viernes, 18 de noviembre de 2011

Un tipo inteligente

… “esta es la señal de la alianza”…
Gn 9, 17b
Lloraba. Se veía que hacía un enorme esfuerzo por detener las lágrimas, pero era imposible. Lloraba en silencio, en completo silencio. Lo que hacía que sus lágrimas contrastaran con el bullicio y la efervescencia que siempre parece existir en un salón repleto de adolescentes al momento en que un maestro sale y otro entra.
Trataba de concentrarse, cerraba y abría cuadernos, acomodaba libros debajo de la banca o los guardaba en la mochila, sólo para volverlos a sacar. No lograba recordar qué clase seguía.
El profe de mate, ya frente al grupo dando sus primeras instrucciones, tardó un rato en darse cuenta de que una tragedia acontecía en el salón. De hecho, se enteró gracias a Lupita, que en todo está y todo informa. Al ver sus ojos rojos se acercó a ella como quien se acerca al peligro. La verdad es que el profe no quería acercarse. Prefería no tener que enfrentar realidades humanas. Lo suyo son los números, no el alma.
Pero al ver el rostro de aquella muchacha, se dio cuenta de que no tendría más remedio que acercarse. ¿Te pasa algo? Ella aseguró que no, lo cual fue un alivio. Para salir rápido de la situación le pidió que fuera al baño, se lavara el rostro, tomara aire y regresara ya tranquila a clase. Ella obedeció, más tarde volvió, y todo parecía estar mucho mejor. Listo, asunto arreglado.
Pero nada se había arreglado. Al sonar la campana todos salieron con la rapidez que nunca tienen si de trabajo se trata. Todos menos ella. El profe terminaba de guardar las tareas en la mochila cuando al levantar el rostro la vio aún sentada en su lugar, con la mirada perdida y el goteo constante de un grifo averiado. Resignado, tomó aire y fue a sentarse a la banca de enfrente. No sé qué te sucede, pero no puede ser tan malo. Vamos, ya deberías estar en el patio.
Es mi novio, dijo la muchacha. El profe se levantó nervioso. ¿Quién le dijo a esta niña que aquello había sido una invitación a servirle de confidente? Inquieto, porque él nada sabía de novias y novios –era, de hecho, un milagro que estuviera casado y tuviera dos hijos; milagro que le debía a su esposa que supo sacarlo de sus operaciones el tiempo suficiente como para que le diera por creer que el amor existe.
Terminó conmigo porque mis padres no me dejan salir tarde por las noches y porque piden que en lugar de que nos veamos en la plaza o el café, vaya a visitarme a mi casa. Son unos anticuados mis padres, y Luis no quiere ya estar conmigo.
Pues no, le dijo el profe. Eso de ir a tu casa deber ser muy molesto y aburrido. Ella dejó de llorar de golpe. Yo nunca salí de la comodidad de mis rutinas hasta que necesité a la que ahora es mi esposa al grado de dejar de lado todo para buscarla. Me parece que el tal Luis es un tipo inteligente. Y tú no quieres a un tipo inteligente a tu lado. Tú  necesitas a un chavo sabio, que aunque sea toda cabeza, sepa escuchar aquello que te hace tan única y valiosa que esté dispuesto a soplarse a tus padres y a tus hermanitos y a tu perro chihuahua si es necesario.
 No tengo perro.
Tú no, pero mi esposa tenía, no uno, sino tres, y eran fastidiosos a morir. Y el profe, que no sabía nada de novios y novias, terminó sentado en la banca de enfrente, y durante todo el recreo le platicó y le platicó las muchas cosas que tuvo que sufrir a lado de su esposa cuando aún no se convertía en la mujer de su vida. Para cuando sonó la campana el rostro de la niña era un arcoiris. Y el profe de mate, era un sol.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Mintió

Mintió.
Tenía que mentir.
Era absolutamente necesario que mintiera.
La mentira se antoja indispensable a veces.
Tan necesaria como la luna llena en una noche romántica.
Así de ilusoria.
Así de blanca.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Derretirse con todo lo que ama

