Imagen con se presenta el vídeo: Motivación Boxeo -¡Lo haces por ti!. Link al final. |
“Los portadores iban
armados; con una mano trabajaban y con la otra sostenían la lanza.” Ne 3, 11
Durante la
reconstrucción de la muralla en Jerusalén, llegó noticia de que los pueblos
vecinos tenían la intención de atacar a los judíos para prevenir el avance. “Se
juntaron para atacar a Jerusalén y sembrar allí el pánico.” Ne 4, 2
Como alguien que lleva su
vida entera luchando, en uno u otro momento, con la ansiedad y la depresión, conozco
esas voces que atacan y siembran pánico. Las conozco bien y les he llegado a
ver el rostro. Para mí, eran el enemigo a vencer y llegué a tenerles pavor y a
odiarlas. Vivía, como los judíos, para “trabajar” y “estar a la defensiva”.
Y, sinceramente, eso no es vivir.
Lo sorprendente fue
descubrir que las voces esas, las que me decían que yo no tenía valor ni mi
vida sentido, no eran el enemigo último. El monstruo a vencer habitaba en mí y
tenía mucho más que ver con la indisciplina que hacía falta corregir que con la
lucha y la victoria.
Antes de continuar,
debo aclarar que al decir “voces” no lo digo en un sentido literal. Para mí ha
sido más una especie de diálogo interno -hay quienes literalmente las escuchan
y si un diálogo insonoro puede atormentarnos, no es difícil imaginar el suplicio
que es literalmente escucharlas. Con todo, confío plenamente en que no importa
si las escuchas o no. Lo que importa es la manera en que las enfrentas.
Hace falta también
reconocer que estas voces y su agresión no surgieron solas ni son las únicas en
hablar. A veces, lamentablemente, son ecos de lo dicho por otros y son
consolidadas con hechos en nuestra vida que parecen demostrar que,
efectivamente, somos lo que suelen decirnos: Eres “tonta”, “incapaz”,
“insegura”, “lenta”, “maldita”, “enferma mental”, “incompleta”, “débil”,
“mala”, “neurótica”, “estas loca”, en fin. Hay tantas. Son una legión.
He querido poner
comillas a cada palabra para simbolizar su peso y su resonancia. No son
palabras cuya fuerza sea tan grande que puedan noquearte de golpe, pero que,
cuando pesan y golpean con tenacidad y constancia, tienen el poder de
derrumbarnos.
Como ya expresé, estos
golpes son tanto externos como internos. Después de todo, aprendemos a
definirnos a través de las definiciones que escuchamos de otros. Y una vez que
aprendes que eres esto o aquello, ya nadie lo tiene que decir por ti -aunque,
en realidad, el mundo funciona de tal modo, que abundan las personas que sin
misericordia alguna te juzgan con la mano en la cintura, no en el corazón. Eso complica
aún más el enfrentar esas “voces” porque ya no son sólo internas y además, se
te presentan como si fueran hechos, como si fueran verdades absolutas. Así, dejan
de ser simples palabras.
Cuando eres, por
ejemplo, insegura, y no hay nadie a tu alrededor que te ayude a fortalecer tus inseguridades
y crear estrategias para corregirlas, no vas a dejar de serlo con repetirte hasta
el cansancio: soy valiosa y segura de mí misma. Esas mentalidades “positivas”
son… aberraciones. A la vida se le enfrenta con la “verdad” no con palabras
bonitas. Positivo debería entenderse como un sinónimo de verdadero, bello y
bueno. Las tres cosas. Lo que es bello y no es verdadero, tampoco es bueno ni
sirve de nada. Por eso nos dicen: sé positivo, pero terminamos peor: ciegos,
ingenuos (terminamos creyendo que somos mucho mejores de lo que realmente
somos) o de plano llenos de culpa porque no logramos ser lo que se supone
deberíamos de ser: positivos, capaces, fuertes, tenaces, en fin. Cuando lo “positivo”
no es verdadero, todo es negro o blanco. No hay matices, no hay colores.
Toda esa exigencia te
lleva al cansancio y a bajar la guardia ante tanto ataque. Eso es precisamente
lo que puede lograr que una simple expresión como “todo es mejor sin ti”, se
convierta en un golpe mortal que te lleve al suelo y te impida volver a levantarte.
