“Obró lo que es bueno a los ojos de Yavé, aunque no de
todo corazón.” 2 Cró 25, 2
¿Dónde está nuestro corazón? Parece una pregunta tonta
pero no lo es. La respuesta obvia es nuestro pecho, pero esa opresión en el
pecho, ese latir de emoción al ver a alguien amado, ese suspiro que sigue al
llanto, no proviene del pecho. Lo sentimos en el pecho, pero no proviene de él.
Nuestro corazón está en nuestra mente, en nuestro cerebro. Es ahí donde las
sensaciones corporales son traducidas y nombradas como emociones. Sensaciones a
las que, además, les agregamos sentidos o explicaciones con nuestra lógica y
las consecuentes ideas que tenemos con respecto a esas sensaciones, las cuales
tienen la influencia tanto personal como familiar, cultural y social en la que
nos desenvolvemos.
Por eso, si has de amar a Dios con todo tu corazón,
necesitas empezar a meditar con toda tu mente y comprender con todo tu cuerpo
las muchas sensaciones que te acompañan y que finalmente te llevan a actuar
como lo haces, o a no actuar, pues la falta de respuesta es también una respuesta.
Por eso, en Mateo 22, 37, Jesús nos dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” Lo cual yo comprendo como: Amarás al Señor tu
Dios con todas tus sensaciones (corazón), emociones (alma) y con todas las
ideas que tengas, creas y actúes sobre y en torno a tus sensaciones y emociones
(mente).
Si es verdad que esta Ley de Dios la hemos de
interpretar como una Ley del SER, entonces necesitamos comprender que se trata
de una ley inquebrantable. Es decir: tu Dios será aquello en lo que has
decidido creer, aquello a lo que has decido darle el poder de tu vida. Por eso
el amor es una decisión, no un sentimiento.
Ahora, decir que lo decides es decir mucho. La
realidad es que las ideas que tenemos del mundo, de los demás y de nosotros
mismos se van formando a lo largo de nuestra existencia y son construcciones
tanto personales como sociales. La decisión de amar depende por lo tanto de qué
tan consciente eres de ti, de otros y del mundo en el que vives.
Lo que es fundamental comprender que es en las
relaciones con los demás donde se van formando estas ideas. De modo que antes
de que tomes consciencia de la libertad que tienes de “decidir amar”, necesitas
tomar consciencia de que tus sensaciones, emociones e ideas son construcciones
antes que nada sociales, no personales. Si en tu círculo social la creencia de
que “tener o no tener” dinero, posición, estudios, y tantas otras cosas, es de
valía o no, definirá en gran medida las ideas que tienes sobre el mundo, sobre
ti y sobre los demás.
De modo que no tenemos escapatoria: estamos condenados
a amar. Aprender a amar con consciencia, con claridad en torno a qué es lo que creemos,
y con honestidad con respecto a nuestras verdaderas motivaciones, ideas,
valores y ética, es lo que hace la diferencia en el amar. Es ahí donde amar
deja de ser una respuesta automática de nuestras sensaciones, emociones e
ideas, y empieza a ser una decisión consciente.
Tomar consciencia es aprender a diferenciar nuestras
muy diversas sensaciones y darles el peso de la emoción certera. Amar con
consciencia abarca mucho más que pensamientos positivos y buenas intenciones.
Amar con consciencia es incluso, reconocer el amor que alimenta el odio, las
expectativas que tenemos -y que por más que queramos no dejaremos de tener-,
las necesidades que nos hace falta cubrir, y las muchas ideas equivocadas y
prejuicios que manejamos en nuestras interacciones personales y sociales.
Aprender a amar es sanar el odio, es decir, nuestro amor
herido. Requiere una profunda revisión de sensaciones e ideas. Por eso Jesús
nos pide: “Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean
hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre
malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores.” (Mt 5, 44-45)
Esta cita es muy clara: amen y recen. Reconocer
nuestras sensaciones, nuestros dolores, nuestras ideas, y rezar, meditar,
aclararlas bajo la luz de Dios y la guía de Cristo, y bajo la consciencia de
nuestra humanidad -alcances y limitaciones. Todo esto es esencial para aliviar
el dolor, cerrar heridas y no volvernos a exponer al sufrimiento de colocarnos
en una situación en la que sea posible que alguien rompa nuestro corazón.
Aclaro, que decir que alguien ha “roto nuestro
corazón” no implica que nos ha dejado incapacitados para amar. Amar es
inevitable. Nadie puede romper nuestro corazón (sensaciones), lo que rompen son
nuestras expectativas.
La solución fácil sería decir: deja de tener
expectativas. Pero Jesús nos pide que caminemos por el sendero estrecho, no el
amplio. Nos pide que nos atrevamos a enfrentar la dificultad. Amar nunca es
fácil.
Así que el camino no es dejar de tener expectativas, y
eso no puede suceder porque somos seres humanos y tener expectativas forma
parte de esta humanidad que somos: tenemos deseos, buscamos logros, proyectamos
futuros, esperamos respuestas. Así que eso de “no tengas expectativas” no va a
suceder. Después de todo, amar también es esperar ser amado. Dios nos ama, y
busca nuestro amor. Esa es la Alianza de Amor: Permíteme amarte que yo deseo
que me ames también.
Mejor, ten consciencia de las expectativas que tienes,
conócete y conoce a los demás, y no esperes ser amado sólo como tú comprendes
el amor. Aprende a ver más allá de ti mismo y a recibir el amor de las muchas
formas y maneras en que se manifiesta. Aprende a esperar y recibir formas más
diversas. Y ante la duda, pregunta y acepta lo dicho como la verdad de quien lo
dice. A veces idealizamos más de lo necesario precisamente porque se deja todo
a la interpretación, cuando lo más sencillo -dije sencillo, no fácil, nunca es
fácil- es hablar, comunicarnos y buscar empatizar para llegar a acuerdo en el
que todos ganemos. No sólo tú, no sólo yo: Ambos, nosotros, todos.
Y siempre, siempre, siempre habla con la verdad: no
digas que no esperas algo si lo esperas. Decirlo tampoco implicará que lo
recibas. Pero negarlo no te hará desearlo menos.
Busca las mentiras que te dices y te dicen, y
transfórmalas en Verdades sobre las que puedas realmente crear una relación
sana o dejarla morir en paz. Amar también es decir “aDios” y poner en manos del
SER todo lo que esa relación no logró ser, de modo que logre ser donde y con
quien pueda serlo.
Mi apuesta y la que, como cristianos, creo, estamos
invitados a seguir, es:
Busquemos amar con consciencia de nuestras sensaciones, emociones e
ideas. Eso implica buscar la verdad y no crear expectativas en falso, sino
tomar consciencia de las que sí existen y reconocer las necesidades que buscan
cubrir, para encontrar nuevas y muchas más diversas formas de cubrirlas.
Insisto, siempre con la verdad por delante.
Jesús nos explica también en Mateo 5, 34 a 37, como se logra esto: “Yo
les digo: ¡No juren! No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por
la tierra, que es la tarima de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad
del Gran Rey. Tampoco jures por tu propia cabeza, pues no puedes hacer blanco o
negro ni uno solo de tus cabellos. Digan sí cuando es sí, y no
cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio (es decir,
es mentira).”
Amar es buscar la verdad siempre. No tiene nada que ver con la ausencia
del dolor o sufrimiento, ni con cumplir promesas. Amar es una Alianza de
confianza que se cumple con todo el corazón, con todo el cuerpo, sus
sensaciones y sus acciones, y con la búsqueda de la verdad y la autenticidad de
nuestras ideas y nuestros actos. Lo que implica que habrá ocasiones en que
fallemos, y cuando eso suceda, lo único que cabe es un “lo siento”. Siempre y
cuando verdaderamente seamos capaces de “sentir” el daño que hemos hecho.
Implica empatía y estar dispuestos a trabajar para cambiar el modo de
relacionarnos con el otro.
Amar no es algo dado. Es procurar ser tan conscientes como nos sea
posible, de nuestras sensaciones, emociones e ideas, y buscar la verdad y la
congruencia en nuestro sentir, pensar y hacer. Implica perdón y honestidad, y
mucha, mucha humildad.
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