viernes, 18 de enero de 2019

Responsabilidad: Responder con dignidad y amor


Hay dos citas que hablan del mismo hecho y llaman mucho la atención. Se trata de 1 Reyes 22, 19 a 23, y 2 Crónicas 18, 18 a 22. Ambas corresponden a las palabras que el profeta Miqueas le dijo a Ajab, entonces rey de Israel (pueblos del Norte), quien estaba con Josafat, rey de Judá (pueblos del Sur) en lo que era una tregua entre los dos pueblos de Israel, aún reinos independientes. Los reyes discutían si debían unirse para atacar a Ramot de Galaad.

Consultaron a los profetas y todos dijeron que sí, que debían atacar, todos menos uno: Miqueas, a quien generalmente no se le pedía opinión porque era “negativo”  ya que, en palabras del rey Ajab, nunca anunciaba el bien sino el mal.

“Miqueas le dijo entonces: «Escuchen la palabra de Yavé. He visto a Yavé sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba a su derecha y a su izquierda. Preguntó Yavé: ¿Quién engañará a Ajab, rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Unos decían una cosa y otros otra. Entonces se adelantó el Espíritu, se puso ante Yavé y le dijo: Yo lo engañaré. Le preguntó Yavé: ¿Y cómo lo harás? Respondió: Iré y me haré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas. Yavé le dijo: Tú conseguirás engañarlo. Vete y hazlo así. Ahora, Yavé ha puesto un espíritu de mentira en la boca de todos estos profetas tuyos, pues Yavé ha predicho el mal contra ti.»” 2 Cró 18, 18 a 22

El espíritu de mentira existe y nos predice el mal. Si el espíritu de mentira viene de Dios, ¿es bueno? Asumiendo que todo lo que de Dios proviene es bueno, entonces, debe serlo. Durante años esta bondad de Dios no siempre me fue evidente. ¿Por qué permitir la mentira? Hoy comprendo que existe para darle sentido o tratar de superar, e incluso evitar, el dolor y el sufrimiento. La mentira es un intento de aliviar y/o de dar esperanza. No siempre surge de la maldad, pero nunca brinda caminos que nos eleven. La mentira predice el mal, y lo que nos corresponde hacer como seres de luz, hijos amados, actores de cambio en este mundo, es identificarla y hablar con la Verdad.

Hoy, mi concepto de Dios es mucho más amplio. Dios dejó de ser un actor en las nubes que decide arbitrariamente el bien y el mal. Su omnipresencia y omnipotencia abarca años de evolución, bilogía, socialización, y búsqueda de trascendencia, no sólo la mía, sino la de toda la humanidad. Y claro, abarca mucho, mucho más. Tanto que aún no logramos ni imaginarlo.

Es esa humanidad en la que estoy inmersa y la comprensión de lo que como humanos hacemos para sobrevivir en un mundo y una sociedad en la que no siempre es fácil hacerlo, lo que me ha dado una posible respuesta que hoy te comparto. No asumo que sea una respuesta total ni cien por ciento Verdadera, pero sí asumo mi responsabilidad de apostar por ella.

¿Es el espíritu de mentira bueno? Sí, cumple una función que busca bondad. Pero para entender su “bondad”, tenemos que comprender la verdad de su función y la belleza de su actuar. Algo que es complicado porque: ¿Cómo puede la mentira contener verdad y buscar belleza?

Mi primer impulso fue explicarlo a partir de un caso concreto, pero creo que es mejor que lo generalice, para no limitar el hecho y tratar de expresarlo como algo que, en realidad, nos sucede a todos.  

No quiero entrar en detalles de qué partes del cerebro entran en acción ni de cómo lo hacen porque, aunque tengo una idea, no domino el tema. Lo importante es saber esto: Ante un evento doloroso, complicado, estresante, nuestra mente buscará salidas o resoluciones, buscará encontrar motivaciones e intentará darle sentido a las cosas para que el dolor no sea tan doloroso, el problema no sea problema o lo que nos estresa deje de estresarnos.

Estas salidas pueden tomar diferentes formas, pero todas son un reflejo de tres maneras básicas de enfrentar lo que consideramos peligro (sentir dolor, tener un problema o estresarnos activa las más elementales maneras de enfrentar el peligro): nos paralizamos, huimos o atacamos. Y se traducen en las siguientes acciones:


  • Nos echarnos la culpa a nosotros mismos y cargamos completamente con ella (paralizarnos).
  • Evadimos el problema, al grado de incluso negar que existe, para evitar que la culpa caiga en nosotros (huimos).
  • Culpamos a alguien más, y peleamos con esa persona convencidos de que quien nos hace daño es el otro, y es alguien a quien le debemos ganar o someter (atacamos).