¿Cómo vencer a las
voces? Bueno, dejando de pelear con ellas con el fin de ganar. Las voces están
ahí para ayudarte a mejorar. Pero entonces luchar tiene que dejar de ser un
medio para ganar. Si conviertes tu lucha en un aprendizaje, una oportunidad
para conocer lo que necesitas mejorar, en lugar de “ganar”, las tendrás de tu
lado.
Me gusta practicar box.
Obvio no soy ni muy buena ni seré boxeadora profesional nunca. Pero practicarlo
me ha llevado a encontrar la… digamos “técnica” para enfrentar los ataques de
mis voces.
Para mí, todo es
metáfora. Todo me habla de Dios, del SER, de la Vida y de lo que la Vida brinda,
de lo que Dios nos da y la manera en que nos bendice. Todo tiene sentido si se
lo buscamos y el sentido nunca es absoluto, el sentido es personal: “Yo le doy
sentido a las cosas”, esa es mi libertad. Una libertad dada por Dios, por el
SER, por esta vida de la que soy consciente, cuando perfectamente podría no
serlo.
Yo podría ser un cúmulo
de instintos nada más. Pero Dios, el SER, esta humanidad que me define, me ha
dado la capacidad de “enfrentar” la vida a partir de un sentido, de un
“porqué”. Me permite racionalizar para cambiar, darle un nuevo valor a las
palabras y hechos, y hacerlos trabajar para mí, no en mi contra. Eso, darle
sentido a tu ser, al mundo, a los actos que realizas, es la verdadera lucha y
requiere mucho entrenamiento.
Pelear, ya sea box o
artes marciales, y de hecho cualquier disciplina deportiva o artística… vaya,
la vida en sí implica enfrentarnos a esas voces que nos dicen que “valemos” o
nos pueden derribar con un “no vales nada”. Pero enfrentarnos a ellas no es la
lucha, la lucha es cambiar la perspectiva y dejar de verlas como la amenaza a
vencer. Las voces son, en realidad, la consciencia que necesitas adquirir. Y
para eso, hay que aprender a enfrentarlas.
Boxear me ha enseñado
que lo primero y más importante para enfrentar al oponente es aumentar mi
condición física y mantener la guardia arriba. La lucha nunca comienza en el ring,
sino en descansar, comer bien, enfrentarme a retos, entrenar. Eso es lo que me
permite luchar por tres minutos seguidos sin derrumbarme. Es mucho trabajo para
un round de tres minutos, pero vale la pena.
Me ha enseñado también
que no debo excederme en la lucha: un round son tres minutos, no más, no menos.
Hay que esforzarnos, pero con compasión.
Me ha enseñado que un
golpe recibido no significa nada. Un golpe es sólo un golpe. No define mi
persona ni es absoluto. Todos recibimos golpes. Y qué bueno, porque un golpe es
un error que debes analizar para corregirlo: ¿qué es lo que puedes hacer
diferente o mejor? Además, puede que hagas todo bien, y aún así vas a salir
golpeado. Y quizá hasta pierdas. Lo que más importa es soportar. En inglés se
dice: “to endure”.
Me gusta mucho cómo
suena en inglés: “endure”. Tiene una e silenciosa al final por lo que termina
con un sonido suave. Soportar no es ser “duro” es “duuuuraaaaar”. No sé si me
explico, pero me gusta mucho decirlo en inglés porque es un sonido largo y
suave. Y las mejores luchas no acaban en un round. Así como el mejor juego de fútbol
o cualquier otro juego no acaba en una paliza de 7 a cero. Ni el mejor concierto
se escucha en cinco minutos. No… una lucha que vale la pena, dura.
Ahora, a veces las
voces son una paliza. Por eso, hay que aprende a soportar porque esos tres
minutos se van a acabar. No duran por siempre. Llegará el momento de descansar,
para empezar de nuevo. Y si es necesario arroja la toalla, hazlo. No hay vergüenza
en decir ya no puedo. Es preferible perder que arriesgarte a salir seriamente
dañado. Descansa, recupérate, y regresa a entrenar, no a pelear. El buen
boxeador no es el que pelea mucho, sino que el que se entrena más.
Vale la pena reconocer,
además, que mucho del entrenamiento -no todo, pero sí mucho- no es sólo dar
golpes más fuertes, sino ser más ágil. El mejor boxeador sabe esquivar y lo
hace mucho. Para esquivar bien necesitas flexibilidad, rapidez y mucha
autoconsciencia de tu cuerpo. Tienes que aprender a tener una relación estrecha
con tu cuerpo. Escucharlo y trabajar con él.
