viernes, 4 de enero de 2019

Actúa con temor, no con miedo

Photo by Debby Hudson on Unsplash

Colocada el Arca en la morada, en la casa de Yavé, Salomón se puso de rodillas, extendió sus manos hacia el cielo, y pronunció una hermosa y extensa oración en la que suplicaba a Yavé escuchar a su pueblo siempre que este le hablara desde aquel lugar de alabanza.

El fragmento que elegí lo hice a partir de mi propia experiencia, acércate a 2 Crónicas 6, 14 a 42, y elige también el fragmento que mejor te describe y ayuda. Pídele que te escuche, el sólo hecho de ponerte a en su presencia, es oración respondida.

“…Si un hombre cualquiera, o todo Israel, tu pueblo, hace oraciones y súplicas, y reconociendo su plaga y su dolor, tiende sus manos hacia esta Casa, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y perdona, dando a cada uno según sus caminos, pues tú conoces su corazón, y sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres, para que te teman, caminando en tus caminos todos los días que vivan en la tierra que has dado a nuestros padres.” 2 Cró 6, 29-31

Es complicado tratar de explicar que a Dios hay que temerle porque generalmente lo entendemos de manera literal: tener temor de Dios es ponernos a temblar de miedo. Pero hoy puedo comprenderlo desde otra perspectiva: tener temor del Ser y todo lo que puedo ser a partir de lo que me niego a conocer de él.

Mi plaga ha tenido diferentes nombres a lo largo de mi vida: depresión, bipolaridad, trastorno límite de la personalidad, distimia y la más reciente, ansiedad con tendencia depresiva. Problemas emocionales que en su momento se vieron acrecentados por un problema de hipertiroidismo (que ha pasado, con tratamiento de iodo radioactivo, a ser ahora hipotiroidismo.)

Plagas tenemos todos, eso es seguro. Muchos de ellos se han identificado y otros son sentires de decadencia que no tienen nombre porque son sensaciones generalizadas que no logramos definir o males que aún no son diagnosticados, pero se sienten.

Lo que yo no comprendía es que la mayoría de los males con que se me ha diagnosticado son definiciones que se me han colgado encima, pero no tienen el poder de definirme del todo. Todos ellos, más que un diagnóstico 100% certero (la excepción ha sido el hipertiroidismo) no me definen porque todos, todos, todos, tienen sintomatologías similares o relacionados. Así que hacer un diagnóstico 100% seguro es complicado, según me han explicado tanto mi psicóloga como el neurólogo. Implicaría, sin que por ello llegue a ser completamente certera, una atención médica y psicoanalítica de mucho más que una terapia a la semana, quizá incluso internarme, y eso significa mucho, mucho, mucho dinero. Que no tengo. Y generalmente se hace en casos en que el mal es practicamente incapacitante, cosa que no me sucede. Gracias a Dios.

Y, sin embargo, estoy aquí, no porque no haya corrido peligro en el pasado ni porque tenga 100% certeza de algo, sino porque tengo temor a Dios, al SER, a la biología ancestral que me compone, y por lo mismo, la certeza de que si trabajo a su lado, con su bendición y aprendiendo a conocerlo, podré logar mucho más que si trabajo en contra de Él. Dios, en definitivo, es bueno. Siempre.  

Por eso, cuando hablo de temor, no lo digo en un sentido negativo. El temor es un gran consejero y un buen amigo. Nos pone alertas, despierta nuestros sentidos y nos puede llevar a tomar acciones que de otra manera no nos atreveríamos hacer. Por temor, por ejemplo, hoy ya no me doy el lujo ni de quedarme en la cama todo el día ni de pasarme la noche en vela. Por temor, voy al gimnasio y hago ejercicio. Por temor trato de no caer en excesos de comer y observo si lo que se me antoja es pan, algo dulce, un chocolate o chatarra, porque si el antojo está presente, es para aminorar una sensación que necesita atención, no consuelo. Por temor, observo cuándo y porqué quiero fumar, porque si quiero fumar la soledad ha llegado de visita y nunca llega sin una buena dosis de ansiedad y miedo.