La película es una reverenda tontería. Nunca la habría visto si no fuera porque en algún lado leyó que a Quentin Tarantino le gustaba. Así que se topó con ella en el súper y la compró. Sorpresivamente fue una buena compra. Valió mucho más que los veinte pesos que pagó por ella. Mucho más.
En 1983, Valley Girl fue un éxito. ¿Por qué nunca la vio? ¡Claro! Él tendría unos 13 años cuando salió y a esa edad todavía no se le dejaba tomar decisiones. Ni siquiera en el cine, donde sus hermanos menores eran, generalmente, los beneficiados.
Valley Girl es la historia de un Romeo intento de punk y una Julieta fresa. El Romeo resulta ser Nicolas Cage, quien con su carita de perrito triste interpreta a un adolescente punkete ochentero, ícono del único sufrimiento válido: el del amor que buscar ser distinto precisamente porque es único.
En otras palabras, es un asco. Pero está bien contada desde lo que es: una “teen movie” de la época. Lo cual también significa que de original no tiene nada. Todo esto revolotea en su cabeza mientras apaga el televisor y la video. ¿Por qué diablos le gustó entonces? ¿Sería que la vio un sábado por la tarde en que la casa estaba en completo silencio porque los niños y su esposa se fueron sin él a un cumpleaños?
No, no fue eso. Pero ese es su primer argumento para justificar lo injustificable. Y está tan acostumbrado a tener razones para todo –vendedor al fin- que incluso llega más lejos y “aprecia” en el guión los muchos modismos sin fondo que reflejan la realidad social de sus personajes: un vacío que se llena de “bluff”. ¡Genial!
Oh, sí, ha utilizado la palabra genial. Está a punto de comprender porque gustó la película a un director de la talla de Tarantino. Está a punto de convencerse de que Valley Girl es una de esas películas que de tan malas, son buenas. Oh, sí. Está a punto de convertirla en un film de culto.
Pero la verdad es más simple, y por eso mismo nunca podrá reconocerla. A él le gustó la película porque por un momento volvió a sentir que es posible detener el mundo y derretirse con todo lo que ama al grado del absurdo.
Sí. Por un momento volvió a ser el adolescente que fue, y volvió a sentir que el futuro estaba por delante y no detrás. Volvió a verse con su copete largo, muy largo, su chaqueta y su música. Volvió a enamorarse de MTV –cuando MTV era Music Television– a entusiasmarse con los cassettes que intercambiaba con sus amigos y a levantarse de buen ánimo con las rolas con que Martín Hernández –legendario locutor de los ochenta en la ciudad de México– lo despertaba todos los días.
Vaya, volvió a sentirse vivo, por el sólo gusto de vivir.








miércoles, 2 de noviembre de 2011

En términos cordiales

Ella quería terminar con él.  Pero no sabía cómo.
Él quería terminar con ella. Pero no sabía cómo.
Ambos acordaron platicar. Y hablaron de todo menos de lo que tenían que decirse.  Un tercer hombre los miraba desde lejos. Adivinó sus intenciones desde que los vio. Notó que se tomaban de la mano con demasiada delicadeza… con cuidado incluso. No había naturalidad en sus gestos. Cordialidad sí. Pero no aquella que es escudo frente al ser amado, quien, con sólo mirarnos parece atravesar nuestra alma. En casos así –nos hace reflexionar nuestro tercer hombre– no sabes dónde meterte porque sientes que todo tu ser grita lo mucho, mucho que le quieres. Y no quieres que lo sepa. Bueno, sí quieres, pero no. ¿Me explico? Entonces eres cordial, cuidadoso. Porque tu corazón está en juego y no quieres perderlo, aunque sabes, sabes muy bien que ya no es tuyo.
Pero no era esa cordialidad la que existía entre ellos. Era la otra. La que es una puerta que se abre pero nunca de par en par. La que invita a la relación pero no invita a pasar a la sala ni ofrece una cerveza, un café, vaya, ni siquiera un vaso de agua. Nada. Nada real. Todo es correcto. Nada más.
Ellos quieren despedirse de esta farsa, pero no saben cómo. Han vivido en ella por demasiado tiempo. Su cordialidad es tanta y tan absoluta, que se han acostumbrado a llevar su sonrisa congelada a donde quiera que van. Y con su fría sonrisa salen del restaurant. Nada cambió. Él fue cordial al abrirle la puerta del auto y ella cordial al dar las gracias.
El tercer hombre, el de nuestro interés, está sentado frente a una silla vacía. Mira a la pareja desde la ventana y ve el auto gris al que han subido encender las luces. En cualquier momento se echará en reversa. Pero ya no ve más. La voz de una mujer ha interrumpido su mirar. Voltea a encontrarse con ella y la saluda. Su sonrisa es, por supuesto, cordial. Su corazón –que parece haberse instalado en su mano- tiembla. La invita a sentarse. Platica con ella de todo y de nada. Nada que importe de verdad, porque lo que quiere decirle es lo que ella no quiere escuchar. O eso sospecha. Hay demasiada cordialidad en su actuar. Frente a él, ella no es ella. No es la 479608_shaking_handsmuchacha risueña y juguetona que la ve ser cuando no sabe que la mira. Y él no logra salir de sus modos correctos y bromear como siempre lo hace con todos.
El encuentro fue un éxito. Por decirlo en términos cordiales. Pero él sabe que ha sido un fracaso. El mayor de todos sus fracasos.