Además, tienes que
aprender a observar a tu oponente. Reconocer y distinguir entre hechos y suposiciones.
Por ejemplo, un hecho son cosas como: te equivocaste, te dejaste llevar por el
enojo, no cubriste tu guardia, te ganó el ego y por creer que eres mejor
dejaste de cubrirte, estás cansado, en fin. Las suposiciones son ideas que no siempre
puedes confirmar: me está provocando, se burla de mí, me tiene miedo, no me
respeta, en fin. Reconocer entre hechos y suposiciones te ayuda tener una mente
fría, lo cual es esencial para que la pasión esté en el empeño realizado, no en
el ego que necesita confirmación y apapacho.
Así, cuando alguien te
dice “eres inseguro”, por ejemplo, reconoces el golpe, es decir, su
trayectoria, intensidad y fuerza. Reconoces a qué parte de tu cuerpo está
dirigido: a la cabeza, al pecho, al hígado, que es como decir a tu
autodefinición (cabeza e hígado son particularmente sensibles), o a un hecho o idea
(que te peguen en el costado, hombro, brazos no es tan grave).
Y, una vez reconocido
el golpe, te mueves con flexibilidad y rapidez. Es decir, aceptas el golpe,
pero no lo recibes de lleno: lo esquivas o te cubres para que no lo recibas con
toda su intensidad.
Explicado de otro modo,
aceptas que hay verdad en esas palabras, pero no te defines por ellas. Eres
flexible y lo esquivas: “Sí, soy inseguro, soy torpe a veces, soy enojón o
demasiado sensible, pero no soy sólo eso ni lo soy todo el tiempo.” O te cubres
para recibirlo, pero no de lleno: “Si, soy inseguro, y a pesar de serlo, estoy
aquí, luchando y recibiendo golpes: ¡bien por mí!”
Y si resulta que sí te
defines así, y el golpe te debilita en extremo, entonces, después de haberte
enfrentado a esa definición que te debilita, regresas a entrenar para trabajar
justo eso en tu entrenamiento -en tu terapia, en tus reflexiones diarias, en
las estrategias que haces para enfrentar tu día a día. Tienes que buscar cambiar
esa definición porque te debilita. La derrota siempre tiene mucho más que
enseñarte si aprendes a escucharla como información para mejorar que como una
definición de tu persona. Tú no eres tus derrotas, eres tu capacidad de cambiar
y mejorar.
Además, necesitas un
buen coach. Busca a un buen coach. Busca a alguien que te enseñe a pelear. No
alguien que de “estúpido” no te baje o de “incapaz” no te saque. Alguien que te
motive, que te lleve poco a poco a mejorar. Que te enseñe a pelear con reglas
morales y éticas. Porque pelear sin moral, sin ética, y sólo para ganar, es aún
más peligroso que no saber pelear.
No tener moral ni ética
acaba con tu alma porque vivirás para la lucha sin sentido, sin el fin último de
mejorar y ayudar a otros a mejorar. Si eres el mejor, ¿qué retos puedes tener? ¿En
qué se convierte tu existencia sino en un “defender” tu título de “soy mejor
que todos”? Esa es una manera muy pobre y solitaria de vivir.
Ganar no es un fin, es
sólo un paso. Si te enfocas sólo en ganar, limitarás tu vida y te limitarás a
ti mismo. Y no importa todo lo que hagas, si no vives más que para ganar, entonces
inconscientemente te rodearas de personas que no son tan buenas luchando como
tú. Te convertirás en un abusivo, en un “bully”, y despreciarás a todos.
Lo dramático es que te convencerás
de que el mundo entero te debe respeto, pero la realidad es que no eres capaz de
respetar a nadie, ni siquiera a ti mismo. No hay bully que se respete a sí
mismo. Y por más que trates de convencerte de lo contrario, en el fondo sabes
que eres un cobarde. Y por muchas peleas que ganes, si eres un cobarde incapaz
de enfrentar tus debilidades y defectos, no eres mejor que nadie, porque no
eres la mejor versión de ti mismo.
Así que busca un buen
coach. Alguien que te valore en tu justa dimensión y sea estricto, pero no para
su auto-grandiosidad ni para la tuya -los abusivos, cuando llegan a unirse, lo
hacen para alimentar sus egos mutuamente. Busca a un coach que te ayude a superarte
a ti mismo. Que te lleve por un camino de humildad y esfuerzo.