Porque, además, eso es muy importante comprenderlo también, el temor y el miedo son cosas distintas. El temor te mantiene alerta, el miedo no. Para mí, el miedo es un monstruo y con miedo yo puedo convertirme en uno también. El miedo al abandono, al rechazo, al abuso, a caer víctima de un predador con poder de dominio, es mortal para mí. Ese miedo está fundamentado en experiencias que pueden llamarse traumáticas, muchas de las cuales se dieron en una etapa en la que todos somos extremadamente sensibles a hacer una tormenta de lo que para otros puede ser un vaso de agua: la infancia.

Y es que hay que comprender que el término “trauma” no implica algo extremadamente grande y particularmente excesivo, como una guerra o un accidente aparatoso. Puede ser tan simple como una pérdida importante e irremediable en un momento particularmente sensible, o abandono y soledad en un momento clave. De hecho “trauma” viene de un concepto griego que quiere decir “herida”. Un trauma es una herida, física, psicológica o ambas, que dejaron una fuerte y duradera impresión en ti.   

El miedo te convierte en un niño otra vez, es decir, te lleva a la biología más básica de su ser. Te convierte en un niño que, en su momento, no pudo responder adecuadamente a lo que le sucedía, que no supo controlar sus respuestas, que no tuvo la capacidad ni la madurez para enfrentar aquello que, por otro lado, no podía enfrentar.

Si tu piensas que una persona deja de ser menor de edad a los 18 años, entonces no sabes nada acerca del poder de la memoria corporal y la influencia de las estructuras neurológicas con que un ser humano se ha formado. Unas estructuras que, además, se crearon precisamente en un momento en que el cerebro se dedicaba precisamente a eso: a crear estructuras neurológicas que establecerán respuestas a los estímulos del mundo y determinarán tendencias de acción.

Las respuestas que el miedo genera son tres: paralizarte, correr, o atacar. (Freeze, Flight, or Fight, las famosas tres Fs en inglés). Y si, ante una herida sufrida en un momento clave de tu formación neurológica, respondiste con alguna de estas respuestas, muy probablemente en tu vida, llegues a responder igual ante eventos que evocan el suceso. Sin duda alguna el evento no es el mismo, pero querer evitar la respuesta ante el miedo, es muy difícil: un mecanismo de supervivencia a entrado en juego y es un mecanismo que tiene muchos más años de los que tú tienes en este mundo. Es biología y se remite a nuestros ancestros más lejanos, aquellos que aún no eran, siquiera, humanos.

¿Estamos condenados entonces a ser respuestas biológicas de miedos inciertos? No, claro que no. La plasticidad cerebral es una realidad que día a día brinda más y más frutos al conocimiento de nuestras capacidades de resiliencia y esfuerzo con fruto. La plasticidad cerebral ha, incluso, llevado a personas condenadas a no volver a caminar, precisamente a hacer lo imposible: caminar. Es, sin duda, un milagro de la ciencia y el saber, pero también del Espíritu Humano que se responsabiliza de la búsqueda de respuestas y soluciones. (1)

Lo que definitivamente nunca voy a permitirme es decir que con “pensar positivo” basta, que rezar por un milagro es suficiente, ni que todo es cuestión de voluntad. Y te suplico que no te lo digas ni quieras reducir la problemática particular de alguien más a sólo eso. Porque tal y como Salomón se lo dice a Yavé en su oración: “…escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y perdona, dando a cada uno según sus caminos, pues tú conoces su corazón”.

Y es que, si bien estamos hechos de barro, no basta con echarnos un poquito de agua y volver a moldearnos. Puede que no sea tan complicado -y definitivamente el tamaño del trauma o herida aquí si juega un papel importante que definirá en buena medida los alcances de la transformación-, pero tampoco es fácil.

