“Acordaron buscar a Yavé, el Dios de sus padres, con
todo su corazón y toda su alma: en esto consiste la Alianza.” 2 Cró 15, 12
Más claro ni el agua: la Alianza, es el “lugar” en el
que reside Dios. De modo que, si has de buscarlo, debe ser en los actos que te
lleven a establecer y fortalecer una Alianza de Amor, hacia ti, hacia quienes
te rodean y hacia el mundo.
Esta cita se encuentra dentro de los capítulos que
hablan del reinado de Asá, quien fuera nieto de Salomón y rey de Israel. Y todo
iba bien: la nación prosperaba y buscaban a Dios.
Sucedió entonces algo desafortunado, que nos sucede a
todos con mucha más frecuencia de lo que nos gusta aceptar: “Sacó entonces Asá
plata y oro de los tesoros de la Casa de Yavé y de la casa del rey, y los envió
a Ben-Hadad, rey de Aram, que vivía en Damasco, al que dijo: «Hagamos una
alianza como la hubo entre mi padre y tu padre; te envío plata y oro; ven,
rompe tu alianza con Basá, rey de Israel, para que se aleje de mí.» 2 Cró 16, 2
y 3
A veces, dejamos de, digamos, “invertir” en la Alianza
de Amor con Dios y ponemos nuestros esfuerzos -y dinero también- en alianzas de
poder, dominio, fuerza, ganancia. A veces, dejamos de lado la Alianza de Amor para
ganar sobre otros, para tener éxito, para “administrar” correctamente. En otras
palabras, olvidamos la responsabilidad que tenemos ante Dios, el SER y todo lo
que ES, nosotros mismos, y los demás. Olvidamos amar.
Y a veces este descuido, este olvido, esta conveniencia
“administrativa” nos es señalada, como le fue señalada a Asá. Leamos:
“En aquel tiempo el vidente Janani fue donde Asá, rey
de Judá, y le dijo: «Porque te has apoyado en el rey de Aram y no en Yavé, tu
Dios (es decir, en lo conveniente y no en el amor), por eso se ha escapado de
tu mano el ejército del rey de Aram. […] Porque los ojos de Yavé recorren toda
la tierra para fortalecer a los que le sirven de todo corazón. Pero has procedido
neciamente en esta ocasión y por eso, de aquí en adelante tendrás guerras.» 2
Cro 16, 7 y 9
Cuando el amor no es nuestro proceder, cuando buscamos
lo conveniente y olvidamos buscar la acción de amor que edifique y fortalezca el
ser y la relación con el otro, nos hemos
alejado de Dios. Y voy a hacer énfasis en esto: necesitamos busca ACCIONES que
fortalezcan y edifiquen, en oposición a aquellas que demeriten y sometan. Y
tengamos cuidado en justificar todo sometimiento con “buenas intenciones”. Si
lo que necesitas es justificar tus acciones, lo que buscas es respaldarte en
tus buenas intenciones y no en tu proceder. Pero no es lo mismo ser estricto que cruel.
Si mi acción toma en cuenta la necesidad del otro -incluso
la propia, pues todo esto lo debemos hacer primero y antes que nada con
nosotros mismos- y exige de él -o de nosotros mismos- lo mejor que pueda
ofrecer, su mayor esfuerzo, siempre dentro de sus posibilidades, estamos siendo
estrictos. Si, por el contrario, nos enfocamos en que los resultados se den,
independientemente de las posibilidades del otro, entonces, lo que hay
es crueldad.