viernes, 28 de octubre de 2011

Sin rencor

“Escribí esto para ti”, le dice a la dama. Ella lo lee –o finge leerlo– y de un solo movimiento hace trizas el papel. Sin lugar a dudas este poeta sufre. Aunque sin rencor.Eusebio Ruvalcaba
Palabras.
Palabras garabateadas en un papel.
Un pedazo de papel.
Papel mojado con lágrimas.
Lágrimas de amor.
Un amor que duele.
Duele como duele el amor de verdad.
La verdad de un paso no dado.
Imposible de dar.
Como el ayer.
Un ayer que llegó tarde.
Demasiado tarde.
Antología de mi ser.

 
Acércate…
…pero no demasiado.
¿Para qué cambiar nada
si todo es tal como tiene que ser?
Un espacio, un tiempo…
Dimensiones que colindan,
se descubren, se aman.
La sorpresa de una mirada
que te empuja, te transforma,
por el simple,
muy simple hecho
de ser quien se es.
 
Alternar mi existencia con tu vida.
Alternar mi vivir con tu existencia.
Alternar el soñar y el ser sonámbulo
de sueños que son en tu presencia.
Alternar tu vigilia y tu ausencia
con mi ser y las imágenes que habita.
Alternar el desear y el no quererte,
el creer que te amo y el amarte.
Alternar las palabras que te nombran
con aquellas que sólo te dibujan
para acabar tachando lo que siento
y volver a lidiar con tus fantasmas.
Alternar la certeza de habitarte
tanto como me habitas tú.
Y saber que el vaivén en que navego
no tiene más sostén que tu mirada,
tu voz y tu palabra,
lanzada, esa sí, al infinito,
y no dirigida a mí,
mas yo la escucho
como si fuera el soplo de Tu vida
susurrado en mi oído.
Alternar... alternarte… alternada.



domingo, 23 de octubre de 2011

Aunque ya no tenga 20

Está en crisis. No de nervios ni de angustia. Es peor: crisis de los cuarenta.
Ella creía que aquello sólo podía sucederle a un hombre. Pero no. A las mujeres, por lo visto, también les pasa.
Ella culpa a Francisco, y al destino. Fue él, el destino, quien sentó a Francisco justo delante de ella en el taller de narrativa al que se le ocurrió ir. Lo que ella no alcanza a ver es que llegó a esa sala universitaria en plena crisis. El muchacho y sus 20 años, son inocentes. En cuanto al destino: tiene un extraño sentido del humor.
Francisco empezó a leer su cuento. Un cuento que no se logró del todo. Un cuento con hilos sueltos. Sin muchos puntos y demasiadas comas. Ella ha expresado que le gustan los puntos y evita, o eso dice, en la medida de lo posible, las comas. Pero todos podemos ver que miente. Todos menos ella, que es coma, tras coma, tras coma.
Francisco lee su cuento despreocupado. Ella escucha. Escucha a medias, porque se resiste a creer lo que oye y lo que lee en esa copia del cuento que tiene en las manos. Francisco tiene madera de escritor. Sí. Algún día, este chamaco podría llegar a ser un escritor.
Generosa, se lo dice. Hay tristeza en su voz. Sabe que su mal ya no tiene remedio. Que no importa cuántos versos, cuántas palabras, cuántos puntos llegue a colocar en una hoja. La esperanza para ella murió. Tantas ideas han asfixiado su capacidad de describir. Ella quiere explicarlo todo y no logra decir nada. Nada sustancial, nada neto. Ella es un manojo de opiniones. Ha dejado de narrar porque hace tiempo que ha dejado de vivir. Pobre.
La vemos partir ese día. Pensamos: seguro mañana ya no viene. Seguro.
Para nuestra sorpresa, llega. Viste un pantalón de mezclilla y una playera polo. El uniforme de secretaria que usa para el trabajo ha desaparecido. Llega tarde. Pero llega.
Durante esa última sesión sonrió más y expresó menos. Bueno, menos, menos, no. Pero menos que antes, sí. Todavía trae encima sus muchos años de pensar y pensar en la vida. En una vida que no ha vivido y de la que, ingenuamente, quiere escribir.
Yo no soporto la curiosidad. En los 10 minutos para estirar las piernas y tomar un poco de refresco, me acercó a la mesa donde ella trata de decidir cuáles y cuántas galletas tomar. Me aproximo con las palabras obligadas: Hola, ¿cómo estás?
A ella le bastó esa pequeñísima interacción para descoserse del todo. Tal es su necesidad. 
¿Cómo estoy? Pues el día ha sido de lo más complicado. Dificultad tras dificultad. Pero, ¿sabes qué? Estoy contenta. ¿Te digo algo? Ayer salí de aquí, me subí al auto de mi marido,  y antes de que llegáramos a casa exploté en llanto. El pobre sólo me abrazaba. Creo que lo asusté. Quedé deforme de tanto llorar. Me tuve que poner hielo en los ojos para que se me desinflamaran, y aún así en la mañana parecía sapo.
¿Y eso?
Casi nada: Ayer me di cuenta de que nunca voy a ser escritora. Y me dolió hasta el alma. Pero, ¿sabes qué? Me liberé. ¡Al diablo! Ya no quiero ser escritora. De ahora en adelante voy a ser “descriptora”, y voy a describir todo lo que viva, y voy a vivir todo lo que pueda. Aunque ya no tenga 20 años. Aunque me vea ridícula.