Es aquí donde el temor es tan importante. No podemos sentirnos tan poderosos como Dios y creer que nuestros conocimientos -limitados- son absolutos. Temer a Dios es reconocer que tenemos límites, y esos límites son completamente individuales. Recordemos lo que Salomón dice: “Si un hombre cualquiera…. hace oraciones y súplicas, y reconociendo su plaga y su dolor, tiende sus manos hacia esta Casa, escucha tú desde los cielos… y perdona.”

Temer a Dios, al SER, a la biología de millones de años, es, con humildad y reconociendo que hay cosas del pasado que nunca vas a poder cambiar con desearlo -a veces ni siquiera recuerdas conscientemente-, te des el tiempo y hagas el esfuerzo de analizar tus acciones, conocer las posibles causas a tus respuestas, identificar tu actitud hacia lo que sucede, analizar las actuales circunstancias, determinar lo que está bajo tu control, establecer y practicar nuevas conversaciones internas y maneras de responder, y poco a poco, cambiar, siempre consciente de “tu plaga y tu dolor”, esté o no definido al cien por ciento.

Yo estoy muy orgullosa de mí misma, y le doy gracias a Dios el haberme dado la capacidad de darme cuenta de que algo estaba mal y la voluntad de responsabilizarme de mi plaga y mi dolor. Me agradezco a mí misma el perdonarme haberme equivocado tantas veces y el valor de seguir intentándolo a pesar de que sé que seguramente volveré a equivocarme, que volveré a caer y que me haré daño y haré daño a otros. ¿Vale la pena intentarlo ante la posibilidad de herir y herirnos? Sí, ese intento diario se llama vivir y puede hacerse, debe hacerse, con temor y valentía. (El valiente no es el que no teme, sino el que, temiendo, se atreve.)

Ese temor de herirme y herir es el temor que tengo de Dios. Lastimar el SER, mío y de otros, es mi temor más grande. Y por eso, no puedo perder de vista el temor que tengo de actuar bajo la influencia del miedo. Eso significa que tengo que hacer un esfuerzo por actuar en el mundo, y no esconderme de él. Paralizarnos o huir, no son respuestas de temor, sino de miedo. Y ya vimos que sus respuestas no son de vida.

El camino de recuperación que inicié hace ya muchos años, ha ido transformando mi miedo en temor. Y nunca volveré a no tener temor. Aceptar la responsabilidad de mi vida implica aceptar mi plaga y mi dolor.

Te invito a que no te niegues a escuchar a Dios y sus respuestas sólo porque no son las que tú esperas. Ora, te dicen, y lo haces y no pasa nada. Ve al doctor, te dicen, y lo haces, y no pasa nada. Se positivo, te dicen, y lo haces y te dices hasta el cansancio que eres feliz, y no pasa nada. Bueno, qué tal si te das la oportunidad de hacerlo todo a la vez. Mantenerte abierto a todo, y observar qué sí funciona y que no, en tu caso muy particular, y así, ir definiendo tu propio camino de transformación.

Sé humilde y ora, y ve al doctor, y quizá empieza a pensar que ser positivo no quiere decir que vivas con una sonrisa en el rostro, sino que sigas en una constante búsqueda. Ayuda también acercarse a un pensamiento científico: hazte una pregunta, formula una posible respuesta, experimenta a ver si eso te ayuda, analiza los resultados, y vuelve a formular otra pregunta y otra posible respuesta. Ensayo y error, ensayo y error. Mucha práctica, entrenamiento y disciplina. Reconoce, también, que no hay científico que se respete que no trabaje en equipo. No puedes solo. Busca ayuda.