Pero podemos ir aún más lejos en esta negación de la
Alianza de Amor, tal y como lo hizo Asá. Leamos:
“Asá se enojó contra el vidente y lo encadenó en la
cárcel, pues estaba enojado con él por lo que había dicho. En este tiempo Asá
maltrató también a la gente del pueblo.” 2 Cró 16, 10
Una vez que estamos convencidos de que los resultados
se tienen que dar a como de lugar y que nuestra labor es exigirlos sin tomar en
cuenta las necesidades humanas, nuestras y de otros, hemos olvidado honrar la Alianza
de Amor. Y una vez que hemos olvidado amar, seremos incapaces de reconocer
nuestros errores, porque amar también implica aceptar que me equivoqué y corregir
mis acciones, que es la verdadera manera de pedir perdón: con acciones, incluso
imperfectas. Mas, si no puedes, siquiera escuchar la posibilidad de que te has
equivocado, y necesitas callar las voces de quienes te lo dicen, callarás
también las de tu conciencia y así, te habrás alejado por completo de Dios.
Tengamos cuidado. Aprendamos a escuchar a otros o caeremos en la crueldad. Por
favor, no seas cruel.
Ya para terminar permíteme compartirte el primer
párrafo de un texto de Robert Fripp, guitarrista y -según considero- místico: “The Road to Graceland” (El camino a la tierra de gracia). Te compartiré el texto y
luego lo que mi subjetividad lee cuando lo leo. Esto lo pondré al final y entre
paréntesis, para distinguirlo. El texto habla de la música, pero para mí, El
Amor, el SER, Dios, y todo lo que es se expresa también en la música. Por eso,
creo, la música es el lenguaje universal. Un lenguaje de amor.
La música es el proceso de unificar
el mundo de las cualidades con el mundo de las existencias, de mezclar el mundo
del silencio con el mundo del sonido.
En este sentido, la música es un
camino de transformación.
Lo que hacemos es inseparable de
cómo y por qué hacemos lo que hacemos.
De modo que la transformación del
sonido es inseparable de la transformación del ser.
Por ejemplo, atraemos el silencio
estando en silencio.
En nuestra cultura, esto generalmente
requiere práctica.
La práctica es una manera de transformar
la calidad de nuestro funcionamiento, es decir, de transformar lo que hacemos.
Nos movemos de hacer esfuerzos
innecesarios, esfuerzos de fuerza, a hacer esfuerzos necesarios: la dirección
del “sin esfuerzo”.
En esta premisa la máxima es: honra
la necesidad, honra la suficiencia.
(El amor es el proceso de unificar el mundo de las
cualidades con el mundo de las existencias, de mezclar el mundo de escuchar con
el mundo de expresar. En este sentido, el amor es un camino de transformación. Lo
que hacemos es inseparable cómo y por qué, hacemos lo que hacemos. De
modo que la transformación del amor -es decir el sonido con el que escuchamos y
nos expresamos- es inseparable a la transformación del ser. A manera de ejemplo,
aprendemos a escuchar, escuchando. En nuestra cultura, esto generalmente requiere
práctica. La práctica es una manera de transformar la calidad de nuestro
funcionamiento, es decir, de transformar lo que hacemos. En otras palabras, nos
movemos de hacer esfuerzos innecesarios, es decir, esfuerzos de fuerza que nos
llevan a imponernos y dominar, a hacer esfuerzos necesarios. Lo que implica reconocer
y cubrir lo que necesitamos, no lo que queremos dominar. En otras palabras, la
dirección del “sin esfuerzo” implica, no obligar, sino cubrir una necesidad que
generé por sí misma una respuesta de amor. Una respuesta de amor es aquella que
surge de una necesidad suficientemente satisfecha -que es sabernos y sentirnos
amados- y no la respuesta que surge a partir del dominio y la imposición. Siguiendo
esta premisa, la máxima es: honra las necesidades -del SER, de Dios, de ti
mismo y de tu hermano- en su totalidad: ama.)
Jesús, enséñanos, a través de la práctica constante, a
honrar las necesidades, tanto las nuestras como las de nuestro prójimo y
nuestro mundo. Enséñanos a amar como Tú amas. Gracias. Te amo.
Fripp, Robert. (2019). The Road to Graceland. Tomado de: http://www.mackandtim.net/tim/fripp-graceland.html
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