Todas estas acciones son mentiras, pero parecen verdades, se nos presentan como verdades y nos convencemos de que son verdades, con el fin de protegernos del dolor, resolver un problema que se siente enorme o enfrentar una situación estresante. El espíritu de mentira del hombre, entonces, busca proteger y cuidar el concepto que tenemos de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Y, sobre todo, busca hacer algo con la “culpa”: la asume completamente, la niega del todo, o busca imponerla en otro que la cargue en su totalidad.

La verdad y belleza de este hecho es la supervivencia. Cuando hablamos de supervivencia suena exagerado, porque la gran mayoría de los problemas que tenemos, realmente no son cosa de vida o muerte. Pero la mente, sobre todo el mecanismo más básico y antiguo de nuestra mente, está diseñada para sobrevivir al dolor y el estrés, y asume que, si están presentes, hay una amenaza, y buscará responder.

En la época en que se formaron estos mecanismos de respuesta, las cosas no tenían la complejidad social de hoy y los peligros eran mucho más reales. Aparece un predador y la persona se paralizaba para no ser vista. También podía correr y correr y correr para huir. Y si tenía la confianza o era completamente necesario, enfrentaba el peligro y atacaba. Todo era una lucha mortal: paralizarnos, huir o atacar son formas de sobrevivir.

Pero la mente humana se sofisticó: la tribu pasó a ser civilización y las complejidades sociales crearon dolores, problemas y situaciones de estrés que, si bien no implicaban una realidad de vida o muerte, nuestras respuestas siguieron siendo las mismas, pero ahora, lo que estaba en juego era la vida, sino la “culpa”. ¿Quién tiene la culpa de esta situación?

Y es que la culpa define muchas cosas y para sobrevivir en un contexto social -que muy bien podríamos decir es nuestra jungla hoy en día-, es de suma importancia, o no tenerla, o tenerla y corregir nuestra acción.

La culpa puede definir incluso cosas esenciales como tener o no libertad, recibir o no comida o, como nos decía mamá: “Si te sigues portando mal, no vas a salir a jugar y no vas a tener postre”. Tener o no la culpa puede definir cosas tan básicas como ser o no amado, aceptado, cuidado, reconocido, estimulado, en fin. La culpa empezó a ser una moneda de interacción que se asumía, se negaba o se imponía, y nuestras relaciones más “dolorosas” la manejan a la perfección.

Este espíritu de mentira -manejar culpas- tiene una función que es verdadera, buena y bella. La complejidad de las respuestas inmediatas que podemos dar ante situaciones de estrés es todo eso porque toda culpa:

  • Busca asumir una verdad, dar sentido a las cosas: ¿Dónde está la culpa y quién la tiene?
  •  Busca la bondad de disminuir el dolor o solucionar un problema estresante. 
  • Es bella por la complejidad de nuestros mecanismos de respuesta creados a lo largo de miles y miles de años. Son milagros.

Así, una persona de quien se abusa, carga la culpa y realmente cree que merece ese trato, y al aceptar la culpa, recibe el “perdón” y se le brinda la aceptación que necesita. La persona que se refugia en vicios, huye. Algunos de estos vicios pueden parecer tan nobles como el trabajar en exceso o tan destructivos como la drogadicción, pero implicarán siempre una huida de los verdaderos conflictos internos y la culpa que generan. Y la persona que abusa de otros, que impone su voluntad, que es autoritaria y dominante, puede hacerlo con una linda sonrisa y toda la aparente bondad del mundo la cual tiene el fin de manipular y controlar, o puede hacerlo a golpes, lo importante es que se colocará por encima de los demás y repartirá culpas para ser quien castigue o perdone.

Estas salidas no siempre son las adecuadas, pero siempre serán la mejor que un individuo pueda dar en un momento dado. Precisamente por eso, porque nadie tiene “la culpa” de ellas, es que necesitamos liberarnos de esa carga de culparnos de todo, evadir toda responsabilidad, o culpar a otros. La búsqueda de la Verdad empieza eliminando la culpa y asumiendo, en su lugar, responsabilidad por nuestros actos.

El espíritu de mentira, entonces, no es malo, pero sí es incorrecto ante las realidades de hoy y las complejas interacciones humanas que no pueden seguir funcionando con la moneda de la “culpa” como medio de interacción.

Para nosotros, creyentes en un solo Dios, en su hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo, la culpa necesita ser comprendida como una moneda demasiado cara para basar en ella nuestras interacciones, y es, además, la mentira que Jesús vino a revelar y a abolir.

