo. En su momento lo dije así: “tuve un orgasmo musical”.
Pero diferentes personas han tenido reacciones muy
diversas ante esa expresión, casi todas muy negativas. Como si decirlo así
fuera una ofensa, una cochinada. Como si se hubiese tratado de una pieza
musical pornográfica. No sé. Supongo que la palabra “orgasmo” es ofensiva para
muchos.
Lo curioso es que hablo de una etapa de mi vida en la
que era muy joven y yo nunca había sentido un orgasmo. Sabía lo que se supone
que era: un punto máximo de placer. Y yo lo relacionaba con el amor. Amar a
alguien, compenetrarte con ese alguien a un grado tan grande que te sientes
completamente uno con esa persona, debía ser un placer máximo. El tipo de emoción
que te lleva a la alegría y a las lágrimas. Amar a alguien tanto que te sientes
morir y al mismo tiempo sientes que la vida te llena por completo. Eso es lo
que yo creía es un orgasmo y eso fue lo que, siento, sucedió.
Mi primer orgasmo fue musical, y hoy ya no lo llamo
orgasmo. Hoy sé que se trató de una experiencia mística. Por favor, antes de
pegar el grito en el cielo, desgarrarse las vestiduras y juzgarme porque: ¿cómo
me atrevo a creer que soy tan especial que tuve una experiencia mística? Antes de hacer todo eso, consideren que la
palabra mística es hermana de la palabra misterio. Se le suele relacionar con
una experiencia “cercana” con Dios. Y seguramente tú también has tenido esos
misteriosos momentos en los que ves un atardecer y te quedas hipnotizado por
él, o estás frente al Santísimo y sientes tu corazón crecer. Es un misterio porque
experimentas algo más grande de lo que comúnmente te sucede. Para mí implica
que Dios se acercó tanto, tanto, tanto que por un momento dejaste de existir
sólo tú y alcanzaste a sentirte parte de todo.
Cuando escuché “Discipline” por primera vez, justo en
ese instante y mientas las notas tocaban mi alma, sentí que el nudo de
emociones que yo era, se aflojaba poco a poco, y que una hermosa y generosa
mano tomó el extremo de ese hilo enredado y empezó a desenredar todo ese manojo
de emociones que guardaba dentro. Fue un proceso lento pero constante. Todo,
por un instante, se acomodó en mi interior y me sentí plena.
Fue como si todas mis preguntas se respondieran con un
suspiro. Fue como si miles de triángulos tomarán su lugar y crearán una
composición perfecta que parecía extenderse para siempre. Sentí deseos de
llorar y reí, y no cabía en mí al terminar de escuchar porque mi ser había sido
tocado por algo tan grande y magnífico que sentía que yo había dejado de tener
límites y me extendía más allá del aquí y el ahora. Fue un instante eterno
llamado Dios. Un instante que vivo para buscar y añoro con toda mi alma.
Más adelante supe que en el CD que tiene esta pieza
musical hay otra llamada “Indiscipline” (Indisciplina). A diferencia de Disciplina,
Indisciplina sí tiene letra y habla del proceso creativo. De cómo todo proceso
creativo irrumpe en una realidad dada. Es un proceso del Yo, sumamente
necesario e importante en toda creación.
A mi entender, ambas composiciones son una: la indisciplina
del proceso creador del yo, y la disciplina a la que ese proceso creador
finalmente nos lleva. Un proceso en el que ya no se trata de lo creado por mí,
sino de lo que permito que se crea a través de mí. Es un sometimiento absoluto
al amor del otro, que en definitiva me eleva porque me incluye, no me usa. Me
ama, no sólo se beneficia de mí. Y al amarme, me incluye y al incluirme, me
permite ser, y al permitirme ser, soy y somos. No he dejado de ser para Él, ni
Él ha dejado de ser para mí: Somos.
Cuando decimos que Cristo es el novio y la Iglesia la
novia, creo que de eso se trata. De amarnos y dejarnos ser, para que siendo
seamos juntos.
Construir el Templo de Dios no es hacer un edificio,
es hacer comunidades en las que cada individuo tenga la posibilidad de ser
exactamente la persona que es, y siendo forme parte de nosotros. Excluir nunca
puede ser la respuesta de la Iglesia. Incluir, no es sólo aceptar, es
verdaderamente aprender a conocer a esa persona, sus necesidades y la mejor
manera de ayudarle a cubrirlas. No estamos aquí sólo para servir ni para que se
sirvan de nosotros. Estamos aquí para ser los unos con los otros.
Eso implica que al construir esta comunidad habrá
quien llore y habrá quien exclame de alegría. Y todo está bien. Lo importante
es que sea incluido y se le permita ser. La indisciplina que esos gritos (de
dolor o alegría) pueden implicar, serán el camino hacia el autodescubrimiento y
también el camino hacia el descubrimiento de lo que podemos hacer los unos por
los otros.
La disciplina llega después. Implicará amar
voluntariamente, porque a veces simplemente no se puede amar. Las relaciones
humanas son caóticas, pero la voluntad pone orden. Cuando digo orden no hablo
de imposición de reglas, hablo de la disciplina de tolerar, estar dispuesto, expresar
lo que siento, vivo y soy, y escuchar lo que otros sienten, viven y son;
modificar algo en mí para el bien de otro, aprender nuevas posibilidades de
relación, cambiar, establecer dinámicas de crecimiento mutuo. En fin, la
disciplina no elimina la indisciplina, la integra y aprende a convivir con ella
en una armonía comunitaria, de modo que todos podamos existir y nuestra
existencia tenga sentido para todos.
Las comunidades están hechas de individuos. De modo
que más que luchar en contra del individualismo, necesitamos darle al individuo
su justo valor, lugar y significado en nuestra sociedad. El enemigo no es el
individuo sino formas trastornadas del individualismo: el narcisismo, el
egocentrismo, la sociopatía. Formas que por otro lado son expresiones enfermas
de una sociedad enferma, una sociedad demasiado enfocada en darle al individuo
un valor de utilidad, de recurso y de objeto. No somos objetos que sirven o
dejan de servir. Somos mucho más. Parafraseando a Pablo: “En nuestras
debilidades está nuestra fuerza.”
Jesús, gracias por tocar nuestras vidas e incluirnos
en la tuya. Gracias por la disciplina de tu entrega. Enséñanos a integrar nuestra
indisciplina en la disciplina del Amor. Un Amor movido por la voluntad de
participar en el gran concierto que es tu existencia y darle a los demás un
lugar en la armonía que Tú Eres. Te amo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario