viernes, 25 de enero de 2019

Amar con todo el corazón


 
Photo by Suresh Kumar on Unsplash

“Obró lo que es bueno a los ojos de Yavé, aunque no de todo corazón.” 2 Cró 25, 2

¿Dónde está nuestro corazón? Parece una pregunta tonta pero no lo es. La respuesta obvia es nuestro pecho, pero esa opresión en el pecho, ese latir de emoción al ver a alguien amado, ese suspiro que sigue al llanto, no proviene del pecho. Lo sentimos en el pecho, pero no proviene de él. Nuestro corazón está en nuestra mente, en nuestro cerebro. Es ahí donde las sensaciones corporales son traducidas y nombradas como emociones. Sensaciones a las que, además, les agregamos sentidos o explicaciones con nuestra lógica y las consecuentes ideas que tenemos con respecto a esas sensaciones, las cuales tienen la influencia tanto personal como familiar, cultural y social en la que nos desenvolvemos.   

Por eso, si has de amar a Dios con todo tu corazón, necesitas empezar a meditar con toda tu mente y comprender con todo tu cuerpo las muchas sensaciones que te acompañan y que finalmente te llevan a actuar como lo haces, o a no actuar, pues la falta de respuesta es también una respuesta.

Por eso, en Mateo 22, 37, Jesús nos dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.”  Lo cual yo comprendo como: Amarás al Señor tu Dios con todas tus sensaciones (corazón), emociones (alma) y con todas las ideas que tengas, creas y actúes sobre y en torno a tus sensaciones y emociones (mente).

Si es verdad que esta Ley de Dios la hemos de interpretar como una Ley del SER, entonces necesitamos comprender que se trata de una ley inquebrantable. Es decir: tu Dios será aquello en lo que has decidido creer, aquello a lo que has decido darle el poder de tu vida. Por eso el amor es una decisión, no un sentimiento.

Ahora, decir que lo decides es decir mucho. La realidad es que las ideas que tenemos del mundo, de los demás y de nosotros mismos se van formando a lo largo de nuestra existencia y son construcciones tanto personales como sociales. La decisión de amar depende por lo tanto de qué tan consciente eres de ti, de otros y del mundo en el que vives.

Lo que es fundamental comprender que es en las relaciones con los demás donde se van formando estas ideas. De modo que antes de que tomes consciencia de la libertad que tienes de “decidir amar”, necesitas tomar consciencia de que tus sensaciones, emociones e ideas son construcciones antes que nada sociales, no personales. Si en tu círculo social la creencia de que “tener o no tener” dinero, posición, estudios, y tantas otras cosas, es de valía o no, definirá en gran medida las ideas que tienes sobre el mundo, sobre ti y sobre los demás.

De modo que no tenemos escapatoria: estamos condenados a amar. Aprender a amar con consciencia, con claridad en torno a qué es lo que creemos, y con honestidad con respecto a nuestras verdaderas motivaciones, ideas, valores y ética, es lo que hace la diferencia en el amar. Es ahí donde amar deja de ser una respuesta automática de nuestras sensaciones, emociones e ideas, y empieza a ser una decisión consciente.

Tomar consciencia es aprender a diferenciar nuestras muy diversas sensaciones y darles el peso de la emoción certera. Amar con consciencia abarca mucho más que pensamientos positivos y buenas intenciones. Amar con consciencia es incluso, reconocer el amor que alimenta el odio, las expectativas que tenemos -y que por más que queramos no dejaremos de tener-, las necesidades que nos hace falta cubrir, y las muchas ideas equivocadas y prejuicios que manejamos en nuestras interacciones personales y sociales.

Aprender a amar es sanar el odio, es decir, nuestro amor herido. Requiere una profunda revisión de sensaciones e ideas. Por eso Jesús nos pide: “Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores.” (Mt 5, 44-45)

Esta cita es muy clara: amen y recen. Reconocer nuestras sensaciones, nuestros dolores, nuestras ideas, y rezar, meditar, aclararlas bajo la luz de Dios y la guía de Cristo, y bajo la consciencia de nuestra humanidad -alcances y limitaciones. Todo esto es esencial para aliviar el dolor, cerrar heridas y no volvernos a exponer al sufrimiento de colocarnos en una situación en la que sea posible que alguien rompa nuestro corazón.