Jesús es Verdad, Camino y Vida, precisamente porque:

  • Nos revela la Verdad: No existe la culpa, sólo existe la responsabilidad, y son cosas muy diferentes. Nos aseguró, además, que las dos leyes que lo resumen todo son: Ama a Dios, Ama a tu prójimo como a ti mismo: Ama.
  • Nos enseña el Camino: Asume la responsabilidad de amar sobre todas las cosas.
  • Y nos brinda Vida: La realización plena del ser humano implica dejar de responder sólo como un ente biológico, y buscar respuestas de “hijos de Dios”, es decir, que trasciendan la realidad inmediata y nos brinden dignidad humana al reconocernos únicos e irrepetibles, y por lo mismo, necesarios y valiosos.

Veamos un ejemplo. Jesús no se enfocó en insistir en que sigamos los 10 mandamientos a la perfección. Nos pidió: Ama. No es que las demás leyes no sean importantes, lo que sucede es que nos llevan de manera más inmediata a la posibilidad de que la culpa tome el control. Si deseas a la mujer de tu prójimo, por ejemplo, tienes la “culpa” de tu deseo. Si ella también te desea, verás ese deseo como que ella tiene la “culpa” de provocar tu deseo. Pero, y si amas a tu prójimo -y la amas a ella- y a pesar de desear a su mujer, decides estar por encima de la situación, asumir la responsabilidad de tu deseo, y alejarte o sublimar el deseo -cosa que es muy difícil, pero completamente posible- y responder con un amor filial, presente y desinteresado. Tu respuesta no evitó el deseo, sino que lo asumió y dio una respuesta por encima del deseo. Así, aún si ella buscara darle una salida corporal a ese deseo, tu “respuesta”, tu acción, será de amor, y te negaras a ello porque tanto ella como tu prójimo te son relevantes.

De modo que, no asumes la culpa y caes en la tentación, víctima de tu deseo. No le echas a ella toda la culpa porque, “a quien le dan pan que llore”. Y no has huido, porque tampoco has negado lo que sientes. Lo asumes, y actúas lo mejor que puedes.      

Esta Vida plena que Jesús ofrece implica dejar morir nuestras culpas en la cruz que Él se impuso para nuestra liberación, y asumir la responsabilidad de cargar con nuestra propia cruz -es decir, con nuestro dolor, problemas o situaciones estresantes- y en lugar de culparnos, rechazar o juzgar a otros, dar respuestas de amor, aceptación y ayuda. Es decir, responsabilizarnos de nosotros, nuestro prójimo, nuestras comunidades y nuestro mundo.

Asumir la responsabilidad de nuestros actos, no es culparnos ni culpar a otros. La palabra responsabilidad se compone de “respuesta” y “habilidad”. En otras palabras, implica adquirir la habilidad para responder adecuadamente a las situaciones que se nos presentan. Toda habilidad se tiene que desarrollar e implica tomar consciencia, analizar la situación, tomar decisiones, actuar y ser sincero con los resultados. Implica reconocer que quizá no todo fue perfecto, pero siempre cabe la posibilidad de mejorarse. En otras palabras, que las respuestas que demos a las situaciones que enfrentamos no siempre serán las adecuadas. Y precisamente por eso, la responsabilidad no implica “culpa”, implica “perdón”.

Ahora, el perdón no llega solo. Hace falta también despertar en nosotros la compasión. Sin compasión es imposible desarrollar la responsabilidad, y curiosamente, sin hacernos responsables de nosotros mismos y nuestros actos, tampoco podremos despertar nuestra capacidad para tener compasión.

Tener compasión implica aCOMpañar en la PASIÓN -dolor-. Es decir, “sufrir juntos”. Según explica Wikipedia, la compasión "se manifiesta desde el contacto y la comprensión del sufrimiento de otro ser. Más intensa que la empatía, la compasión es la percepción y la compenetración en el sufrimiento del otro, y el deseo y la acción de aliviar, reducir o eliminar por completo la situación dolorosa.” (1)

Acompañar en el dolor no sólo implica llorar juntos, sino buscar mejores respuestas basadas en una comprensión más profunda de la situación, los actores, el sistema social en el que nos desenvolvemos, y las propias acciones, pensamientos, ideas, fantasías, emociones. La compasión es comprender desde el corazón de los hechos y las personas. Y no es algo dado, se desarrolla asumiendo nuestra responsabilidad, es decir, desarrollando nuestra habilidad para responder con dignidad y amor.

Gracias Jesús por el Camino de Verdad y Vida que nos has abierto y que a diario recorres con nosotros. Te amo. Te amo con todo mi corazón y te pido que nos ayudes a todos a desarrollar nuestra responsabilidad, para que dejemos de cargar, rechazar o señalar culpas. Te amo. Te amo. Te amo.


(1) Compasión. (2018, Nov. 23). Wikipedia. Tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Compasi%C3%B3n

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