Alguien que sepa
disfrutar la lucha, que no se lo tome como un reto personal en el que el “alfa”
tiene que ser él, o tú, su discípulo y extensión de su ego. Y aún si no lo
encuentras, aprende, pero no pierdas de vista la ética y moral con que debes
actuar. A veces vale más ser un buen discípulo que tener un buen maestro. Como
bien decía Jesús acerca de los maestros de la ley y los levitas que no predican
con el ejemplo: “Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten
porque ellos enseñan y no practican.”
Por eso, para mí, el
mejor coach es Cristo. Cristo se enfrentó incluso con demonios, con legiones
completas. Y lo hizo con autoridad, con palabras de aliento y vida. Si hay alguien
que sabe pelear y predica con el ejemplo, es él. Jesús es tan grande, que
incluso supo perder con honor y gloria. Así que, aprende de todos y sigue a Cristo.
Además, Jesús tiene un
excelente sentido del humor. Te va a gustar pelear a su lado. Vas a reír mucho
y vas a disfrutarlo siempre.
Y, esto va a sonar
raro, pero hazte amigo de tus voces. Tus voces, tus rivales, no están ahí para
atacarte, sino para indicarte lo que tienes que mejorar. Eres inseguro, okey… ¿qué
necesitas? No para dejar de serlo, sino para a pesar de ser inseguro, ser efectivo.
¿Qué te hace inseguro? ¿Dónde te pega esa inseguridad? ¿Cómo puedes esquivarla?
¿Qué necesitas hacer para prepararte mejor y sentirte más seguro? ¿Qué pasa si
a pesar de sentirte inseguro haces lo que necesitas hacer? ¿Recibiste un golpe?
¿Es mortal o puedes recuperarte e intentarlo de nuevo? ¿Necesitas tiempo para
recuperarte de un golpe? ¿Necesitas detener la pelea hoy para seguir entrenando
mañana? ¿Cómo puedes evitar caer en el mismo error para no volver a estar en
esa esquina acorralado y dominado? ¿En qué y cómo vas a entrenarte para ello?
¿Estás en el peso correcto? ¿Estás tratando de ganarle a un boxeador de peso
completo cuando tú eres de peso ligero? ¿Quizá estés abusando del otro y el
peso completo seas tú? ¿Eres justo? ¿Te cuidas y cuidas a los demás? ¿Buscas
lastimar? ¿Proteges tus zonas vulnerables? En fin… Tener la guardia arriba no
es sólo levantar los brazos. Tener la guardia arriba es ser auto-crítico, para
buscar y crear nuevas estrategias siempre.
Por eso, necesitas
rodearte de personas que disfruten pelear, no para ganar o ser los mejores,
sino para mejorar. Personas que después de haberse dado buenos trancazos, se
abracen y reconozcan el esfuerzo dado. Personas humildes, no bravucones ni burlones
que quieren destacar. Tampoco personas que te vean débil y prefieran no pegarte
porque eres un debilucho y tú no mereces el esfuerzo. Personas que te reten
para sacar lo mejor de ti. Un equipo de entrenamiento es eso, un equipo, una
comunidad de amigos que quieren mejorar, no un montón de rivales ni egos en
manada que luchan para sobarse los egos los unos a los otros.
Mientras escribía estas
líneas, me llegó una oración que el Padre Jorge García Galicia, me compartió.
Acompañaba la reflexión al evangelio de Lucas 15, 1-3, 11-32 de hoy, domingo 31
de marzo, 2019. No sé quién la escribió, pero me gustó la manera en que esta
reflexión define al perfecto fariseo: “Es observante y hasta ejemplar, pero sin
entrañas de bondad”. Bien, pues eso es exactamente lo que es un buen boxeador
sin humildad: un fariseo, un abusivo, un bully.
“Esto explica por qué
hay tantos cristianos tan observantes de normas y ritos sagrados, pero con tan
malas entrañas ante el sufrimiento de los demás.
“Señor”, concluye la reflexión,
“dame entrañas de misericordia y ten piedad de mí”.
Son palabras breves y
llenas de significado, perfectas para entrenarnos en esto de ser mejores para el
bien propio y el de los demás:
Jesús, dame entrañas de
misericordia y ten piedad de mí.
Jesús, dame entrañas de
misericordia y ten piedad de mí.
Jesús, dame entrañas de
misericordia y ten piedad de mí.
Gracias Dios mío. Te
amo.
La imagen la tomé de la imagen que presenta el video: Motivación Boxeo -¡Hazlo por ti! en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=tuR02z87T1U