Mira este vídeo de los avances que la plasticidad cerebral ha logrado realizar, dura tan solo un minuto:


¿Qué nos dice este video? Rodéate de gente dispuesta a ayudarte y a comprender y perdonar que quizá no lo logres de inmediato, y que incluso pudiera ser que nunca lo logres del todo. Acéptalos en sus limitaciones, pero habla con ellos para que también comprendan los tuyos. Y si no están dispuestos a acompañarte y ser, digamos, “un implante extrerno" en tu espina dorsal que te ayude a restablecer nuevas conexiones que te permitan funcionar en el mundo, aléjate, y busca ayuda en otro lado.

¿Por qué? Porque si no te rodeas de personas que comprendan tus respuestas y te ayuden a restablecer otras nuevas formas de actuar, que prefieran evitar una confrontación o que busque únicamente que sometas tu respuesta a su voluntad, o a lo que ellos consideran correcto, entonces estás frente a una persona que -con muy buenas intenciones de por medio- seguramente terminará culpándote de lo que no lograste hacer -eres una persona negativa y tus pensamientos crean tu realidad-, se limitarán a pedirle a Dios que te paz y se alejará de ti convencidos de que te están dando espacio para que te recuperes  -en soledad, por supuesto. O en casos muy extremos, te encerrarán en un hospital, o simplemente pretenderán que con que recibas medicamento es suficiente. Entonces, quedarás a la deriva y sola hasta que te recuperes. Lo cual no sucederá por si sólo.

Lo que necesitas es precisamente lo que viste en el video: personas que actúen a manera de “un implante externo” que te ayude a decirte algo nuevo y restablecer nuevas respuestas. Gente que te ayude a tomar consciencia de ti, no de lo que ellos quieren que hagas, digas y seas. Seres que te ayuden a darte cuenta de tus actos, para que lo que sea que no esté definido como un camino neuronal deseable, empiece a serlo a partir, primero, de tener consciencia de la respuesta no deseable, y luego practicar la que se desea. Practicarlo mucho, mucho, mucho. Gente que quiera caminar contigo mientras aprendes a caminar de nuevo, y quizá incluso, decidan amarte por siempre.

Y si no cuentas, aún, con alguien a tu alrededor, pídelo y empieza a poner atención y busca, lee, infórmate, empieza el proceso tú mismo. De entrada, tu apoyo no tiene que ser una persona física -aunque, eventualmente necesitarás un apoyo humano, porque somos seres sociales y eso tampoco lo puedes negar. De modo que, si no cuentas con alguien, definitivamente recomiendo una terapia. A mí la terapia me ayuda, pero no sólo es eso: también son las conferencias que escucho, los artículos que leo, las películas, historias, narraciones a las que me expongo, el ejercicio, el dormir o por lo menos darme tiempos de descanso, el pedir y pedir ayuda y obligarme a salir de mí para estar con otros.  

Ten temor de Dios, del SER, de la biología ancestral que te forma, y haz algo al respecto: edúcate, crea nuevas respuestas y transfórmate. Porque si lo dejas, la peste se hace enorme e incontrolable. No puedes dejarlo hacerse más grande que tú. Eres un/a hijo/a de Dios, del SER, vaya ERES único y valioso. Y yo te necesito. Cuando, a pesar de todo, vives, te esfuerzas, te levantas de la cama, sonríes o lo intentas al menos, haces tus labores diarias, a mí me das fuerza para continuar. Y yo lo hago también por ti, porque cada paso que doy lo doy para que tú también tengas esperanza.

Señor, Dios, Ser, Biología de Vida Ancestral, Alma mía, mi Bien: Si alguien hace oraciones y súplicas, y reconociendo su plaga y su dolor, tiende sus manos hacia ti, escucha tú desde la Alianza de Amor que estableciste con tus hijos -morada de tu SER-, y perdona, transforma nuestras respuestas de herida, dando a cada uno según sus caminos, pues tú conoces el corazón de cada uno de tus hijos. Gracias. Te amo.



2 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente Sensible Brillante y bien argumentada propuesta. Dios abre puertas mentes y corazones. Te mando un abrazo.

Amida Castro dijo...

Gracias. Recibo el abrazo a corazón abierto. Bendiciones.