domingo, 2 de octubre de 2011

Permanecer

Dios es amor, y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él.
(1 Jn 4, 16)

Mi Dios, mi Querido Amor, mi Adorado Espíritu, mi Refugio, mi Sueño, mi Descanso, no permitas que huya. No permitas que el miedo se apodere de mí. No me dejes salir corriendo sólo porque no tengo ni la más mínima idea de qué se hace con esto que llevo como una hoguera en el pecho. El calor con que me invade me reclama atención, pero también lo siento quemar mis ansias. 

La atención que me pide, que me exige, no es para mí ni para lo que quiero, lo que siempre he dicho que quiero. La atención que me pide, que me exige, está fuera de mí. ¡Y qué angustia! Implica una entrega que no quiero dar, porque sé bien que no habrá recompensa.  Y sí, Dios mío, siempre he buscado recompensa. Ahora lo sé. Con total certeza. Y hoy te confieso que si bien te he dicho muchas, muchas, muchas otras veces que yo sólo quiero amar. Hoy te digo que no, que no es cierto. Yo no lo sabía, no tenía idea de lo que pedía. Yo siempre pensé que sería hermoso, ¡y lo es! Mira que no pretendo minimizar la belleza con que me has abierto los ojos y me has mostrado Tu Voz. 

Pero quiero salir corriendo. Permanecer en el amor se siente casi imposible… 

Sí, he dicho casi, y claro, lo has notado. … No, no, no me mires así, no sonrías así. Que cuando sonríes así sé muy bien que me vas a pedir que haga algo que no quiero hacer, y que al final… voy a hacer. Esa sonrisa de complicidad es irresistible y tiene mucho que ver con ese “casi” que recién mencioné. 

Ya no seas así, Dios mío. No me abras puertas que después vas a cerrarme. Ni me obligues a buscar salidas por ventanas, y a brincar bardas, y a subir escaleras sólo para encontrar torres vacías y tener que bajarlas de nuevo con el ánimo cansado y el alma abandonada a la soledad de mi imaginación. 

Pónmela fácil esta vez. Permíteme tocar y que se me abra y que se me deje entrar, y que incluso se me ofrezca un vaso de agua para que la garganta se me refresque un poco. Mira que hace tiempo que hablar se ha convertido para mí en un… en un tabú personal. 

¿Qué es eso? Pues eso… una prohibición no dicha pero impuesta por una sociedad que simplemente no está dispuesta a tolerar lo que teme. Y yo tengo miedo. Amar me da miedo. Hablar me da miedo. Y hablar por amor… tabú. Mi ser entero se levanta en un grito y no quiere, ¡no quiere! Cada célula de mi alma, y cada respiro de mi cuerpo es un ¡no! 

No, no quiero hablar. No quiero. Y claro que recuerdo la manera tan segura con que alguna vez me planté frente a quién sabe cuánta gente a decir lo que pienso y siento. Pero no quiero volver a hacerlo nunca. Nunca Dios mío. Ni frente a mucha gente ni frente a una. 

No, por favor no me seques las lágrimas. No me envuelvas en un abrazo y me digas que todo va a estar bien. Porque quizá tengas razón. Quizá no sea más que un vaso de agua. Y sin duda lo es. Claro, tienes razón. Pero… tengo miedo.
Está bien. Pero tendrás que enseñarme a hacer eso que Tú sabes hacer muy bien: permanecer. Enséñame a hacer eso. Enséñame a mantenerme con la mirada fija en el objetivo único de seguir Tu Voz. De amar. Yo no sé amar, Dios mío. Hoy me he dado cuenta de eso. No sé amar. Tendrás que enseñarme a hacer eso: amar. Y a permanecer en el amor… a permanecer. Permanecer en el amor. Enséñame, enséñame a hacer eso.