Aclaro, que decir que alguien ha “roto nuestro corazón” no implica que nos ha dejado incapacitados para amar. Amar es inevitable. Nadie puede romper nuestro corazón (sensaciones), lo que rompen son nuestras expectativas.

La solución fácil sería decir: deja de tener expectativas. Pero Jesús nos pide que caminemos por el sendero estrecho, no el amplio. Nos pide que nos atrevamos a enfrentar la dificultad. Amar nunca es fácil.

Así que el camino no es dejar de tener expectativas, y eso no puede suceder porque somos seres humanos y tener expectativas forma parte de esta humanidad que somos: tenemos deseos, buscamos logros, proyectamos futuros, esperamos respuestas. Así que eso de “no tengas expectativas” no va a suceder. Después de todo, amar también es esperar ser amado. Dios nos ama, y busca nuestro amor. Esa es la Alianza de Amor: Permíteme amarte que yo deseo que me ames también.  

Mejor, ten consciencia de las expectativas que tienes, conócete y conoce a los demás, y no esperes ser amado sólo como tú comprendes el amor. Aprende a ver más allá de ti mismo y a recibir el amor de las muchas formas y maneras en que se manifiesta. Aprende a esperar y recibir formas más diversas. Y ante la duda, pregunta y acepta lo dicho como la verdad de quien lo dice. A veces idealizamos más de lo necesario precisamente porque se deja todo a la interpretación, cuando lo más sencillo -dije sencillo, no fácil, nunca es fácil- es hablar, comunicarnos y buscar empatizar para llegar a acuerdo en el que todos ganemos. No sólo tú, no sólo yo: Ambos, nosotros, todos.

Y siempre, siempre, siempre habla con la verdad: no digas que no esperas algo si lo esperas. Decirlo tampoco implicará que lo recibas. Pero negarlo no te hará desearlo menos.

Busca las mentiras que te dices y te dicen, y transfórmalas en Verdades sobre las que puedas realmente crear una relación sana o dejarla morir en paz. Amar también es decir “aDios” y poner en manos del SER todo lo que esa relación no logró ser, de modo que logre ser donde y con quien pueda serlo.

Mi apuesta y la que, como cristianos, creo, estamos invitados a seguir, es:
Busquemos amar con consciencia de nuestras sensaciones, emociones e ideas. Eso implica buscar la verdad y no crear expectativas en falso, sino tomar consciencia de las que sí existen y reconocer las necesidades que buscan cubrir, para encontrar nuevas y muchas más diversas formas de cubrirlas. Insisto, siempre con la verdad por delante. 

Jesús nos explica también en Mateo 5, 34 a 37, como se logra esto: “Yo les digo: ¡No juren! No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, que es la tarima de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu propia cabeza, pues no puedes hacer blanco o negro ni uno solo de tus cabellos. Digan cuando es sí, y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio (es decir, es mentira).”

Amar es buscar la verdad siempre. No tiene nada que ver con la ausencia del dolor o sufrimiento, ni con cumplir promesas. Amar es una Alianza de confianza que se cumple con todo el corazón, con todo el cuerpo, sus sensaciones y sus acciones, y con la búsqueda de la verdad y la autenticidad de nuestras ideas y nuestros actos. Lo que implica que habrá ocasiones en que fallemos, y cuando eso suceda, lo único que cabe es un “lo siento”. Siempre y cuando verdaderamente seamos capaces de “sentir” el daño que hemos hecho. Implica empatía y estar dispuestos a trabajar para cambiar el modo de relacionarnos con el otro.

Amar no es algo dado. Es procurar ser tan conscientes como nos sea posible, de nuestras sensaciones, emociones e ideas, y buscar la verdad y la congruencia en nuestro sentir, pensar y hacer. Implica perdón y honestidad, y mucha, mucha humildad.

Jesús, enséñanos a Amar como Tú Amas. Gracias mi dulce Bien. Te amo. 

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